VELA
Vigo, campeón de la Copa del Rey: en las entrañas del Leviatán
Relato del trabajo previo y la semana mágica que han convertido al Palibex-Elena Nova en el campeón aplastante de la Copa del Rey con cuatro vigueses en su tripulación

El Palibex Elena Nova,en plena competición. | // NICO MARTÍNEZ / Armando Álvarez
Tarde del sábado. El Palibex-Elena Nova arriba a la dársena del Náutico de Palma. La tripulación se apiña sobre la borda de babor y alza los brazos. Entre los once regatistas, cuatro vigueses: Gonzalo Araújo, Javier de la Gándara y los hermanos Marcos y Pablo Iglesias. Acaban de proclamarse campeones de la 41ª Copa del Rey en ORC 1, la categoría principal. Cinco victorias parciales y un segundo puesto (7 puntos) retratan su superioridad. Incluso el Aifos patroneado por Felipe VI los ha observado desde la distancia (20 puntos). El Palibex ha surcado con serena majestuosidad las aguas baleares. Imposible descifrar, desde la costa o el desconocimiento, la febril actividad que cada regata ha implicado antes incluso de soltar amarras. Un barco de competición es polifonía y ballet; ciencia e instinto. Araújo revela las entrañas de ese Leviatán de fibra de vidrio y carne que ha devorado a sus contrincantes.
El Palibex-Elena Nova es un Swan 42, un modelo “tradicional, clásico”. Lo arma el alemán Christian Plump. En su entusiasmo ha contado con Rodri Sanz, hijo del expresidente de la Federación Española de Vela. Pablo y Marcos Iglesias se enrolarán pronto. Plump contacta con Gonzalo Araújo en noviembre de 2022. Poco a poco se va construyendo el proyecto. La Copa del Rey de 2023 se ha fijado como objetivo.
El Elena Nova participará en ORC 1, en tiempo compensado. Araújo hubiera querido hacerlo en tiempo real. Plump prefiere un enfoque más precavido: “En tiempo real es una guerra barco contra barco. Este año no querían. En tiempo compensado compites contra tu propia velocidad”. La elección determina la planificación.

Una de las regatas de la Copa del Rey. / Nico Martinez
La gestión de un crucero como este Swan 42, aunque de élite, resulta sencilla en comparación con los monstruos de la Vuelta al Mundo, que disponen de equipos de ochenta personas en sus bases, e incluso más en la Copa América. “Nosotros hacemos de todo”, describe Araújo. Deciden incluso qué lija se usa. Paso a paso se van definiendo los detalles en el ansia de arañar nudos y décimas: “Son horas de preparación del casco, los apéndices, la puesta a punto de palos y velas... Igual que en los deportes de motor, estás fastidiado si no te va la máquina. Con todo tan igualado, un 1 por ciento es muchísimo”. El factor humano también cuenta.
La dotación de un barco se divide en tres equipos. El táctico toma las decisiones del rumbo en función de la información que le transmite su navegante. En el “speed team” figuran el caña y los trimmers, que ajustan las velas, centrados en optimizar la velocidad. El grupo de maniobreros se encargan de las acciones físicas concretas, como subir velas y bajar boyas... Si al táctico se le requiere claridad mental, en los maniobreros se exige fortaleza física. El peso de la tripulación se ajusta al gramo. En el Elena Nova se reducirá la docena convencional a once regatistas. Mejoran así su rating, que es la medida del barco en función de su capacidad.
Christian Plump, como acostumbran ahora muchos armadores, ejerce de caña. A su lado Pablo y Marcos Iglesias como trimmers. Araújo será el táctico. Plump le permite elegir a su socio. Araújo descarta al navegante ya fichado, “muy técnico pero poco regatista”. Elige a Javier de la Gándara –hijo del legendario patrón de igual nombre–, de perfil opuesto.
La dialéctica entre el oficio y la tecnología distingue a la vela moderna. Araújo quiere “un buen regatista que se apoye en la electrónica” sin llegar a convertirse en un simple lector de datos; alguien que “vea la regata y sepa hablar” y al que pudiera bastarle un compás de marcaciones para efectuar sus cálculos si los aparatos contradijesen a sus ojos.
–Javi, vamos a lo esencial. No te despistes –le repetirá durante la Copa del Rey.
