“Soy un ciclista, no una motocicleta”

Las Tres Cimas de Lavaredo, donde el pasado viernes los corredores del Giro declararon una absurda tregua, fue escenario en 1968 de un momento clave en la historia del ciclismo y de Eddy Merckx

El joven Merckx, tras cruzar la línea de meta en las TresCimas de Lavaredo.

El joven Merckx, tras cruzar la línea de meta en las TresCimas de Lavaredo.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Las Tres Cimas de Lavadero, el puerto que hasta 1919 formó parte de la frontera entre Italia y Austria, fue meta el pasado viernes por séptima vez de un final de etapa del Giro de Italia. Un día decepcionante por el escaso espíritu de lucha de los corredores, una deshonra para un lugar sagrado que en 1968 fue escenario de un episodio legendario en la historia de este deporte. La subida infernal que conduce al Refugio Auronzo, a 2.300 metros de altitud, se había estrenado en el Giro en 1967 con triunfo de Felice Gimondi, el “Cartero de Sedrina”, pero los resultados se habían anulado porque los comisarios advirtieron que durante la ascensión los aficionados empujaron de manera exagerada a buena parte de los corredores. Decididos a corregir esa anomalía pero volver a disfrutar del puerto, la organización incluyó las Tres Cimas de Lavaredo en el recorrido de la edición del año siguiente.

A ese Giro asomaba por primera vez Eddy Merckx. El belga, que para entonces estaba a punto de cumplir los 23 años, ya tenía en su palmarés, además de numerosos triunfos de menor calado, la Milán-San Remo de 1966, el Mundial en ruta de 1967 y unas semanas antes se había adjudicado la París-Roubaix. Para Faema, el equipo italiano en el que corría, llevarle al Giro era casi una exigencia del contrato por lo que Merckx se preparó a conciencia para competir en su primera gran vuelta por etapas. El Tour se había descartado porque se consideraba demasiado joven para afrontar dos retos semejantes en una misma temporada. Además, había importantes incógnitas por desvelar. Hasta entonces se sabía que era un potro desbocado en casi los terrenos, pero le faltaba por pasar el examen de la alta montaña, de los encadenados de puertos y de las carreras de tres semanas en las que el cansancio acumulado se acaba cobrando su factura en los últimos días de competición. Para él había llegado el momento de obtener esas respuestas.

Merckx aún no era el líder indiscutible del equipo. En Faema ese papel correspondía a Vittorio Adorni, que a sus treinta años buscaba su segundo Giro de Italia y tenía como otra de sus tareas esenciales la de tutelar al joven Eddy que siempre le llamó el “proffesore”. Esa un hombre afable, comprensivo, con un profundo espíritu combativo, que supo asumir el papel de maestro de quien tenía tantas cosas por aprender y que fue capaz de acelerar un proceso que a otros corredores les lleva mucho más tiempo. El propio Adorni lamentaba que su inexperiencia le costó perder dos Giros. Una de sus primeras enseñanzas fue algo tan sencillo como hacer la maleta porque a la salida del Giro de 1968 Merckx se presentó cargado con tres maletas y ropa suficiente para hacer un largo viaje de vacaciones. Adorni, que falleció a finales de 2022, le contó a William Fotheringham que escribió un magnífica biografía sobre Merckx, que al verle lo primero que le dijo fue: “¿Te vas a las Bahamas?” El belga desconocía aún esos pequeños secretos que Adorni fue desvelándole: “Vas a estar metido en una pequeña habitación con un compañero durante tres semanas y lo único que necesitas es ropa para un par de días que te permita hacer y deshacer la maleta en un momento”. Merckx se resistió en principio, pero finalmente fue el propio Adorni el que redujo todo su equipaje a un solo bulto y guardó el resto de sus cosas en la furgoneta del equipo.

En carrera Adorni tenía que tirar continuamente de las riendas para frenar a Merckx que sentía la necesidad de atacar en cualquier momento. Tenía la energía y el descaro para hacerlo de forma continua. Así se apuntó dos de las primeras etapas gracias a su poderoso final y llegó a vestirse de rosa a lo que Adorni le preguntó: “¿Pero no quedamos que íbamos a estar tranquilos?” Merckx disfrutaba con aquella situación aunque el verdadero examen estaba cada vez más cerca.

