Historias irrepetibles
Las dos caras de Malcolm Allison
Sus ideas fueron un soplo de aire fresco que llevó al City a su primera gran etapa de éxitos, pero su afición al alcohol y las mujeres le llevaron por el mal camino

Allison levanta la Copa en Wimbley. / FDV
Hace más de quince años, cuando el corazón de Malcolm Allison se detuvo a los 83 años, sus amigos colocaron sobre su ataúd una bufanda del Manchester City y a su lado una cubitera con una botella de Moet Chandon. El resumen de la vida de uno de los personajes más singulares que el fútbol inglés ha dado, adelantado a su tiempo en algunas cuestiones, despierto e inteligente en el campo pero con un gusto por la extravagancia y el escándalo fuera de él. Tan célebres fueron sus logros en los banquillos como la imagen que le acompañó en su etapa de mayor relevancia, siempre vestido con largos abrigos de piel, un sombrero fedora en la cabeza y un puro en las manos. Era un filón inagotable para los tabloides por sus relaciones con las mujeres y sus puntuales escándalos, como aquel día que se llevó a una actriz porno al vestuario del Crystal Palace, del que en ese momento era entrenador.
Allison pudo haber hecho carrera como central. Era un futbolista que no solo se preocupaba por jugar sino por entender lo que sucedía a su alrededor. En el Charlton, su primer club, se enfrentó a su entrenador en numerosas ocasiones porque creía que sus métodos estaban obsoletos y que el fútbol exigía una permanente evolución que allí no se producía. Cuando lo echaron, el West Ham le abrió las puertas de su casa y allí se convirtió en algo más que un defensa. Estudió, preguntó sin descanso, asistió a los primeros cursos que se daban para entrenadores y en poco tiempo el responsable del equipo, Ted Fenton, organizaba con él entrenamientos y partidos. Incluso se acercaba a ver los partidos de los juveniles para darles consejos y seguirles de cerca. A aquella camada de jóvenes pertenecían Bobby Moore, Geoff Hurst y Martin Peters, que años después estarían en la Inglaterra campeona del mundo de 1966. Pero todo cambió después de un partido contra el Sheffield United. Se le diagnosticó tuberculosis y tras varios días ingresado en el hospital acabaron por extirparle buena parte de un pulmón. Su carrera como futbolista se había terminado para siempre, aunque durante un tiempo entrenó con el equipo reserva en busca de un imposible. Un mazazo que le costó digerir y que seguramente le empujó a no desperdiciar el tiempo. Quería vivir rápido y no privarse de nada. Vendió coches, montó un club nocturno que le permitió codearse con el mundo de la política y el espectáculo londinenses, empezó a beber en exceso y a no perdonar una noche de farra.
Pero el fútbol era lo que más le apasionaba y no podía estar demasiado tiempo lejos de él. Comenzó a entrenar en 1963 en el modesto Bath, allí donde el rugby es religión. No tardó en llamar la atención: por el cambio en los métodos de entrenamiento, por la mejora física del equipo y por su imagen en el banquillo. Allison no pasaba desapercibido en un mundo clásico como el del fútbol. En 1965, Joe Mercer asumió la dirección del Manchester City. Había dejado el Aston Villa por cuestiones de salud y entendía que a su lado necesitaba a alguien que aportase la energía que él ya no tenía. Y llamó a Allison para que se convirtiese en su ayudante un día antes de que se comprometiese con el Middlesborough.
La sociedad Mercer-Allison llevó al Manchester City a sus más altas cotas antes de que ya en el siglo XXI el dinero de los Emiratos llevase al club a su situación actual. Es imposible entender aquel tiempo sin Malcolm Allison que se encargó de diseñar el trabajo semanal y de ir captando los jóvenes talentos que necesitaba el club para impulsarse. Era una de las tareas que más le dolían pero que asumía con honestidad. «El club te pregunta y en una frase tienes que tomar la decisión que va a cambiar la vida o no de un joven futbolista», solía decir sobre aquel proceso de elección. Pero su buen ojo fue determinante para que el City reuniese al trío de futbolistas que cambiaría la historia del club: Colin Bell, Mike Summerbee y Francis Lee, la particular «Santísima Trinidad» de Maine Road. A Sumerbee lo fichó el primer año, el siguiente verano a Bell y finalmente se hizo en 1967 con Francis Lee, contra la opinión de casi todo el mundo. Pero defendió como una fiera la decisión de que aquel delantero regordete y listo como un ardilla era justo lo que necesitaba el equipo. Allison era un personaje que acudía a los estadios y se sentaba cerca de ojeadores de otros clubes y durante los partidos deslizaba opiniones negativas, como sin querer, de aquellos futbolistas que él pretendía en un intento algo infantil por eliminar competencia. Pero le funcionaba. En cuatro años increíbles el club ganó la Liga, la Copa, la Copa de la Liga, una Copa de Ferias y la Recopa de Europa. Al tiempo que crecían los éxitos en el banquillo, también lo hacían los excesos fuera del campo. Sus fiestas eran sonadas y su gusto por el alcohol y las mujeres, inagotable. En el entorno del club comenzó a haber dudas sobre si era necesario seguir en manos de Joe Mercer y dar el paso a la «modernidad» que representaba Allison. Era un debate que iba más allá de lo deportivo y que afectaba en general a la sociedad británica. Un duelo generacional trasladado al mundo del fútbol. Cuentan que Allison rechazó una oferta de la Juventus porque tenía una especie de pacto con Mercer para que éste se apartase en un determinado momento y protagonizar así una transición pacífica. Pero a la hora de la verdad el primer entrenador, pese a su edad, quiso mantenerse en el puesto. Aquelló agrietó para siempre su relación. En 1971 la directiva decidió apostar por Allison, pero su etapa al frente del Manchester City como primer entrenador duró muy poco, apenas un par de años en los que las cosas no salieron como esperaban. Es posible que el descarado Allison necesitase la calma de Mercer más de lo que imaginaba.
Después de aquello se fue al Crystal Palace, donde revolucionó el club (cambió el apodo, el color de las camisetas, las instalaciones…) pero las cosas fueron aún peor, porque el equipo descendió dos categorías de golpe. Pero a cambio regaló escenas únicas como sus abrigos de piel, sus sombreros, los gestos a la grada o el día que apareció en un entrenamiento con un Rolls-Royce que lucía un llamativo tapizado de leopardo, junto a una estrella de cine porno y se metió con ella en la bañera del vestuario mientras les hacían fotos. Los jugadores estaban allí y no sabían dónde meterse. La cabeza de Allison ya no estaba para entrenar, aunque siguió haciéndolo sin ningún éxito. El City cometió el error de darle una segunda oportunidad y después se fue a recorrer Europa, porque dirigió en Turquía, en Portugal… Sus éxitos no crecían, aunque sí lo hacía su lista de amantes. Actrices, modelos, cantantes e incluso Christine Keeler, la famosa protagonista del caso Profumo, estuvieron relacionadas con Malcolm Allison, que llegó a casarse cuartro veces.
El fútbol se acabó para él en los años ochenta porque ya no tenía nada que aportar. Hacía mucho que su ingenio y ansias por aprender y mejorar lo habían abandonado. Después comenzaron a aparecer los problemas derivados del alcoholismo y su salud se hizo pedazos. Se le diagnosticó demencia y pocos años después, en 2010, murió en una residencia de ancianos no muy lejos de Mánchester. Su último paseo lo dio por el lugar donde un día estuvo Maine Road, el viejo estadio del City, donde más feliz fue.
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