Vela
Araújo y el monstruo: el regatista vigués, en el colosal Moat
Los monstruos marinos existen. Lo es el Moat, un barco de 110 pies de eslora. Con el vigués Gonzalo Araújo como táctico, acaba de ganar la Giorgio Armani Superyacht Regatta, en la clase que incluye a las mayores embarcaciones deportivas a vela. En septiembre pelearán por el Mundial.

El Moat. / Studio Borlenghi

–¡Madre mía! –confiesa Gonzalo Araújo haber pensado cuando pisó la cubierta del Moat. Aunque «al cabo de dos o tres días ya te acostumbras», ese asombro inicial del polivalente y avezado regatista vigués ilustra las magnitudes del barco: 35 metros (115 pies) de eslora, 8’12 metros de manga y un mástil de 50 metros de altura, capaz de soportar una vela mayor de 410 metros cuadrados y 350 kilos de peso que impulsa al Moat hasta una velocidad punta de 22’2 kilómetros por hora (12 nudos).
«El francobordo es tan alto que ni te mojas», describe. Un monstruo marino, de manejo delicado, que Araújo ha contribuido a proclamar campeón de la Giorgio Armani Regatta, con base en Porto Cervo. En ese mismo escenario del estrecho de Bonifacio, entre Cerdeña y Córcega, y en esa misma categoría de Superyatch, la de las mayores embarcaciones deportivas, competirá en septiembre en el Mundial.

El elevado francobordo. / Studio Borlenghi
Tripular un superyate lo aproxima a aquel niño que se soñaba Gregory Peck largando trapo en El Mundo en sus manos o aprestando los cañones en El hidalgo de los mares; quizá Errol Flynn en El capitán Blood, dispuesto al abordaje. Un reto en cualquier caso muy diferente a los otros que Araújo está afrontando en 2025. Con el XR Formula X danés, de 41 pies, ganó la Maior Regatta el 4 de mayo; con el Olymp alemán quedó tercero en la prueba inaugural del circuito de Swan 50, también en Bonifacio, el 10 de mayo. Navega para el Kindako italiano, un 21 pies en un enjambre de treinta adversarios.
Distintas funciones y clases
«En dos barcos soy táctico; en otro estratega y trimo la burda –gestiona la vela–; en otro trimo la mayor. Me gusta cambiar de función y de tipo, aunque con el pequeño dudaba. Es como si un piloto de coches se mete en karts; como vela ligera, con mucha flota y mucha vela», explica. «Pero supone salir de la zona de confort, a pelear con gente joven, guerrilleira. Ayuda a mantener la agilidad mental. Necesitas estar muy vivo».
«Normalmente suelo hacer un par de proyectos, pero este año he podido encajar estos cuatro», celebra. «Y tengo la suerte de contar con unos armadores fantásticos. El ambiente está siendo bueno».
En el Moat, matriculado como tantos en Malta, lo ha enrolado Juan Ball, un argentino que reside en Estados Unidos. Su tripulación habitual es sudamericana. Araújo, que frecuenta el verano austral, ya conocía a la mayoría. Ball lo ha reclamado para salvar ese trecho, apenas unos segundos, que en 2024 entregó el título mundial al Y3K Wally alemán a su costa.
La Giorgio Armani servía de test. Los 26 tripulantes apenas habían dispuesto de cuatro días para entrenar y en dos el fuerte viento los amarró. «Con más de 25 nudos se intenta no navegar», explica Araújo. Es uno de los condicionantes de estos colosos. Las cargas –pesos y fuerzas– son inmensas y se controlan mediante sensores. Las velas pesan entre 300 y 400 kilos. Una galerna puede imposibilitar las operaciones con la mayor. «Las personas son hormiguitas. Hay que tener cuidado con dónde estás o metes las manos. Como te dé una vela que se suelte y flamee al viento o una escota, te puede romper un brazo o lo que sea».
No es una hipótesis. El año pasado uno de los marineros perdió un dedo plegando una vela. «En esta clase existe un orden distinto de prioridades», precisa. Ya que el riesgo aumenta, se extreman las precauciones: «Lo primero es la seguridad de las personas; después, la seguridad del barco; ya al final, la regata». Que es siempre costera: «Si navegas muy pegado a las rocas, hay que tener mucho cuidado por si algo falla. No puedes cambiar de rumbo de golpe».

El mástil alcanza los 50 metros de altura. / Studio Borlenghi
Los superyates, aunque ágiles para su tamaño, demandan una dirección especial. Se tarda mucho en arrancarlos, así que cualquier decisión supone una delicada aritmética de gasto y ganancia. «Al tener menos capacidad de maniobra, tienes que acertar mejor por dónde navegar, cuándo virar, cuándo trasluchar, intentar evitar desventes... Si un rival te molesta, no puedes realizar dos viradas porque perderás muchos metros. Hay que anticipar más».
Pleno de victorias
Araújo, como táctico, se encargó precisamente de ubicar al Moat dentro de la flota. Los barcos no pueden acercarse a menos de 40 metros entre sí; una distancia de seguridad, para prevenir colisiones, que se controla mediante pistolas. La tripulación, con los jefes de equipo comunicados mediante pinganillos para imponerse a la distancia y el fragor, ejecutó con precisión su coreografía. El Moat bailó entre los islotes de Bonifacio y ganó las tres pruebas. Faltaba ciertamente el Wally, el enemigo al que desea batir en septiembre y al que ha enviado un mensaje de advertencia: Araújo, el hidalgo de los mares, lo gobierna.
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