Se llegó así a la duodécima etapa. La carrera ya había superado dos etapas de montaña con victorias de Julio Jiménez y de Emilio Casalini, pero la general estaba muy apretada. El líder era Michele Dancelli de quien se sabía que no sería capaz de superar las grandes etapas en los Dolomitas. Por detrás de él, a muy poca ventaja, marchaban agrupados Merckx, Adorni, Jiménez, Gimondi, Gianni Motta, Zilioli…la colección de aspirantes a la victoria final. El 1 de junio había mal tiempo, algo que se ha convertido en un clásico en la historia del Giro de Italia pese a a fecha en la que se disputa. En Gorizia, punto de partida de la etapa, llovía de forma abundante y la situación fue empeorando a medida que la carrera iba ganando altura. Ese día se subían cuatro puertos de extrema dureza, sobre todo el Tre Croci y las Tres Cimas de Lavaredo. Se organizó una fuga de seis corredores que tomaron una ventaja gigantesca y entre los que se suponía estaría el ganador de la etapa. Ninguno de ellos era importante para la general. Merckx estaba impaciente por declarar la guerra y Adorni, dando pedales a su lado, le retenía.

“Esto es muy largo Eddy, son 250 kilómetros de un desnivel enorme, hay que guardar fuerzas”

“Esto es muy largo Eddy, son 250 kilómetros de un desnivel enorme, hay que guardar fuerzas”, le insistía el italiano. Aún así Merckx decidió marcharse en solitario lo que provocó que Adorni reclamase a Giacotto, el director del Faema, que le frenase de inmediato. Hubo discusión entre el coche y el belga que se negaba a hacer caso a las órdenes de equipo hasta que finalmente le convencieron de que esperase de nuevo por el pelotón de favoritos. Para que aquello no fuese una situación muy ridícula simuló una avería en su bicicleta para dejarse atrapar.

En la subida a Tre Croci los escapados tenían diez minutos de ventaja. Estaban en la segunda mitad de la ascensión cuando Adorni miró a Merckx y solo le dijo una palabra: “Ataca”. El belga salió como un cohete. Apretaba el frío y la lluvia había comenzado a convertirse en aguanieve que pronto acabaría por congelarse. A Merckx no parecía importarle mientras volaba en busca de la cumbre. Gimondi trató de irse con él y le tuvo durante un tiempo a la vista, pero pronto tuvo que resignarse a hacer su carrera y esperar otra oportunidad. Adorni, más cauto, esperó al hundimiento de Gimondi para convertirse en el solitario perseguidor de su compañero de equipo. Tal vez podían haberle frenado para que ascendiesen juntos, pero ya no tenía mucho sentido viendo la fortaleza del belga que en su primer gran examen en la montaña estaba dando una lección apabullante. Merckx hizo la ascensión a las Tres Cimas de Lavaredo como si no sintiese el frío ni los copos de nieve que caían sobre él. En esos últimos diez kilómetros fue atrapando uno a uno a los integrantes de la escapada que ya no podían con el alma. La carrera estaba hecha pedazos. El belga aún no era el “Caníbal” (ese apodo llegó con el tiempo y sobre todo gracias a su comportamiento en el Tour) pero empezaba a dar muestras de la clase de corredor que era. Su imagen con los brazos al aire, sin querer abrigarse, en medio del temporal de nieve y frío es pura historia del ciclismo. Merckx cazó a todos los integrantes de la escapada, el último fue el modesto Polidori a solo dos kilómetros de la meta. Allí le cubrieron con mantas de inmediato tras apuntarse una victoria de etapa que era mucho más que eso. Las diferencias eran asombrosas: Adorni acabó a más de tres minuitos, Motta y Zilioli a casi cinco, Gimondi a siete…el gran favorito al triunfo final, que venía de conquistar la Vuelta a España, llegó a pedir perdón en la televisión tras haber recibido semejante repaso de un recién llegado.

El joven Merckx, tras cruzar la línea de meta en las TresCimas de Lavaredo.

El joven Merckx, tras cruzar la línea de meta en las TresCimas de Lavaredo. / juan carlos álvarez

En Lavaredo, junto al Refugio Auronzo a más de dos mil metros de altitud, Eddy Merckx no solo había sentenciado el Giro de Italia de 1968 –el resto de la carrera hasta Nápoles, punto final de la carrera, fue un verdadero trámite– sino que se había convencido de que la alta montaña, los interminables encadenados de puertos, no serían tampoco un obstáculo para él. El ciclismo sabía que llegaba un prodigio capaz de ganar en terrenos muy diferentes, pero faltaba por verle en ese escenario. El gran Eddy estaba preparado para el Tour de Francia al que acudiría por primera vez la siguiente temporada (para ganarlo). De aquella tarde en las Tres Cimas de Lavaredo, historia del ciclismo, queda seguramente una de las grandes frases de la historia de este deporte. Adorni, que sería al final segundo en la general del Giro de Italia a más de cinco minutos de su joven compañero de equipo, llegó a meta y tras abrigarse y recuperar el aliento después de semejante esfuerzo, se encontró con los periodistas que le preguntaron el motivo por el que no fue capaz de marcharse con su joven pupilo. Su respuesta es difícilmente mejorable: “Soy una ciclista, no una motocicleta”.

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