Historias irrepetibles
Mister due miliardi
Hace cincuenta años un delantero con una prodigiosa capacidad de salto salido de Bérgamo se convirtió en el primer jugador que costaba más de un millón de libras. Se llamaba Giuseppe Savoldi. Se hinchó a marcar goles sin el reconocimiento que seguramente merecía.

Savoldi celebra un gol en el estadio del Nápoles / FDV
A los ingleses les gusta mucho repetir que Trevor Francis fue el primer jugador de la historia de fútbol que costó un millón de libras. Bueno, no exactamente. Brian Clough, entrenador del Nottingham Forest en 1979, decidió pagar 999.999 libras para que el delantero no sintiese sobre sus espaldas la carga de una cifra tan redonda. Extravagancia propia de un iluminado como él. Pero no era verdad que Francis rompiese entonces una barrera histórica en el mercado futbolístico. Lo fue en Inglaterra, pero no en el resto de Europa. Unas cuantas temporadas antes, hace ahora cincuenta años, un delantero italiano, Giuseppe Savoldi, que no alcanzaría la fama que tal vez merecía, se convirtió en el primer futbolista por el que se pagó una cifra superior a un millón de libras y desbancó a Johan Cruyff como el fichaje más caro hasta ese momento.
Savoldi era un bergamasco auténtico que disfrutaba como nadie jugando al baloncesto. Su padre era empleado del ferrocarril en Lombardía y su madre trabajaba en una fábrica de botones. Gente modesta que inculcó al pequeño “Beppe” la capacidad de sacrificio que él trasladó de inmediato a sus ganas de jugar al baloncesto. El oratorio de Santa Maria delle Grazie en Bérgamo fue su primera cancha, el lugar en el que comenzó a apuntar condiciones. La cuestión es que se le daban bien todos los deportes y a nada decía que no. En el colegio jugaba de maravilla al fútbol e incluso fue campeón de Lombardía infantil en salto de altura. Pero donde era más feliz era con una pelota en la mano y llegó a plantearse la posibilidad de salir de Bérgamo en algún momento y acercarse a Milán o alguna otra ciudad con más tradición (Treviso, Caserta…) donde las posibilidades de crecimiento en el baloncesto eran mucho mayores. Estas cosas pasaban por su cabeza cuando la Atalanta, el equipo de su ciudad, le reclutó para su cantera con dieciséis años. A los técnicos les había llamado la atención aquel muchacho espigado y atlético, de enorme capacidad de salto, que cabeceaba con la destreza de un profesional. Pensaron que allí había un potencial delantero del primer equipo y le mimaron a conciencia. Pero Savoldi mantenía casi a escondidas su idilio con el baloncesto y se escapaba siempre que podía a jugar. Mikhail Kincses, un entrenador húngaro del equipo juvenil, supo de sus andanzas y habló con él. “Beppe, puedes vivir del fútbol, ganar mucho dinero en él. Pero para hacerlo solo puedes pensar en él” le dijo. Y Savoldi, aunque con dolor, se apartó para siempre del baloncesto, reducido desde entonces a un pequeño pasatiempo que seguía y que practicaba alguna vez en solitario.
Solo tenía dieciocho años cuando se estrenó en un partido de Copa en 1965 con el Atalanta ante el Vicenza y anotó el gol del empate. Aquello supuso una conmoción inmediata en la ciudad, aunque las cosas no iban a resultar tan sencillas. Angeleri, el entrenador, fue dosificando su presencia en el equipo porque había procesos inevitables. Querían tener paciencia con él. Las dos temporadas siguientes su rendimiento fue creciendo, su cifra de goles aumentando y en Italia empezó a despertar la curiosidad de algunos clubes más importantes. Lo inevitable sucedió en 1968 cuando el Bolonia lo fichó aprovechando que la delicada salud del Atalanta le impedía retener a su delantero. Con la camiseta rojinegra Savoldi reventó en gran goleador. En seis temporadas en el equipo anotó 140 goles (el cuarto que más ha hecho en la historia del club) de los cuales ochenta fueron en Serie A. Sus goles fueron decisivos para que en aquel tramo brillante el Bolonia conquistase dos veces la Copa de Italia. A eso añadió el título de máximo goleador en 1973 empatado con el legendario Gianni Rivera. El director de cine, escritor y apasionado del fútbol Pier Paolo Pasolini dijo en aquel tiempo que “el gol es como la poesía. El máximo goleador de la liga siempre es el mejor poeta del año. Ahora mismo Savoldi es el mejor poeta de Italia”.
