Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Historias irrepetibles

«Todo ha terminado»: 50 años del mítico combate entre Joe Frazier y Muhammad Ali

La semana pasada se cumplieron cincuenta años del memorable combate de Manila entre Joe Frazier y Muhammad Ali, un duelo al límite que acabó a un asalto del final por la decisión de Eddie Futch, entrenador de Frazier, de que aquello terminase. Fue la decisición más complicada y sensata del técnico que mejor supuso luchar contra Ali.

Joe Frazier y Eddie Futch.

Joe Frazier y Eddie Futch.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

“Escúchame Joe. Lo que has hecho aquí nunca será olvidado, pero todo ha terminado”. Eddie Futch había perdido a dos púgiles sobre un ring y por nada del mundo quería más cargas sobre su conciencia. Joe Frazier negaba con la cabeza, pero su entrenador tenía tomada la decisión de poner fin a aquella pelea que ya rozaba lo inhumano. La pasada semana se cumplieron cincuenta años de la pelea en Manila entre Ali y Frazier, la tercera de la serie de enfrentamientos que estos dos colosos libraron entre 1971 y 1975. Un combate salvaje en el que los dos boxeadores fueron mucho más allá del límite. Al final del decimocuarto asalto los dos estaban completamente extenuados después de tres cuartos de hora de castigo en unas condiciones de calor y humedad que aumentaban el esfuerzo y el sufrimiento. Ese asalto había sido especialmente terrible para Frazier que tenía cerrado un ojo y apenas veía por el otro. Un ciego en mitad del ring recibiendo golpes sin parar durante tres minutos interminables y que apenas podía defenderse más que lanzando manos de forma instintiva a una sombra que apenas podía distinguir. Ali no estaba mucho mejor que él. Nadie le había golpeado tanto como en los primeros diez asaltos de aquella tarde en Filipinas. Sentados en sus esquinas la decisión de seguir estaba en manos de sus preparadores.

Mientras Eddie Futch le explicaba con delicadeza a Frazier que iba a detener el combate en el otro rincón Angelo Dundee le pedía a Ali que resistiese. Cuenta la leyenda que Muhammad pidió a su entrenador que le cortase los guantes porque no quería seguir con aquello. Pero antes de que sucediese el árbitro les comunicó que Futch acababa de decirles que Frazier renunciaba a seguir la pelea. Una decisión dolorosa, pero que seguramente salvó la vida de uno o de ambos boxeadores. Joe Frazier, en el gesto más egoísta de su brillante carrera, nunca le perdonó a Futch la decisión y muchas veces se lo reprocharía en público.

Eddie Futch, el responsable de una de las decisiones más célebres de la historia del boxeo fue un púgil frustrado. Iba para figura cuando en Detroit, después de que su familia abandonase el sur para instalarse en la ciudad del estado de Michigan, eligió el boxeo entre los diferentes deportes que había practicado con éxito como el atletismo o el baloncesto. En el gimnasio Brewster, donde llegó a coincidir con el gran Joe Louis cuando este aún era un amateur, se enamoró del boxeo para siempre. Ganó el prestigioso Guante de Oro que se disputaba en Detroit y eso le puso en las puertas del profesionalismo. Pero fue entonces cuando en una revisión médica se le detectó un soplo en el corazón que le obligó a bajarse del ring. Pero Eddie Futch no quería alejarse del boxeo. En ese gimnasio que se había convertido en su segunda casa comenzó a ayudar a jóvenes aspirantes a boxeador con consejos y entrenamientos y comprobó que aquello se le daba bastante bien. Entendía bien el deporte y sobre todo a los boxeadores. Detectaba con facilidad los pequeños errores técnicos que muchos de ellos cometían y eso le pemitió ganarse una merecida fama en ese mundillo. A la intuición añadía su personalidad porque no se dejaba atropellar en un mundo complejo y donde las malas prácticas se imponen en demasiadas ocasiones.

