La pasión es un misterio. Nace o se adquiere. Florece o late. A veces se convierte en profesión y a veces se abandona, ulcerándose en el remordimiento. Rara vez las pasiones resultan compatibles. Llegan a absorber tanto que asfixian. Demandan y agotan. Marina Gea sí comparte amores. Juega al baloncesto de élite en Vigo y estudia cuarto de Medicina en Granada. Entrena y estudia. Juega y se examina. Algunas semanas ha cruzado la península varias veces para compaginarlo todo. El milagro de su bilocación se explica en el entusiasmo y en el orden. “Horas no tengo muchas y tienen que ser productivas”, resume la escolta celeste.
Nazarí enérgica y pizpireta, todo en ella se condensa. Marina, por mucho que retroceda en su memoria, solo se recuerda queriendo ser médica. “Es vocacional; algo que tengo claro desde pequeña”, asegura. “Viene de familia”. Su padre, Eduardo, lo es de cabecera. Su madre, Patricia, es patóloga. Y aún abundan: abuelos y tíos, cirujanos, traumatólogos... Deduce: “Supongo que es por lo que he visto en casa. Pero jamás he tenido presión“.
Si esa pasión se hereda, la del baloncesto obedece al destino o la casualidad. Marina jugaba a tenis. Los entrenamientos dominicales se le antojaban aburridos. “Yo quería jugar a algo con más gente”, relata. Las amigas de Agustinos militaban en el equipo de baloncesto. La enrolaron en 4º de Primaria. En las canchas de su colegio creció, combinando canastas y sobresalientes.
“El baloncesto me llenaba y siempre he tenido buenas notas. Lo llevaba a la vez y lo veía normal”, resume. En el camino, sin embargo, se le avecinaban las encrucijadas. Su talento baloncestístico había comenzado a trascender. Al concluir 1º de Bachillerato, Bembrive y Logroño la quisieron fichar. Y aunque la aventura le tentaba, “el tema académico pesó bastante”.
–Marina, vuelve a tierra –cuenta que se dijo a sí misma.
Rechazó las ofertas. Prefirió concluir Bachillerato en Agustinos, aprobar Selectividad y garantizarse la plaza en la Facultad de Medicina de Granada. Por esa misma hoja de ruta, tan claramente diseñada, ya había renunciado siendo cadete a cualquier beca universitaria estadounidense. Una agencia especializada en la recluta había propuesto sus servicios a las jugadoras de la selección andaluza. “Pregunté. Medicina se estudia allí de manera distinta. Los cuatro primeros años son de Biología. Cerré esa opción sin ningún apuro”, asegura.

“Quería estudiar. Yo sabía que si mi momento en el baloncesto tenía que llegar, llegaría”, afirma que intuía. En esa búsqueda de “equilibrio”, su camino aún pasaba por casa. El RACA Granada la fichó a la vez que obtenía plaza en Medicina. Todo se le alineaba de manera coherente. “Creía que era un buen momento para saltar de categoría y probar algo más profesional. Se dio bien”, agradece.
Aunque seguía también anhelando experimentar la independencia, de 2019 a 2022 consideró más apropiada la estabilidad deportiva y académica: la seguridad que necesitaba en el primer curso, las complicaciones propias de la pandemia en el segundo, la ambición del proyecto del RACA en Liga Challenge en el tercero... Se convirtió en una pieza importante de la rotación a la vez que sacaba puntualmente las materias.
Ese escenario ideal se desmoronó cuando la directiva del RACA renunció a Liga Challenge para salir en Liga Femenina 2. El director deportivo del Celta Zorka Recalvi, Carlos Colinas, estuvo atento. La entrenadora, Cristina Cantero, llamó a Marina. “Me había planteado seriamente salir. Me apetecía vivir nuevas experiencias. Y salió la oportunidad del Celta”, narra. “Tuve clara mi decisión desde el primer momento en que hablé con Cristina. Me gustó muchísimo lo que me contó. Es un proyecto de gente joven. El primer objetivo es que mejoremos nosotras, el desarrollo de la jugadora, y luego evidentemente el resultado del grupo. Era el sitio adecuado”.
