Son solo ocho jornadas. Son ya ocho jornadas. La criatura de Benítez, aunque todavía tierna, ha insinuado sobradamente sus virtudes y defectos. Y están pesando más los defectos. El entrenador plantea con inteligencia los partidos contra rivales que quieren construir. Toma las propuestas ajenas y se las envenena. El entrenador maneja mal los partidos cuando ya ha adquirido la ventaja. La codicia lo paraliza. El Celta ha sacrificado su atrevimiento a cambio de una promesa de fiabilidad que no se está cumpliendo. A la plantilla le sobra ingenuidad y Benítez no ha sabido inculcarle oficio. Nadie sabe interrumpir el ritmo. Nadie sabe manejar los tiempos. Nadie se comporta con astucia. La criatura de Benítez acaba de nacer y como tantas otras en estos años de sufrimiento, tan diversas pero tan iguales, la muerte empieza a rondarla.
Inmovilidad táctica
El Almería estuvo a punto de remontar. El Barcelona remontó. Las Palmas remontó. El Alavés acarició la remontada. No sucede por casualidad. El rival se revoluciona en la desesperación. Agita sus líneas. Suelta las riendas. Trastoca su esqueleto. Es otro rival. Mientras, el Celta lo aguarda inmóvil en su trinchera, siempre el mismo. García Pimienta había modificado su parlamento táctico antes incluso del gol de Douvikas al retirar al ariete para introducir a Viera. Cambió su esquema. Dejó sin referencias claras por el centro a los tres centrales célticos. Obtuvo superioridad por las bandas. Benítez acertó en aquel descanso en Anoeta y a la postre ese acierto se ha girado contra él. En algún momento, en todos estos partidos, debió haber regresado a la defensa de cuatro.
Sin margen ni excusas
A Benítez lo protegen su contrato y su prestigio. Ha sido la apuesta más firme de la era Mouriño. Pero nadie, ni siquiera él, goza de margen infinito. El entrenador madrileño se ha cansado de repetir que el equipo viene de salvarse en la última jornada, extendiendo incluso la tradición agónica a los tiempos gozosos de Berizzo. Una insistencia para aliviarse que en realidad lo aprieta. Porque lo ficharon precisamente para que el Celta no tenga que salvarse en la última jornada; para que compita mejor, defienda con mayor rigor, rentabilice sus tantos, se comporte con eficacia... Todas aquellas fragilidades que se mantienen e incluso se han acentuado. Se ha instalado la opinión de que todos los males se deben al centrocampista que no llegó a ficharse; que el dibujo y la intención serían otros. Yo lo dudo. La imaginación proporciona las excusas más poderosas. Con todas sus carencias, esta plantilla tiene argumentos sobrados para habitar en la zona media.
Lastre mental
Hasta el partido contra el Alavés quedaba el consuelo del infortunio y los merecimientos. Los dos últimos partidos, aunque con lecturas y por causas diferentes, privan incluso de ese alivio. Poco importa cómo el Celta ha llegado hasta este trance. La dinámica negativa se encuentra en auge. Los jugadores, aunque se limpien la cabeza durante la semana, temen aquello que les beneficia. Desconfían de sus logros. Tiemblan cuando el reloj alcanza los últimos minutos. Nada aterra más que la costumbre. Perder tras estar en ventaja acentúa el sufrimiento. Benítez necesitará todo su carisma y su experiencia para reanimar al equipo. Incluso él, con todo su currículo, necesita resultados que alimenten su discurso. El partido contra el Getafe es clave por la urgencia matemática y por el parón que le sigue. Demasiado tiempo para pensar en miserias.
Ahora, el peor rival
Un partido clave, contra el peor adversario posible. El Getafe es la sublimación de todo aquello que al Celta le falta. Y con un fútbol que es el que peor se le acomoda. Porque fuera de casa o ante adversarios potentes, al menos, el equipo celeste se ha sentido cómodo en fases prolongadas. Ha moldeado victorias que después se le han caído de las manos. Pero el Getafe no intentará coser combinaciones que el Celta rompa para lanzarse al contragolpe. No dejará espacio a sus espaldas. Será un duelo a a cuchillo, de segundas jugadas y corrientes subterráneas, que se resolverá por los detalles. Y el infierno céltico está de momento empedrado con ellos.
Majestuoso Larsen
Ya que la medular no se reforzó adecuadamente, la dirección deportiva podía presumir al menos de eje defensivo y de delantera. Dos de las tres parcelas de la columna vertebral. El eje defensivo ha flaqueado. Solo Douvikas y Larsen avivan la esperanza. El griego lucha, rompe y define. Puede entenderse con un Larsen majestuoso. Un centímetro, una pierna contorsionada del central, los caprichos geométricos del palo o las cuestionables decisiones del VAR están impidiendo que culmine sus formidables actuaciones con un gran caudal goleador. A Larsen, antes o después, vendrán a buscarlo de la Premier, donde además los árbitros lo respetarán más.
El VAR, una autopsia
El trascurso posterior del partido aparta el foco del escándalo. El VAR nació, entre otras cosas, para certificar objetivamente si los goles están vivos o muertos. Se ha convertido en una autopsia insidiosa que provoca la muerte antes que limitarse a examinar las causas. Aceptando que a Bamba le faltó un centímetro ante el Mallorca, el VAR ordenó revisar los goles de Larsen a Madrid y Las Palmas por las razones que siempre se dijo que jamás serían válidas. Douvikas pugna con el defensa. Se agarran y desequilibran mutuamente. Nunca se debió aconsejar a Alberola Rojas que reinterpretase la jugada.