A Luis y Manuel Montes les une una emotiva historia alrededor del balonmano. Son hijo y padre, compartiendo 32 años de balonmano. El padre con 64 y el hijo con 40, éste último que, amén de jugador, inició su andadura de técnico a los 17 desde los años, primero con equipos de la base, luego en Primera Nacional y, las dos pasadas temporadas, con el Teucro en Asobal.

A su lado, siempre, el padre, delegado en los bancos, labor que hasta vino compaginando con la de entrenador de porteros. Ambos comparten esta temporada una experiencia más. Lo hacen en Meaño, de manos del Asmubal femenino en la División de Plata nacional, equipo al que llegó Luis Montes este verano, acompañado por su inseparable Montes Peleteiro, ejerciendo como entrenador de porteros, delegado de equipo… y padre.

“A un delegado –reconoce Luis Montes– le he pedido siempre que le haga la vida más fácil al entrenador, que asuma todas aquellas labores que rodean grupo: horarios, gestiones en los pabellones, en los desplazamientos, en los hoteles, aliviar ese trabajo y dejar al técnico con la mente centrada únicamente en entrenar”.

Añade al respecto que “el haber tenido todo este tiempo a mi padre conmigo significa mucho, y con el paso del tiempo me doy cuenta que lo valoro aún más. Nuestra relación en los bancos ha sido, y es, siempre profesional. Si acaso, reconozco que, en ocasiones, con mi vehemencia me excedí en la confianza, descargando con él cuando las cosas no salían. Era el más cercano, el primero en aguantarme, y también el primero en animarme en los momentos bajos. Por encima de todo, está el gusto de haber y seguir compartiendo tanto tiempo alrededor del balonmano”.

Cuando la familia vivía en Porriño, fue Manuel quien animó a su hijo siendo niño a probar con el balonmano. “Creo que yo fui un balonmanista frustrado –reconoce el padre–, me quedé con esa espinita dentro, pero eso se acabó compensando cuando empecé a llevar a mi hijo de pequeño a las canchas”. De su mano Luis Montes creció en la base del Porriño, emergiendo a los 13 años en cadetes como lateral con 1,75 de altura. “La verdad –agrega Luis– era una buena altura entonces, pero con esa me quedé, y así cuando vine para el Teucro acabé desplazado al extremo”.

Su llegada a la base del Teucro acaeciera en 1993 cuando su familia se trasladó a su Pontevedra natal. Luego, en su etapa de juvenil, llegó su periplo con Poio Marín, Bueu, Cangas… “Mi padre –recuerda– siempre estaba ahí, llevándome a entrenar a todos esos sitios, verme sobre la cancha y regresar luego cada noche a Pontevedra”.

Con 17 años Luis Montes, que también se había hecho con la titulación de monitor deportivo, empezó a compaginar su faceta de jugador con la de técnico, primero en la base del Bueu y luego llegó al Teucro para asumir las categorías infantil y cadete. A la par, su padre acabó involucrándose en los clubes en que militaba el hijo, empezando a sentarse como delegado de equipo cuando él dirigía desde el banco.

También hubo una etapa de dos años en Ciudad Real, bienio que vivió como única ausencia del padre. Dirigió ese tiempo en la base del mítico Ciudad Real donde tuvo a sus órdenes como alevín a Dani Dujshebaev, baluarte de la selección española campeona de Europa en 2018 y 2020.

Una carrera como técnico que arrancó a los 21 años

Con tan sólo 21 años Luis Montes dejó las canchas y se decantó de lleno por la formación. Así, se desplazó dos veranos a Madrid para cursar el nivel 3 que le otorgaba el título de entrenador nacional, titulación que en los 90 sólo podía obtenerse en la capital. A partir de ahí, llegó su desembarco en los bancos de los equipos sénior de Primera Nacional: Porriño, Cisne, Cangas, Bueu, Teucro… Y su padre, a la par, sentado al lado en su banco como delegado de equipo. Únicamente en las dos temporadas en que Luis Montes dirigió al Teucro en Asobal, Manuel ejerció como delegado de campo en la máxima categoría del balonmano nacional.

La pedagogía como valor en el banquillo

El balonmano enganchó a Manuel Montes tanto que, a sus 50 años, se decidió a realizar el curso de monitor. A partir de ahí comenzó a auxiliarlo en su labor, especializándose en el trabajo con los porteros, labor que mismo ahora sigue realizando en el Asmubal femenino. “Para mí –reconoce el Manuel Montes– es un privilegio el trabajar al lado de mi hijo, pero, lo que más aprecio es poder aprender de él, y no solo de balonmano, sino de cómo gestiona el grupo, de sus principios y valores. Estar a su lado, para mí es todo un orgullo”. No sólo admira faceta deportiva del hijo, sino la de pedagogo profesional. Y es que Luis Montes lleva años desempeñando su labor en la asociación “Xuntos” en Pontevedra, un colectivo que desde 1991 trabaja en la inclusión social y laboral de las personas con síndrome de Down. “El trabajo con las personas de síndrome de Down –apunta el padre– ha contribuido a dotar a Luis de una sensibilidad especial para llegar a la gente, y de manera especial a los jóvenes, dentro y fuera de la cancha. En este tiempo –agrega– ha resultado emotivo ver cómo chavales de Xuntos accedían a una inclusión social a través del balonmano, echando una mano al Teucro con algunas labores en el pabellón durante los partidos”. A la hora de aconsejarlo Manuel reconoce que “de balonmano le puedo dar muy pocos, pero a la hora de tratar a jugadores mi consejo ha sido siempre el mismo: ‘no le hagas a los demás, lo que no te gustaría que te hiciesen a ti’. Creo que él lo ha tenido siempre presente”. Sobre el momento más emotivo compartido en la cancha Luis Montes reconoce que “me quedo con el Campeonato de España juvenil, al que concurría yo como seleccionador con Galicia y mi padre como delegado. Fue en 2012 en Castellón, íbamos sin apenas expectativas, pero aquella selección sorprendió, realizó un gran campeonato y se hizo con la medalla de bronce tras ganar a Madrid. Son esas cosas, los abrazos con mi padre que a uno le quedarán para siempre”. Y es que historias silenciosas como esta, nos descubren que el balonmano llega más allá de una cancha.