Sin embargo, le faltaba algo de reconocimiento en Italia. La selección le llamó de forma testimonial en tres ocasiones y él pensaba que para hacerlo tenía que conquistar la Liga porque sin el scudetto nunca sería un delantero completo. Los años en el Bolonia fueron buenos, pero tampoco lo llenaban por completo. En verano de 1975, con un carro de goles a cuestas, pensó que era el momento de salir. A la puerta del Bolonia llamaron la Juventus, el Milan y la Roma que entrenaba entonces Helenio Herrera. Ninguna de las negociaciones llegaron a buen puerto. Pero a última hora apareció el Nápoles con una cifra imposible. Dos mil millones de las antiguas liras, lo que equivale a más de un millón de libras de aquel momento. El traspaso más grande de la historia del fútbol hasta ese momento desbancando en el que unos años había protagonizado el Barcelona con la compra al Ajax de Johan Cruyff. Desde ese momento cargó en Italia con el apodo de “Mister due miliardi”.
El Nápoles venía de ser tercero y segundo en las dos temporadas anteriores en las que precisamente un delantero como Savoldi hubiese podido ser determinante para conquistar su primer título de Liga. Es lo que trataron de corregir en ese mercado. Pero el bergamasco no tardó en entender que allí también iba a resultar imposible. Comenzó marcando goles como nunca, a ritmo de uno por partido lo que supone una cifra estratosférica en la Italia de finales de los setenta, pero pronto se dio cuenta de que el Nápoles era un equipo que iniciaba el final de un ciclo. Estuvo allí cuatro años y añadió una Copa de Italia a su palmarés, pero en la Liga no pudieron superar la quinta plaza. “Llegué demasiado tarde a Nápoles”. Así resumió Savoldi su tiempo junto al Vesubio: “El equipo era magnífico, pero cuando llegué el declive había comenzado. Llegué tarde, si lo hubiese hecho dos años antes la historia sería muy diferente”. Y seguramente tenía toda la razón.
Las cosas se complicaron después de aquello. En 1980 su nombre apareció como uno de los futbolistas implicados en el escándalo del “Totonero”, la red montada para amañar resultados en el campeonato italiano y ganar dinero en la quiniela clandestina que movían bandas mafiosas. Savoldi, como tantos otros, negó cualquier implicación pero acabó siendo condenado junto a otro puñado de futbolistas entre los que se encontraba Paolo Rossi. Fue condenado a tres años y medio aunque la pena se redujo a dos. Eso fue lo que permitió por ejemplo a Rossi llegar a tiempo de disputar el Mundial de España y convertirse en el héroe nacional. Pero el resto se convirtieron en unos parias con los que casi nadie quería relacionarse. En 1982 la Atalanta, el equipo de su Bérgamo natal, le hizo un hueco en el equipo. Pero los dos años de parón forzado habían hecho un daño terrible en las piernas de aquel delantero que parecía suspenderse en el aire para elegir el momento justo para cabecear. Solo estuvo allí un año. En 1983 decidió dejarlo para siempre y poner tierra de por medio con el fútbol. De repente se sentía un perfecto extraño en ese mundo por lo que su relación con el deporte ya fue mínima. Su tiempo decidió ocuparlo en la arqueología de la que es un aficionado obsesivo. Hoy ya casi nadie le recuerda que hace cincuenta años fue el primer jugador que costó más de un millón de libras.
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