La «encerrona» que retrata a Rubiales aún más que el beso
Encerrar a una empleada en su despacho, rodeado de otros siete hombres, incluidos su padre y un amigo, resumen al personaje al que el fútbol español le entregó sus llaves.

Rubiales sale de la Audiencia Nacional junto a su abogada. / Efe
Sergio R. Viñas
Hace unos días, la presidenta de la Liga F, Beatriz Álvarez, recordaba en una entrevista en ‘El Mundo’ uno de sus primeros contactos con Luis Rubiales. Su llegada a la presidencia de la liga femenina coincidió el tiempo con la maternidad de su hija menor y trató de atender en las semanas posteriores algunas reuniones por videollamada. Pero Rubiales le dijo que muy mal, que ella a lo que tenía que estar, que era ser madre. Y que reuniones presenciales o nada.
«Su comunicación se caracterizaba por el uso de amenazas, chantajes y desprecio. Y esto se hacía aún más evidente en su trato con las mujeres», explicó en su momento Irene Lozano, quien fuera presidenta del Consejo Superior de Deportes. A su antecesora en el cargo, María José Rienda, cuentan que una vez le espetó algo como «niña, tú de esto sabes lo justito». «Me decía que me acercara, que había ido a ponerme las rodilleras. Me preguntaba de qué color traía la ropa interior», recordaba hace año y medio Tamara Ramos, quien estuvo a su cargo cuando era presidente de AFE.
Rubiales era y es lo que se trasluce de estos relatos. Nunca se esforzó demasiado por disimularlo. Más empeño pusieron en relativizarlo quienes le apoyaban, fueran por motivos políticos frente a «fachas», fuera por mero interés personal de quienes solo se preocupaban de seguir chupando del bote de la Federación. Tuvo que llegar ese bochornoso beso a Jenni Hermoso que ahora se juzga, esa mano agarrando sus genitales en el palco de Sídney, para que el mundo conociera lo que el mundillo conocía a la perfección. Y lo callaba, salvo honrosas excepciones.
Pues bien, por si eso no fuera suficiente, este lunes Patricia Pérez, exjefa de prensa de la selección, ha sumado un episodio más a la lista. El relato de un machismo menos evidente a simple vista, menos burdo, que el beso en la boca a Jenni Hermoso, pero mucho más intenso y estructural. La constatación del endiosamiento de Rubiales y del culto a su virilidad sobre el que cimentó su presidencia federativa.
‘Poki’, como se la conoce, le ha contado al juez algo que ya, a grandes rasgos, se conocía a través de filtraciones durante la instrucción, pero que cobra su verdadera dimensión al escuchar su relato en crudo. Contó que Rubiales le convocó a una reunión con el departamento de integridad, con el pequeño matiz de que no había nadie de ese departamento en la sala y de que la reunión se celebró en el propio despacho de Rubiales. Hasta entonces, dijo Pérez, jamás había sido ese despacho. No había sido digna.
«Estaban Pablo García Cuervo [exdirector de Comunicación de la RFEF], Enrique Yunta [actual director de comunicación deportiva], Javier López Vallejo [psicólogo], Chema Timón [exdirector de gabinete de Rubiales], su padre, un amigo íntimo de la infancia y Luis de la Fuente», ha enumerado la que era jefa de prensa de la Federación, sobre la «encerrona» en la que Rubiales pretendió que reflejara en el informe que ella había visto lo que a él le convenía y no lo que en verdad vivió.
Rubiales se rodeó de siete hombres, dos de ellos de su ámbito estrictamente personal y no profesional, los otros cinco con cargos federativos jerárquicamente superiores al de Patricia Pérez, dos de ellos sus jefes directos, para amedrentarla y conseguir que hiciera lo que ella quería. O intentarlo, pues ‘Poki’, según ha contado ante el juez, se negó a aceptar que los párrafos redactados por Rubiales eran de su autoría.
Como explicaba este domingo mi compañera María G. San Narciso, el beso a Jenni Hermoso «iba más allá del simple gesto de un gañán: era violencia sexual». Y, añadimos ahora, el reflejo desbocado, en un momento de máxima efusividad, de sentirse intocable y del machismo con el que Rubiales operaba en la Federación. Por eso, la «encerrona» que este lunes ha narrado Patricia Pérez, retrata a Rubiales aún más que el beso. Porque el beso ocurrió en un instante. La «encerrona» era su ‘modus operandi’ diario.
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