Historias irrepetibles
Las viudas de Tom Simpson
La pasada semana falleció en Inglaterra Barry Hoban, ciclista británico que conquistó ocho victorias en el Tour y que era uno de los grandes amigos de Tom Simpson, el hombre que murió en 1967 en el Mont Ventoux. Hoban ganó en su honor la etapa del día siguiente y cuidó toda la vida de su viuda y sus dos hijas.

Barry Hoban y Tom Simpson hablan en Marsella el día antes de la trágica muerte del segundo. / FDV
Dice un viejo refrán ciclista que “no está loco quien sube al Mont Ventoux, sino quien vuelve”. El 13 de julio de 1967 es una fecha grabada a fuego en la memoria del Tour de Francia. Durante la decimotercera etapa de la edición de aquel verano particularmente caluroso, el “gigante de la Provenza” fue escenario de su tragedia más recordada. Tom Simpson, inglés de 29 años, un clasicómano nacido en una familia de mineros que se fue a vivir a Bélgica, el país donde se fabricaban los campeones, y que dos años antes había conseguido ganar el Mundial de fondo en carretera en las reviradas carreteras que rodean Lasarte, dio en sus terribles rampas las últimas pedaladas de su vida. Su corazón explotó por una mezcla diabólica de anfetaminas, alcohol y calor. Se desplomó en la cuneta descarnada del “monte pelado”, donde la vegetación desaparece y la vida parece imposible. Tras una jornada terrorífica en la que trató de marcharse escapado se desplomó dos veces en la última ascensión del día y su cuerpo quedó tendido sobre las piedras blancas que custodian la carretera. Los esfuerzos por reanimarle del médico Pierre Dunas resultaron inútiles y poco después de ser trasladado en helicóptero la organización hizo oficial la muerte del ciclista británico. Su mujer, Helen Sherburn, conoció la terrible noticia escuchando la radio mientras disfrutaba de unos días de vacaciones en Córcega en compañía de las dos hijas que tenían en común y de unos amigos.
La muerte de Simpson conmocionó al pelotón. El infinito dolor de aquel grupo de hombres adictos al sufrimiento lo representaban como nadie Barry Hoban y Vince Denton, ingleses como él, íntimos amigos. Compartían oficio y vida como lo prueba el hecho de que ambos, sobre todo Hoban, pasaban largos periodos de Gante, entrenando junto a Simpson. Allí formaban una pequeña comunidad británica muy bien avenida en el corazón de Bélgica aunque luego sus intereses en la carretera fuesen distintos porque corrían en diferentes equipos. Pero en el Tour de Francia de aquel tiempo, que se disputaba por selecciones nacionales, se hermanaban también en la carretera.
El 14 de julio, con el cuerpo de Tom Simpson en la morgue de Avignon, los corredores se vieron en la cruel tesitura de reiniciar el camino. Querían tener alguna clase de gesto de homenaje y Jean Stablinski, una de las voces más autorizadas del pelotón a sus 35 años, se dirigió a Vince Denton y le dijo: “Tú eras el mejor amigo de Tom y debes ganar la etapa en su honor. Tiene que hacerlo uno de sus compañeros de equipo. Nadie saldrá a por ti cuando estés cerca de la meta”. Denton escuchó a Stablinski con la mirada perdida, la misma que tuvo durante los doscientos kilómetros que separaban Carpentras de Sete. Un alma en pena durante todo el día. Pedaleaba como un autómata, incapaz de contener el llanto hasta el punto de que cuando llegó el momento de separarse del grupo para rendir el definitivo homenaje a su amigo no tenía fuerzas para nada. Bastante había hecho con mantenerse en el pelotón porque el cuerpo solo le pedía dejar de pedalear y marcharse a su casa. Miró a Harry Hoban, que entendió de inmediato el significado de aquel gesto y fue éste quien tomó una pequeña ventaja sobre el grupo para cruzar el primero la línea de meta en Sete. El público, consciente de la relevancia del gesto, aplaudía a rabiar mientras el vencedor lloraba emocionado y Denton volvía a desplomarse. En la estadística quedó aquella como la primera victoria en el Tour de Francia de un ciclista que hasta ese momento solo acumulaba un par de triunfos de etapa en la edición de la Vuelta a España disputada tres años antes. Su plan era rendirle algún día nuevos homenajes a su amigo en forma de victorias de renombre en esa misma carrera en la que se había dejado la vida, aquella con la que fabulaban desde que ambos comenzaron en el ciclismo. Sobre todo Simpson, convencido de que algún día llegaría a París vestido de amarillo. Ese mismo año se lo había prometido a su mujer antes del comienzo de la prueba.
