Historias irrepetibles

El desastre de Le Mans

Este fin de semana el peculiar circuito de la Sarthe fue escenario de una nueva edición de las 24 Horas de Le Mans, justo cuando se cumplen setenta años de la trágica edición de 1955 en la que pocas horas después del comienzo se produjo el accidente más grave de la historia del automovilismo.

El coche en llamas de Levegh, tras el accidente.

El coche en llamas de Levegh, tras el accidente.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

El automovilismo de los años cincuenta. Bólidos que se acercaban a los trescientos kilómetros por hora en circuitos con mínimas medidas de seguridad y miles de aficionados apiñados a un par de metros del asfalto, solo separados de los coches por ridículas protecciones. Así era el circuito de la Sarthe, el escenario de las «24 horas de Le Mans», la prueba que reunía en cada mes de junio a cientos de miles de aficionados para disfrutar de la prueba más importante de resistencia que se disputaba en el mundo, el lugar en el que los principales fabricantes presentaban las novedades con las que trataban de revolucionar el sector. Acababa de nacer el Mundial de Fórmula Uno, pero en Le Mans llevaban ya treinta años convertidos en el mejor escaparate automovilístico, no había nada que diese tanto prestigio como recibir la corona de laurel en aquel circuito francés. En la edición de 1955 acudieron a Le Mans marcas como Ferrari, Mercedes o Jaguar, con pilotos tan acreditados como el italiano Castelloti, el inglés Hawthorn o el argentino Fangio. Una fiesta para los aficionados que desembocaría en la mayor tragedia conocida en el mundo del motor.

Todo sucedió cuando apenas se llevaban dos horas y veinte minutos de una carrera que había comenzado a las 16 horas (una tradición que se mantiene desde su nacimiento) del 11 de junio de 1955. Las crónicas de aquel tiempo dicen que más de trescientos mil aficionados llenaban las gradas del circuito. La carrera arrancó con un nivel de intensidad sorprendente para unan prueba de resistencia. Las dos primeras horas habían regalado una secuencia interminable de cambios en el liderato entre Castelloti, Hawthorn y Fangio, como si los grandes referentes librasen un duelo particular. Con el paso de las vueltas el duelo parecía limitarse al Mercedes del británico y el Jaguar del argentino porque Castelloti había comenzado a ceder con respecto a los dos primeros.

En la vuelta 35 se produjo la fatal coincidencia. Los dos primeros se acercaban a la zona de meta al mismo tiempo que algunos coches que marchaban con vuelta perdida. Hawthorn, impetuoso como siempre, se preparaba para entrar en boxes con el fin de repostar y dar el relevo al volante a Ivor Bueb. En el mismo punto se juntaron Hawthorn (con la intención de detenerse); Pierre Levegh; Lance Macklin y ligeramente más atrás Fangio y Kling. Hawthorn decidió adelantar a Macklin antes de tomar el carril que conducía a los boxes. Lo hizo de una manera brusca, excesiva. Le superó por la izquierda y se cruzó delante de él con una frenada violenta. Macklin se vio obligado a cambiar ligeramente su trayectoria. Ahí entró en escena Pierre Levegh. El piloto francés de 49 años, que tomó su apellido de un tío que había sido uno de los pioneros en las competiciones de coches, participaba en Le Mans con un Mercedes prestado. Era un gesto de cortesía del fabricante alemán para compensarle por lo sucedido tres años antes. En 1952, a los mandos de un Talbot, Levegh tenía la victoria en el bolsillo cuando faltaba apenas una hora para el final. Sin compañero que le diese el relevo como sucedía en el resto de los equipos el francés había liderado la carrera durante 23 horas sin bajarse del coche. Tenía cuatro vueltas de ventaja sobre el primero de sus perseguidores pero una avería traicionera en la biela le dejó tirado, inconsolable. Intentó llegar a boxes pero resultó imposible. Había acariciado la victoria de su vida. Tal era su ventaja que el Mercedes de los ganadores Lang y Kiess tardó algo más de veinte minutos en rebasarle. Su desolación fue la imagen de aquella edición. Por eso la firma alemana, que se benefició de su desgracia, le ofreció para 1955 un bólido en señal de cortesía y él aceptó.

El accidente

Levegh venía lanzado cuando se encontró a Macklin cerrándole el espacio en la entrada de la recta. La diferencia de velocidad entre los dos coches era enorme. Su instinto le llevó a buscar un espacio en el límite de la pista, junto al pequeño muro que les separaba de los aficionados. Le falló el cálculo. Su Mercedes tocó ligeramente el Austin Healey de Macklin y despegó. La escena a partir de ese momento resulta dantesca. El coche impacta con violencia contra la protección y su tanque de gasolina explota en una gran bola de fuego sobre los espectadores. El motor y el puente delantero del vehículo se desprenden del chasis y son lanzados como misiles sobre la gente que se agolpa junto a la pista en el terraplén que hay paralelo a la recta de llegada. Las piezas del coche van saltando entre la multitud segando vidas, dejando un rastro de muerte y destrucción. Existen vídeos en los que se puede contemplar la escena y produce verdadero espanto. Levegh muere en el acto y su cuerpo se queda tendido sobre el asfalto. Las horas siguientes se convierten en una cuenta interminable de fallecidos. La cifra se detiene en 83. Curiosamente la carrera no se detuvo. La organización mantuvo a los coches dando vueltas mientras las asistencias sacaban a los heridos de la zona. La excusa oficial es que la suspensión de la prueba habría colapsado las vías de acceso al circuito y haría imposible el trabajo de las asistencias que trataban de salvar la vida de muchos aficionados. Con el tiempo es difícil saber si aquello tenía alguna lógica. Para la mayoría de equipos y para Mercedes en particular la noche fue interminable. Algunas de las escuderías se retiraron con rapidez de la carrera -Fangio fue uno de ellos-, pero la firma alemana tardó en tomar una decisión. Lo hizo a última hora cuando Alfred Neubauer, el director del equipo, dio la orden de parar a sus pilotos. Quien no lo hizo fue Hawthorn. El Jaguar que compartía con Ivor Bueb se mantuvo en carrera hasta que cruzó la línea de meta como ganador por tercera vez de las 24 Horas de Le Mans. La carrera más trágica de la historia del automovilismo tuvo ceremonia de coronación y a un piloto, que sin ser el culpable absoluto había prendido la mecha del desastre con una maniobra al límite, descorchando la botella de champán en el podio. Una imagen poco edificante y que nadie tuvo la sensibilidad de evitar por respeto a lo que había sucedido solo unas horas antes.

Pero la tragedia dejó muchas consecuencias. Mercedes tardó décadas en volver a Le Mans tras sufrir diferentes accidentes en otras pruebas; Lancia estuvo veinte años sin competir. Dos días después las autoridades galas prohibieron las competiciones automovilísticas en Francia. En Alemania, España y Suiza siguieron el ejemplo francés y suspendieron durante un tiempo sus grandes premios para evitar que se pudiese repetir una tragedia semejante hasta que introdujeron algunos cambios en sus trazados y en la propia seguridad de los pilotos que por ejemplo en 1955 conducían sin cinturón de seguridad porque no querían sentirse “atados” en caso de que el coche se incendiase. Todo se transformó a partir de entonces y José Manuel Fangio dio gracias el resto de su vida a Pierre Levegh. El «chueco» siempre dijo que cuando entraba en la recta vio cómo el francés le hacía un gesto con la mano para que frenase antes del trágico accidente y que eso evitó seguramente que se viese involucrado en el desastre. Solo él sabe si es cierto o parte de la leyenda que acompaña siempre esta carrera.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents