Brian Clough, tan genial como irritante, solía decir en sus años de comentarista televisivo de los partidos de la selección inglesa –aquellos días en los que soñaba con heredar el puesto de Alf Ramsey y resultó que sentaron en su lugar al tipo que más odiaba–, que la elección más sencilla para un seleccionador siempre era la de los delanteros: “Sobre las demás posiciones podemos discutir cualquier cosa, pero para el ataque basta con comprar el periódico y saber leer la tabla de goleadores”. Luis de la Fuente –que no tiene mucho que ver con Brian Clough aunque ayer le habría venido bien su carácter para sacarse de encima a la jauría que se le lanzó al cuello a cuenta de la ausencia de Sergio Ramos– resulta que sí curiosea en la lista de los mejores goleadores y ha decidido poner fin a la mayor afrenta que seguramente ha sufrido un futbolista en la historia reciente de la selección.
Vuelve Iago Aspas cuatro años después de su injustificable olvido. Su retorno simboliza el ansiado regreso de la meritocracia a un equipo que durante el último lustro trató de vender muchas de sus (caprichosas) elecciones como paso imprescindible para alcanzar metas extraordinarias, imposibles de coronar con el “anticuado” sistema de llevar simplemente a los mejores en cada momento. Aquel proyecto “revolucionario” e imposible de descifrar para el común de los mortales solo trajo líos, polémica, un juego que levantaba dolor de cabeza y resultados decepcionantes. Iago Aspas fue de largo el gran damnificado de ese plan. Ninguna ausencia dolía tanto como la suya. El mejor goleador español de la última década, el delantero diferente, talentoso, el último hijo de ese fútbol de la calle condenado a la desaparición, fue arrinconado por el establishment en 2019 tras un partido ante Islas Feroe y vio pasar de largo una Eurocopa y el último Mundial pese a que cada año acudía a Madrid a recoger el galardón que le distinguía como el mejor goleador nacional. Una paradoja que en cualquier otro país hubiese hecho colapsar a la Federación de turno.
Luis de la Fuente, independientemente de los planes que tenga de cara al futuro con Iago Aspas, ha decidido saldar una deuda con el moañés y premiar su talento. Lo fácil para el seleccionador –lo previsible, si me apuran– era mantenerlo fuera de este proceso que conduce a la próxima Eurocopa. Con 35 años a cuestas podría ser comprensible e incluso bueno estratégicamente para él porque la edad de Iago iba a ser utilizada como argumento para atizarle por la ausencia de Ramos. De la Fuente sabía que le lanzarían el carnet de identidad de Aspas a la cara, podía haberlo sacado de la ecuación, pero aún así tomó la decisión de reparar, en la medida de lo posible, el agravio sufrido durante este tiempo. Un necesario acto de justicia que no sabemos cuánto durará, pero que le dignifica como seleccionador.