Pachanga contra la soledad

Emaús organiza partidillos en Salesianos para favorecer la integración de personas en riesgo de exclusión social

Participantes en unade las últimas pachangasde Emaús en Salesianos. | // PABLO HERNÁNDEZ GAMARRA

Participantes en unade las últimas pachangasde Emaús en Salesianos. | // PABLO HERNÁNDEZ GAMARRA / Armando Álvarez

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Juegan al fútbol sala en el patio de Salesianos. Altos y bajos, pálidos y negros, hombres y mujeres. El color del peto los distingue a la vez que los hermana. Van rotándose sobre la cancha, entre gritos de ánimo y risas. Cuando todo termine, a la caída del sol, retornarán a sus vidas. Algunos, a la rutina convencional del trabajo y el hogar. Otros, al doloroso empeño de subsistir sin techo, salario o familia.Ese abismo consiste a veces en un simple mal día. Emaús, fundación que ayuda a personas en riesgo de exclusión social, organiza cada jueves esta actividad. De incorporación abierta, funciona como lugar de encuentro. Pachanguean contra la soledad.

Emaús nació en Euskadi hace 40 años. Cuenta con sucursal en Vigo desde hace 16. “Tratamos de acompañar a personas que se encuentran en situaciones muy complicadas”, resume Juncal Blanco, responsable en Galicia. Abarcan el catálogo de la desdicha humana: carencia de recursos económicos, deterioro de la salud física y mental, adicciones, dificultades de acceso a la vivienda... Situaciones que en ocasiones “se sostienen cuando hay una familia o amistades que te amparan. Cuando eso falla, todo se viene abajo”.

Juncal ha conocido todo tipo de biografías, desde las largamente torturadas hasta las de colapso súbito: “Ha cambiado mucho el perfil de las situaciones extremas. La experiencia de sucesos vitales estresantes pueden llevar a cualquiera a la calle. En el imaginario colectivo de la sociedad tendemos a pensar que la gente está así porque quiere, que no se deja ayudar. Se termina generando un discurso del odio. Ninguno de nosotros está exento de que nos pueda suceder en algún momento”.

Emaús ha enfocado su labor en “el sentimiento de soledad, la falta de apoyo, las dificultades de participación en la comunidad... Las relaciones ha cambiado vertiginosamente en los últimos años. Todo es muy inmediato en las redes. Los ámbitos de encuentro, interacción y ayuda mutua se han diluido mucho. Solo nos faltaba una pandemia y un confinamiento por el camino para que todo esto se recrudeciese más. Y para algunos con el factor añadido del estigma y el rechazo”.

Diferentes propuestas

“El Estado no garantiza una cobertura. Hay una vulneración constante de derechos”, advierte Juncal. La sociedad civil actúa a través de acciones como el programa Participa de Emaús; creado en 2019, promueve “encuentros improbables”, según detalla Juncal: “A través de propuestas artísticas, deportivas o de recuperación urbana generamos un espacio en el que coinciden personas que de otra manera sería imposible que se conociesen”.

La pachanga es una de esas herramientas, especialmente eficaz. “En otras actividades cuesta más. Aquí todo fluye de una manera natural”, celebra Juncal. Se inició también en 2019 y se ha retomado al desaparecer las restricciones del COVID. Se celebra cada jueves, de 19.30 a 21.00, accesible a cualquier interesado. Salesianos aporta la cancha. Colaboran Abertal, Asociación Provivienda y la Fundación Juan Soñador, de acogida a extranjeros. Emaús la publicita en sus canales de difusión y en carteles por el barrio –la propia fundación tiene su sede en Ronda de Don Bosco–. Durante estos años alrededor de 40 personas han participado: “Lo interesante es que se vayan manteniendo. Pretendemos que se creen vínculos”.

Adrián Bernárdez, con un pequeño participante en la pachanga.

Adrián Bernárdez, con un pequeño participante en la pachanga. / PABLO HERNANDEZ GAMARRA

De la gestión directa de la actividad se encarga Adrián Bernárdez, capitán del Alerta. Él distribuye a los jugadores y ordena los ritmos. “Es un reto. Nos juntamos mucha gente de muchos sitios”, explica. “Siempre insistimos en que lo importante es venir a pasarlo bien. Y a veces cuesta. Pero al acabar el partido todos estamos contentos. Con el paso del tiempo se está generando un grupo de confianza. Es lo bueno del deporte. Hacer equipo une”. Relata el caso de un senegalés sin permiso de residencia que intimó con un profesor estadounidense, que lo enroló en su propio equipo.

Al propio Adrián le resulta útil: “Siempre me consideré supercompetitivo. Esa mentalidad te puede traer cosas positivas pero también jugar por placer y no darle tanta importancia a una derrota o a una victoria. Esta pachanga me lo hace pensar muchas veces. Ves a gente que gracias a esto sale de casa. ¿Qué mas me da el resultado? Te proporciona una perspectiva”.

Miguel se incorporó a la pachanga hace dos meses. “Tuve una vida un poco destructiva”, confiesa. Resume lo que se adivina complejo: “Estuve en prisión 20 años por drogas y esas cosas de la vida”. Se desenganchó en un centro de A Golada y conoció Emaús: “Hice un curso con ellos. Vi que son gente que ayuda a los demás. Los apoyo en todo lo que me piden”.

Miguel había jugado de joven en el Tomiño. “Lo que pasa es que ahora tengo 60 años”, se excusa sobre su supuesta baja forma. En realidad, se siente más pleno que nunca. “Empiezo a vivir mejor. No es que cobre mucho, una ‘risga’ de esas. Lo voy llevando. Si me vienen problemas de consumos trato de ir a psicólogos de Cedro”.

“Esto es una manera de evadirte un poco”, acepta, señalando a los que pelotean a su espalda. “El aburrimiento es malo. Demasiado tiempo solo, para pensar. Es mejor tener algo que te guste. En la pachanga haces nuevos compañeros. Lo estoy disfrutando y quiero seguir así”.

Mamparas rotas

Iván se mantiene fiel a la pachanga desde su nacimiento. Él disfruta de un contexto socioeconómico estable. Se lo propuso Juncal “por conocer otras realidades. Y es bastante enriquecedor. Al fin y al cabo el deporte iguala a todo el mundo. Dejamos al lado nuestros problemas, obviamente en mayor o menor medida, durante hora y media”. Destaca: “Inconscientemente a veces colocamos una especie de barrera, una mampara de cristal con nuestros prejuicios. Aquí se derrumba, el balón rueda y todos somos amigos”

Pili se cuenta entre las recién llegadas. Milita en un equipo, O Curruncho dos Titos, que juega en ligas locales y montó un puesto en A Reconquista. Allí conocieron a Juncal. “Nos preguntó si queríamos participar y por supuesto que sí. Nos hemos encontrado un ambiente maravilloso. Por eso repetimos”. Reflexiona sobre los caprichos del destino: “De hecho yo ahora mismo estoy desempleada. No estoy en una mala situación, pero cualquiera nos podemos encontrar así. Lo importante es compartir”.

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