–Y tienes 21 años –volvió a decirse en ese permanente diálogo consigo misma.
Solventado su destino baloncestístico, quedaba por solucionar el académico. Sin Medicina en Vigo, era además tarde para gestionar el traslado de expediente a Santiago. Así que ha organizado un sistema de estudio, ya en 4º de carrera, que involucra a una red de colaboradores. “Al hospital no vamos hasta 5º o 6º. He solicitado la evaluación única. No tengo que asistir a clases, prácticas o seminarios. Me examinan de cada cosa. ¿Cómo se consigue? Teniendo muy buenos amigos”, revela.
Esos amigos la mantienen al día. La llaman para hacerle resúmenes. Le pasan los mejores apuntes a sus padres, que se los remiten a Vigo. “Y yo me tengo que organizar, sabiendo que tengo que entrenar todos los días, pero también sacar un rato para estudiar. Me voy acomodando”, indica. “Intento ser constante. Aunque me dé pereza, debo hacerlo. Sé que no me dará tiempo si lo dejo todo para el último mes, que es cuando la gente se encierra porque no tienen otra cosa que hacer. Cuando llega el periodo de exámenes, mi vida deportiva sigue. Estudio lo que realmente me gusta, así que todo se hace más ameno. Al empezar sientes que no te van a dar las horas, pero la clave es que sean útiles”.
Acaba de concluir el primer cuatrimestre, con tres aprobadas y pendiente de una nota. A las pruebas ha tenido que presentarse físicamente, sin que los profesores aceptasen concentrárselas para ahorrarle kilómetros. “En la universidad quieren que todo vaya según el protocolo. En parte lo entiendo. Algún profesor comprende mi situación, dice que tengo mucho mérito pero que no puede hacer nada”.
En la primera semana de enero, por ejemplo, jugó el domingo en Paterna, el martes viajó a Granada, se examinó el miércoles y retornó a Vigo el jueves a tiempo de entrenar ya de cara al partido del sábado. Y así durante tres semanas consecutivas, volando de Vigo a Granada con escala en Madrid o directamente desde Santiago, rascando además los minutos posibles para “cargas pilas con la familia”.
“Con el Celta se había hablado desde el principio. El club no ha puesto ningún problema”, destaca. El trajín tampoco le ha impedido desempeñar un papel principal en los esquemas de Cristina Cantero. Promedia 5,6 puntos, 1,1 asistencias y 2,7 rebotes en más de 16 minutos por partido. ”El equipo es muy guay. Todas compartimos los mismos objetivos. Sabemos que individualmente nos queda mucho por crecer. Al final cada pequeña mejora que consigamos cada semana también mejora al grupo. La liga está bonita, apretada por arriba y por abajo Estoy muy contenta en el Celta”.
En el vestuario conviven profesionales con estudiantes. “Las extranjeras flipan un poco con que me tenga que ir a mitad de semana a un examen y luego vuelva a entrenar”, confiesa con buen humor. “Lo intento llevar con normalidad. Es lo que me ha tocado”. Marina comparte piso con Regina Aguilar y Elba Garfella: “Me miman. Me preparan meriendas especiales en las semanas de exámenes y me apoyan muchísimo. Estoy muy feliz en Vigo., Eso lo hace más llevadero”.
Aunque la última derrota en Ferrol aleja el ascenso directo, el play off de ascenso es una hipótesis más que probable. El horizonte, a medio y largo plazo, está ahora envuelto en brumas: Liga Endesa, Pediatría o Medicina del Deporte... Marina se consiente vivir en el instante: “Intento no pensarlo mucho e ir día a día. El desconocimiento de qué va a ser de mí me genera un poco de agobio. En junio o julio ya estaré en Granada, con tiempo para pensar y organizar cómo hago el año que viene”, detalla Marina. “Pero yo quiero seguir jugando, Liga Challenge o lo que sea. Igual toca sacrificar un poco la carrera. Compaginaré todo lo que pueda”.