En 1967 Yank Durham, el mánager de Joe Frazier y casi su padre, lo contrató para que les ayudase en un combate contra un púgil menor que se iba a disputar en California. En aquel momento Futch se había ganado un enorme prestigio en los quince años que llevaba como entrenador. Primero en Detroit pero luego en Los Ángeles donde compatibilizaba el boxeo con un trabajo en el servicio postal. En la costa oeste de Estados Unidos llegaron sus primeros éxitos rotundos. Don Jordan, un tipo complejo y muy testarudo, fue el primero al que convirtió en campeón del mundo aunque con él también conoció la amargura del desencuentro.

Durham y Frazier necesitaban alguien que les entrenase en Los Ángeles y no tuvieron ninguna duda en que debían recurrir a Futch. Durante las semanas que trabajaron juntos cambió para siempre su forma de boxear. Mejoró sus movimientos, su estilo de defensa, el famoso cabeceo que se hizo tan característico y potenció aquellos golpes más demoledores. La colaboración que parecía destinada para un solo combate derivó en una relación sólida aunque no exclusiva. Junto a él, Joe Frazier consiguió el primer título de campeón del mundo de los pesados y un año después se impuso en 1971 en el Madison de Nueva York a Ali en el primer combate que enfrentó a ambos. El peso de la estrategia de Futch y la disciplina de Frazier fueron determinantes en aquel duelo que paró por completo la ciudad de Nueva York. Sabía que el crochet de izquierda era el golpe que más complicaba la vida a Ali por su forma de sacar la mano derecha en determinados momentos y su discípulo insistió en ese aspecto, mecanizó esa reacción. El entrenador comenzó a ganarse en aquel momento la fama de ser el principal dolor de cabeza que ha tenido Muhammad Ali que un par de años después sufrió la segunda derrota de su carrera a manos de Ken Norton, un rocoso exmarine al que también entrenaba Eddie Futch. Pero después de aquella victoria que le valió el título mundial los representantes del boxeador pusieron al técnico frente a una dolorosa disyuntiva: no querían compartir entrenador con nadie y le pidieron que eligiese entre Norton y Frazier. Futch lo tuvo claro y se quedó junto a Frazier que además acababa de sufrir un serio revés tras la repentina muerte de Durham. Juntos prepararían el duelo de 1975 en Manila con Ali y que acabó con su decisión de detener el combate para evitar que su pupilo sufriese un castigo mayor en aquellas condiciones de inferioridad, sin apenas capacidad de visión. Tiempo después lo justificaría con más calma: “Conozco y quiero a Frazier, a sus hijos. Es un buen padre y no podía permitir que crecieran sin él”.

Pero aquel episodio dejó un pequeño resquemor en Frazier que deseaba por encima de todas las cosas vencer de nuevo a Ali y necesitaba justificarse de alguna manera. Siguieron juntos un combate más. Frazier se retiró tras perder ante Foreman y aunque hizo un pequeño amago con regresar años después (llamó a Futch pero este no quiso acompañarle en una aventura que consideraba innecesaria), el entrenador siguió fabricando campeones mundiales hasta pasados los ochenta años. Larry Holmes o Riddick Bowe fueron dos ejemplos más de su capacidad para pulir el talento y para trazar estrategias ganadoras. Nadie lo puede explicar mejor que Ali. En cierta ocasión el genio de Louisville lo reconoció en público. “He peleado con muchos boxeadores, pero mi gran rival has sido tú”. Tenía motivos de sobra para afirmarlo porque Futch entrenaría a cuatro de los cinco púgiles que fueron capaces de derrotarle en alguna ocasion: Joe Frazier, Ken Norton, Larry Holmes y Trevor Berbick. Era su auténtica kryptonita. Futch falleció en 2001 a los noventa años. Solo tres años antes había abandonado para siempre el oficio de entrenador. Por el camino había fabricado más de una veintena de campeones mundiales, cuatro de ellos en los pesos pesados. Estos días se ha recordado mucho el combate de hace cincuenta años en Manila entre Frazier y Ali, pero se ha hablado poco del hombre que tomó la mejor decisión aquella noche: reconocer una derrota.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents