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Historias irrepetibles

La derrota del “lechero”

Frans Verbeeck estuvo hace cincuenta años a punto de cumplir el sueño que perseguía desde niño: conquistar el Tour de Flandes

Verbeeck y Merckx, durante el Tour de Flandes de 1975.

Verbeeck y Merckx, durante el Tour de Flandes de 1975. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Esta es la historia de un sueño no cumplido. La de Frans Verbeeck, uno de tantos tractores que el ciclismo belga lanzó a las carreteras en los años sesenta y setenta, un corredor formado entre adoquines, carreteras estrechas y pequeñas colinas endiabladas bajo un cielo casi siempre encapotado. Sus compañeros le apodaban “el lechero” -un apodo que le pusieron cuando volvió al ciclismo después de haber montado una pequeña explotación ganadera- y como buen flamenco tenía una obsesión: ganar un día el Tour de Flandes, colocar el trofeo en el salón de casa y sentarse frente a él orgulloso. No había más gloria en la tierra para un chaval nacido en Leuven. Aquella ilusión se transformaba en una utopía en el tiempo de Eddy Merckx, de Roger de Vlaeminck, de Freddy Maertens, una generación única. Todos ellos con tanto talento como hambre, gente capaz de pisar a cualquiera, que no dejaban ni las migajas al resto. Encontrar una oportunidad en medio de aquella jauría parecía una misión imposible.

En 1975 Frans Verbeeck estaba ante la gran oportunidad de su vida. Su estado de forma era excepcional, el mejor de su vida. En su palmarés había una enorme colección de victorias. Menores la mayoría. Alguna Amstel, una Flecha Valona, un título de campeón de Bélgica (otra de sus obsesiones) daban lustre a su hoja de servicios. Pero en el comienzo de la primavera 1975 sus piernas estaban como nunca. Lo demostró con un tercer puesto en la Vuelta a Bélgica (carrera ya desaparecida pero que era tremenda en aquel momento) y sobre todo la victoria en Harelbeke, en la E3 que es el ensayo general para el Tour de Flandes. Ya eran palabras mayores. Por eso el primer domingo de abril en la línea de salida del Tour de Flandes sentía que a sus 33 años el ciclismo ya no le daría otra oportunidad.

A esa misma hora, no muy lejos de Verbeeck, en la cabeza de Eddy Merckx solo existía la idea de reventar la carrera a la menor oportunidad. El Tour de Flandes había sido siempre esquivo con él salvo en 1969, año de su único triunfo hasta la fecha. “El caníbal” venía de cerrar una temporada perfecta (Giro, Tour y Mundial en ruta) y a sus 30 años no escondía la evidencia de que en algún momento, no muy lejano, llegaría el momento de bajarse de la bicicleta y dedicarse a ver las carreras desde las cunetas. A comienzos de 1975 declaró sus intenciones. “Si el viento sopla a favor no es momento de buscar puerto. Me convertí en ciclista para expresarme, así que he de ir hasta donde me dejen mis fuerzas. Lo que tengo que evitar es caer en el declive, en el comienzo de la mediocridad”. Y el viento seguía soplando a su favor porque en las primeras carreras de la temporada demostró estar en un momento de forma brillante con triunfos en la Milán-San Remo, la Amstel o la Semana Catalana. En España sin embargo sufrió un pequeño revés al perder por una caída a Jos Bruyere, su fiel escudero, el hombre que le cuidaba del viento cuando era necesario y cuya ausencia podía tener una incidencia muy grande en carreras como el Tour de Francia.

Todo el mundo sabía que en semejante estado de forma Merckx no dejaba lugar a la sorpresa, que desde su punto de vista exponerse a un final igualado era un riesgo innecesario. El pelotón era consciente de que la carrera reventaría muy pronto. El propio Eddy se lo confesó horas antes a su abuelo en una conversación que mantuvieron en la salida sobre los grandes triunfos en Flandes.

“El lechero” no escuchó la conversación de Merkx con su abuelo pero no tenía dudas de cuál era su plan y dónde debía estar en el momento de la verdad. Por eso no dudó en salir detrás de él cuando aún restaban más de cien kilómetros para la línea de meta. En cuanto los ciclistas enfilaron el comienzo de los “muros” de adoquines decidió hacer la selección. El día era terrible, similar al de aquel domingo de 1969 en el que consiguió su único triunfo en Flandes. Frío, viento y lluvia. La carretera más peligrosa, el esfuerzo más grande. El pelotón empezó a hacerse pedazos y la mayoría de los corredores entendieron que aquel sufrimiento era innecesario. Los líderes resistieron durante unos kilómetros, pero antes de llegar al Mur de Grammont junto a Merckx ya solo quedaba Frans Verbeeck. Con ochenta kilómetros por delante “el caníbal” tiró como un poseso con la intención de librarse de su compañero de fuga. Su idea era conseguir un triunfo incontestable en Flandes, ante esos paisanos que no le consideraban “de los suyos” por no ser un flamenco. Pero Verbeeck, a quien vitoreaban desde los atestados costados de la carretera, aguantaba como buenamente podía hasta el punto de que Merckx decidió levantar un poco el pie a la espera del momento de soltar el zarpazo definitivo. No hablaron de nada, nunca se hablaba con Merckx en carrera, pero Verbeeck dio algún tímido relevo durante aquella galopada por las colinas de Flandes bajo una lluvia incesante, desmoralizadora. “El lechero” fue todo el día con el cuerpo al límite, llevado por el deseo de lograr la victoria más grande de su carrera pero con la duda de hasta dónde resistiría. Era consciente de que en una llegada a Meerbeke con Merckx también tenía las de perder, pero competiría por esa victoria en el mano a mano. No tenía un mal final y en esas circunstancias cualquier cosa era posible.

Pero el sueño duró hasta que a falta de cinco kilómetros Merckx soltó el último de los ataques, para el que llevaba guardando fuerzas casi hora y media. Se fue en solitario y Verbeeck solo pudo verlo alejarse de manera imparable. Su cuerpo ya no daba más. Había demostrado que su estado de forma era único porque solo así podía haber estado al lado de Merckx hasta esas alturas de la carrera. El tercer clasificado aquel día, otra “mula de carga” como Demeyer, llegó a casi cinco minutos del vencedor. “El caníbal” selló así su segundo triunfo en Flandes (sería el penúltimo “monumento” que ganaría en su carrera). Verbeeck llegó a poco menos de cuarenta segundos para firmar un excepcional segundo puesto. Llegó a la meta roto por el dolor, tanto que no era capaz de bajarse de la bicicleta. Tuvieron que ayudarle porque su cuerpo ya no tenía un gramo de fuerza y el frío y la lluvia lo había dejado aterido. Era como si le hubiesen caído diez años de golpe.

Cuando recompuso la figura mínimamente lamentó haber coincidido con esa versión de Merckx pero defendió orgulloso su carrera poniendo en valor lo que era correr contra un animal como aquel: “Es un ciclista increíble. Rodaba con dos dientes menos que yo y es capaz de ir cinco kilómetros por hora más rápido que el resto”. Frans Verbeeck corrió dos temporadas más (firmó otras dos clasificaciones entre los diez primeros del Tour de Flandes) pero el 6 de abril de 1975, del que el próximo domingo se cumplirán cincuenta años, tuvo claro que nunca conseguiría el sueño de ganar la prueba que persiguió durante su carrera. En el día que estaba destinado para él se lo impidió una bestia llamada Eddy Merckx. 

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