Aún falta para esa cita central. Las competiciones previas se enfocan como entrenamientos, si bien concluyen con victorias en Valencia y Palmavela. Los sensores ubicados en el Elena Novo desnudan sus cifras: “Optimizamos el barco, que tiene unas velocidades. Tienes que intentar que ande un poco más de lo que calcula el programa. Trabajamos mucho en el rating”. Pablo Iglesias se encarga de la tarea. A la vez se ha ido elaborando el “playbook”, el libro que adjudica nombres propios a cada maniobra. “El truco es que los tres grupos se integren bien a la vez que cada uno funciona por su cuenta. Por mucho que yo acierte en la táctica, nos quedaremos atrás si el barco no va rápido. E igual a la inversa”, aclara Araújo.
Al fin llega el momento que justifica el esfuerzo. Esta edición de Copa del Rey Mapfre será especialmente dura; más de seis horas en el agua durante siete días consecutivos en Palma, bajo un sol de justicia, a treinta grados de temperatura. Y en cada batalla se aplica al milímetro lo que se ha ensayado.
Los maniobreros llegan al club a las 9.00 y preparan el barco. A las 10.00 se congrega el resto. Táctico y strimmers deciden las velas, que en el Elena Nova se estrenan, en función del último parte meteorológico. A las 10.30 parten y se efectúa un calentamiento “para espabilar”, con amurados a babor y estribor. La eletrónica se revisa. “Son aparatos muy sensibles y hay que calibrarlos”.
La Copa del Rey incluye jornadas de dos regatas, a las 12.00 y a las 13.30, y tres, con la última a las 15.00. Cada una dura alrededor de una hora. El barco regresa a puerto a las 17.30 o 18.00. “Se hace durillo”, describe Araújo, de piel curtida en travesías oceánicas. Son diferentes ritmos. La Copa es frenética.
En cada regata Araújo guía a Plump hacia la salida, ajustando sobre el abismo del fuera de línea. Se sostiene sobre los datos que De la Gándara le proporciona.
–Vete por aquí, para el barco ahora en tres nudos, cae dos grados, mantenlo ahí, ahora apóyalo a sesenta para acelerar, ahora aorza para cortar la línea... –va recitando Araújo.

El Palibex, en aguas baleares. / Nico Martínez
La carrera está en marcha. Cada unos de los tres equipos mantiene su propio diálogo interno a la vez se comunican entre sí. Es una sinfonía humana bajo su apariencia de guirigay. De la Gándara filtra información y Araújo decide el rumbo. “Vamos con la mente fuera del barco”, resume. El caña y los trimmers administran ángulo y escora para alcanzar la velocidad que el táctico les ha pedido. Pablo Iglesias, al palo mayor, con los relojes, recita grados para que Plump mantenga al Elena Nova en su horquilla ideal. Los maniobreros ejecutan trasluchadas y demás. Hay que adaptar los rendimientos teóricos a la realidad cambiante.
–Vienen tres olas. Apoya un poco más para que el barco tenga más potencia –ordena Pablo a Plump.
–Engatilla el spi –se dicen entre los maniobreros.
–Faltan tres minutos para virar –anuncia De la Gándara a Araújo.
La música se traduce en la coreografía de los tripulantes moviéndose por la cubierta. “Actúas como un todo. Yo hago banda cuando es necesario. La clave es coordinarse bien”, detalla Araújo. Cada viraje es el momento crucial. El Elena Nova es más pequeño que sus rivales. Ha de buscar sus huecos. En zigzag, contra el viento, corre el riesgo de que lo desvienten. “Geometría y anticipación”, resume el táctico vigués. Los resultados coperos prueban su pericia. El barco responde: “Te perdona mucho con viento. A 15 nudos hemos sido imbatibles”. A veces, cierto, por escasos segundos.
El éxito también se cimenta en los intervalos en tierra. La recuperación prima.
–Vete a casa –le aconseja al rubicundo Plump al llegar a tierra, tras tanto sol.
La tripulación se congrega para el último “briefing” del día. Se repasan errores y aciertos. De la Gándara remitirá después una tabla con decenas de magnitudes. “Te vale para afinar, pero puedes perder mucho tiempo si no filtras bien. A veces no necesito verla; sé perfectamente cómo ha ido el día, qué pasó y los porqués”.
