Ciclismo
Salvajada de Pogacar en el Mundial
El vencedor del Tour y del Giro se proclama campeón del mundo después de realizar una locura al atacar a 100 kilómetros de la meta de Zúrich sin respuesta de Remco Evenepoel ni de ningún otro favorito
Sergi López-Egea
Fue una salvajada. Cuando se creía que todo estaba inventado en el mundo del ciclismo o cuando un Mundial se ganaba al esprint o en la última vuelta al circuito, llegó Tadej Pogacar y escribió en Zúrich una gesta para recordar, una hazaña para ver y repetir a partir de ahora cada vez que se celebre un campeonato del mundo y para evidenciar una vez más que él es el mejor del planeta, un corredor llamado a ser uno de los mejores de todos los tiempos y el que crea espectáculo en cada carrera en la que participa.
Pogacar ganó el Mundial de la forma más inimaginable, más bestia todavía, para sorprender y sacar de sus casillas a todos los adversarios, los que a 100 kilómetros de la meta ya empezaron a comprender que debían pelear por la medalla de plata porque el oro tenía dueño, en una ofensiva que si la llega a hacer cualquier otro ciclista se habría definido como una locura, que adónde iba y que iba a malgastar fuerzas y, por supuesto, a hundirse cuando quedaba un mundo para terminar la prueba.
El ataque
A 100 kilómetros de la meta -y no es un error gramatical- Pogacar demarró del pelotón de favoritos para ir a la captura de los que iban escapados, entre ellos su compatriota Jan Tratnik y el francés de origen ruso Pavel Sivakov, compañero suyo en el UAE, que le prestó la ayuda necesaria para que la diferencia con los adversarios fuese lo suficientemente tranquilizadora para ganar el Mundial.
Por detrás, a partir de entonces, reinó el desorden. Bélgica quemó el equipo enseguida, Países Bajos hizo igual y Remco Evenepoel –“pensé que era un ataque suicida”-, al final quinto, lanzó un par de cohetes con la pólvora mojada. Pogacar, en cambio, en los últimos 70 kilómetros ya en solitario, corrió con la cabeza tras constatar que había hecho una locura, pero que sólo él podía convertir en una de las gestas más brillantes de la historia del ciclismo en un campeonato del mundo.
“Tal vez hice un ataque estúpido, pero me dejé llevar por la corriente. No estaba planeado ni mucho menos. Pero no me rendí hasta al final porque había venido aquí a por la victoria”, dijo Pogacar en la señal internacional de televisión.
Un hombre feliz
Era ya un hombre feliz. Porque una cosa es ganar un Mundial al atacar en la última vuelta, como hizo el año pasado Mathieu van der Poel, al final medalla de bronce. O conquistarlo al superar a los rivales en el esprint final, como realizó Alejandro Valverde en 2018. Pero hacerlo a100 kilómetros de la llegada sólo puede ser la obra de un artista, de un genio, de alguien que será recordado por muchos años.
En un Mundial no se recordaba cosa parecida desde que en 1980 Bernard Hinault logró el título en Sallanches, en los Alpes franceses. Sólo llegaron 15 corredores a meta, el astro bretón se fue comiendo a 14 de ellos poco a poco. Aquello también fue una salvajada. Ni antes ni después se había visto nada igual hasta que llegó la fecha del domingo 29 de septiembre de 2024.
“Fue tan duro como increíble porque llevaba muchos años sin centrarme en el Mundial al luchar por el Tour y otras carreras”. Pogacar llegó convencido de que podía vestirse con el jersey arcoíris, el que lo identificará durante un año como campeón del mundo. Hasta se permitió disfrutar en el kilómetro final, con la prueba sentenciada, para saborear el éxito de un año fantástico en el que ha conquistado también el Tour y el Giro, lo que hasta ahora sólo habían hecho Eddy Merckx en 1974 y Stephen Roche en 1987.
Temporada fantástica
Ganó el Mundial en una temporada en la que su peor resultado, si así injustamente se puede denominar, ha sido la séptima plaza en el Gran Premio de Quebec, una carrera de segundo nivel. Venció el campeonato del mundo en el año que se impuso en la Strade Bianche y en la Lieja-Bastoña-Lieja con ataques lejanos que sólo ciclistas como Merckx, Hinault o Jacques Anquetil, los héroes del pasado, se hubiesen atrevido a realizar.
“Me puse mucha presión, pero la realidad es que este año ha ido como la seda”, porque, aparte de ganar el Tour y el Giro, hacerlo con seis victorias de etapa en cada carrera, Pogacar se ha impuesto con la impresión de que lo hacía con una sola pierna en otras carreras como la Volta para convertir cada prueba en la que participa -aún le queda el Giro de Lombardía- en una salvajada donde sólo él gana y el resto debe conformarse con la segunda plaza (Ben O’Connor, en Zúrich) o en acabar entre los 10 primeros. Enric Mas fue octavo. Pogacar los sepultó a todos para entrar con más fuerza en una historia que ya lo empieza a contemplar como un mito del ciclismo.
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