Pero Harry Hoban, al margen de luchar por hacer realidad los objetivos de su carrera deportiva, también sentía la necesidad o la obligación de cuidar de la familia de Simpson. Ese mismo verano Helen y las niñas, Jane y Joanne, se instalaron definitivamente en Inglaterra y Hoban convirtió en habituales sus visitas. Con el paso del tiempo, casi de forma natural, las visitas derivaron en una relación sentimental entre Hoban y Helen Simpson. Dos meses antes de viajar al Tour de Francia de 1969 la pareja decidió que se casarían después de que terminase la carrera. Para celebrarlo, y también como homenaje a Tom Simpson, Harry Hoban estaba obsesionado con conseguir una etapa pese a que en el Tour del año anterior, en 1968, ya había logrado un triunfo parcial. El día que la carrera llegaba a Burdeos estaba marcado en rojo en su cabeza. Tenía una espina clavada con esa ciudad después de haber sido segundo dos veces y por eso no dudó en atacar cuando faltaban poco menos de veinte kilómetros para la meta. Cuatro ciclistas más se fueron con él, pero Hoban no les temía. Su gran final era una herramienta muy efectiva en grupos reducidos como aquel y cuando faltaban menos de doscientos metros su esprint se hizo inalcanzable para sus rivales. Ya tenía la etapa que quería dedicarle a su prometida. Llevado por un entusiasmo casi juvenil al día siguiente, que el Tour llegaba a Brive, recurrió al mismo sistema. Se fue con otro grupo pequeño de corredores y se impuso para convertirse en el primer ciclista británico de la historia que conseguía dos victorias seguidas en la ronda francesa.
Ese mes de octubre -se casarían en diciembre- Barry Hoban y Helen se subieron a un Opel de color rojo y subieron juntos el Mont Ventoux escoltados por dos gendarmes en sus motocicletas. Era la primera vez que ambos visitaban el gigante de la Provenza desde el fatídico suceso de 1967. Casi en lo alto de la impresionante montaña les esperaban las autoridades locales y los principales responsables del Tour de Francia. El objetivo de aquella visita era inaugurar el monumento dedicado a Tom Simpson erigido gracias a los fondos recaudados en una cuestión que se había organizado en Inglaterra. Allí quedó para siempre una placa en la que se puede leer: “En memoria de Tom Simpson, medallista olímpico, campeón del mundo, embajador del deporte británico. Muerto el 13 de julio de 1967 en el Tour de Francia. De sus amigos del ciclismo en Gran Bretaña”.
Barry Hoban aún ganaría otras cuatro etapas en el Tour de Francia (acabaría con ocho su carrera aunque él acostumbraba a dejarlo en siete porque no contaba aquella de homenaje el día siguiente de la muerte de Simpson) antes de retirarse a los 38 años bajo el apodo de “el zorro gris” por la astucia que empleaba siempre para conseguir sus victorias. Podía no ser el más fuerte en esos momentos decisivos, pero sí era el más astuto. Completó once ediciones del Tour, algo que no lograría otro inglés hasta que Geraint Thomas le superó hace solo tres temporadas. Después de abandonar el pelotón se dedicó a cuidar de Helen y de las niñas y montó una fábrica de bicicletas con su nombre. En el hall de entrada a la factoría ocultó cualquier alusión a su exitosa carrera y colocó bien visible un retrato enorme de su amigo Tom Simpson. La semana pasada, a los 85 años y después de diferentes complicaciones respiratorias, Barry Hoban falleció en su casa de Newton y Helen volvió a quedarse viuda.
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