“Tras la reunión ya no hablamos de vela. Es malo pensar de más. Te saturas mucho y por la mañana necesitas llegar lo más fresco posible, con energía y ganas de navegar”. En Palma cenarán juntos en el mismo sitio y a la misma hora, 20.30. A las 22.30 todos habrán llegado a sus habitaciones de hotel. Mientras, miembros de otros barcos, especialmente los más jóvenes, disfrutan de las veladas sociales de la Copa, que acaban pasando factura. “En siete días se nota mucho. Nosotros pudimos mantener la intensidad. Eso te lo da la experiencia”.
El podio recompensa trabajo y austeridad. Constituye la culminación de la simbiosis entre barco y hombres. Esa criatura mestiza se deshace al día siguiente. Cada tripulante parte hacia su destino. Quizá ya nunca vuelvan a juntarse. Aunque efímero, nada borrará el recuerdo de su hermanamiento. Juntos han descifrado el viento y domesticado el mar.

La tripulación del Palibex celebra su victoria. / Nico Martínez
La victoria del Palibex en la Copa del Rey, en lo que se refiere a sus tripulantes olívicos, se enraiza profundamente. Tres títulos ha conquistado Gonzalo Araújo. Se estrenó en 2000 con el Fadesa de José Manuel Cardesín y en 2011 triunfó con el Bribón. Ha quedado segundo en otras cinco ocasiones, en quince participaciones. Su brillante palmarés incluye travesías oceánicas y los circuitos más prestigiosos. No es una excepción. Araújo forma parte de una generación irrepetible del Real Club Náutico de Vigo. Se alinearon talentos, intenciones y posibilidades. Muchos se han asentado en el oficio. Sus herederos prolongan la devoción de los mayores. El mar los reclama por igual. Los tiempos han cambiado, sin embargo. Han de contentarse con el amateurismo. Araújo recapitula a sus coetáneos: Pablo Iglesias, Víctor Mariño, Antonio Otero, los hermanos Viejo... Todos nacidos entre 1969 y 1973. “Salió mucha gente aquellos años. En el Náutico había un gran ambiente”. Cholo Armada supo alentar a sus chicos. Fichó como director técnico al gijonés José Santamarina, “un entusiasta” que en la escuela mallorquina de vela de Port Calanova había tenido entre sus discípulos al príncipe Felipe. Santamarina infundió su maestría. También Rodrigo Andrade, descartado de la carrera olímpica hacia Los Ángeles por una rotura, se aplicó en esa formación. “Hacíamos mucha vela ligera y tuvimos también la suerte de meternos bastante jóvenes en las regatas de cruceros con barcos como el Pairo de José María Lastra: Rías Baixas, Gondomar, Príncipe de Asturias...”, rememora Araújo. “Disfrutamos de una formación completa”. “Son coincidencias”, concluye. Lo cierto es que varios miembros del grupo, como el hiperactivo Mariño o Jaime Arbones, han podido construir sólidas carreras. Incluyendo a Marcos Iglesias, con quien Araújo también convivió mucho a comienzos de los noventa, en la clase Star. “Todos nos entendemos bien. Nuestra escuela fue buena. Otra gente llegó a la vela por el rollo social. Nosotros veníamos de navegar, navegar y navegar”. Sobre esa base común, cada uno se ha moldeado a su conveniencia. Pablo Iglesias, por ejemplo, se ha especializado como trimmer de mayor. Araújo, en cambio, se ha ido reciclando. Principalmente caña hasta la crisis financiera de 2008, la desaparición de los grandes patrocinios dejó los proyectos en manos de los armadores. Y estos reclamaron el timón para sí. Araújo pasó a llevar la mayor durante dos años en un TP52 brasileño. A ese catálogo de roles le ha añadido el de táctico. “Aunque siempre pensé que era mejor estar especializado, laboralmente tengo un abanico muy grande”, celebra. “Son diferentes estrategias”. La profesionalización proliferó en toda Galicia, como con el coruñés Chuny Bermúdez. No ha tenido continuidad con las últimas camadas; no, al menos, en semejante número. “Hay chavales pero no he visto un grupo tan grande que haya dado el paso. Son más amateurs. Gente como Luis Bugallo o Gerardo Prego, de Vilagarcía, navegan muy bien. Es otro perfil. Lo entiendo. Dedicarse a la vela es una apuesta arriesgada. Aunque si eres bueno, te irá bien con mayor o menor rapidez”.
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