Historias irrepetibles

Los hermanos Walter

Tras un nuevo batacazo en un Mundial, Alemania sueña con un renacimiento como el vivido en la década de los años cincuenta cuando Herberger puso la selección en manos del esqueleto del Kaiserslautern que lideraban Fritz y Ottmar Walter

Equipo titular del Kaiserslautern, campeón por primera vez de Alemania en 1951.

Equipo titular del Kaiserslautern, campeón por primera vez de Alemania en 1951. / FdV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Hace unos días, en medio de la decepción alemana por su participación en los últimos dos Mundiales en los que se regresó a casa después de la primera fase, un veterano comentarista de la televisión dijo que el país necesitaba a nivel futbolístico una reflexión profunda y, a ser posible, la aparición de un nuevo Kaiserslautern, el equipo que después de la Segunda Guerra Mundial levantó el fútbol de su país para llevarlo al reinado mundial.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Kaiserslautern era una pequeña ciudad de apenas sesenta mil habitantes que trataba de levantarse de aquel calvario con la esperanza de construir un futuro esperanzador para sus vecinos. Lo mismo sucedía en el Betzenberg, el “Betze” como lo conocían familiarmente sus aficionados, el estadio en el que jugaba el modesto equipo de la ciudad. El Kaiserslautern, nacido en 1900 y siempre lejos de las peleas por los títulos, intentaba recomponer su plantilla después del devastador efecto que había tenido la guerra en ellos.

El caso más llamativo era el de Fritz Walter, el chico que había aparecido a finales de los años treinta para convertirse en el primer internacional de Alemania en la historia del club. Antes de que Europa se convirtiese en un incendio devastador, Walter representaba la mayor esperanza de su club y de la selección germana. Pero ya habían pasado seis años desde entonces. Fritz Walter ya no era ni de lejos la misma persona. De hecho, estaba de vuelta en casa de verdadero milagro. En 1942 su condición de internacional, como sucedió con numerosos deportistas de élite, no le impidió que fuese movilizado. Combatió en diversos escenarios durante aquellos tres años hasta que en 1945 poco después de la caída de Berlín a manos de los rusos fue capturado y encerrado en un campo de prisioneros en Rumanía donde contrajo la malaria y su salud quedó seriamente tocada. Su destino final era un gulag en Siberia. Pero un golpe de suerte le acompañó en ese momento: el tren que le llevaba junto a centenares de compañeros de armas se detuvo en Ucrania y permitieron a los prisioneros que bajasen. Un grupo de soldados estaba jugando un partido de fútbol y el balón llegó a Walter que lo devolvió después de darle unos toques. En ese momento se le acercó un soldado húngaro que le dijo “yo te conozco. Eres Walter, te vi jugar un partido con Alemania contra Hungría hace unos años”. Aquel fue su ángel de la guarda. Se fue en busca de los mandos para decirles que había un error en su documentación y que en realidad era austríaco. La cuestión es que unas horas después el tren arrancó sin Walter, que permaneció un tiempo en aquel campo hasta que finalmente fue devuelto a su casa.

El plan de Fritz Walter era recuperar su vida y eso pasaba también por volver a jugar al fútbol aunque su cuerpo ya no era el mismo. La guerra, el hambre, la enfermedad, el desgaste… le habían debilitado pero aún era joven. Su caso fue parecido al de tantos otros compañeros en el Kaiserslautern. Ottmar, su hermano pequeño, también pasó por el trance de ser movilizado aunque en tareas de intendencia lo que le permitió estar algo más alejado del frente. Algunos otros no volvieron o lo hicieron en malas condiciones. Fue el caso del tercer hermano Walter, Ludwig. Era el mediano y también sobrevivió a los combates, pero cuando volvió a saltar a un campo de fútbol sintió que aquello era imposible para él. Ni sus piernas ni su cabeza podían por lo que decidió dar un paso al lado para centrarse en el entrenamiento de jóvenes y en potenciar la estructura administrativa del club.

Con los hermanos Walter al frente, el Kaiserslautern comenzó a reconstruirse con la llegada de jóvenes futbolistas salidos casi todos de la ciudad o de las localidades más próximas. La intención era estar en condiciones de competir en 1947 que era cuando estaba previsto que el campeonato alemán se pusiese de nuevo en marcha. Eran los tiempos de la Oberliga, los torneos regionales que conducían a una final nacional con los representantes de cada uno de los cuatro territorios. Fue así como bajo el mando de Richard Schneider el Kaiserslautern empezó a armar un equipo de garantías con el portero Adam, los hermanos Liebrich (Werner y Ernst), Werner Kohlmeyer, Bernhard Fuchs, Erwin Scheffler y Horst Eckel, un jugador al que reclutó personalmente Fritz Walter después de verle en un partido de aficionados y quedarse impresionado tanto por su delgadez como por su capacidad para atacar..

Aquel Kaiserslautern no tardó en dejar claras sus intenciones. Ganó en 1947 el primero de sus campeonatos regionales de Renania. Pocos podían imaginar lo que vendría después porque hasta 1957 solo cedieron uno de los títulos en su territorio, el de 1952. El resto cayeron de su lado en una etapa repleta de éxitos que sirvió también para devolver el orgullo a una ciudad que convirtió a sus “diablos rojos” en su principal bandera.

Alemania ganó su primer Mundial con cinco jugadores del Kaiserslautern

Al equipo le faltaba ganarse ese reconocimiento a nivel nacional. Estuvieron a punto de lograrlo en la final de 1948, el primero que se disputaba tras la guerra pero en un polémico partido el Nuremberg se impuso por 2-1 y dejó al Kaiserlautern con el ánimo de desquitarse cuanto antes. Tuvieron que esperar porque, aunque su presencia ya era habitual en esa final, se les resistía el último y decisivo paso. En 1951 se acabó la espera. Llegaron con algunos problemas a la final contra el Preuben Munster, un conjunto que había asombrado por su facilidad para anotar durante el último año. Las dudas tenían que ver con el estado físico de Ottmar Walter, que sufría una hernia discal, y los fallos que el portero Adam había tenido en los últimos partidos. Tanto que Schneider tomó al decisión de darle la alternativa a un joven guardameta en las finales que se jugarían en Berlín. Aquello provocó que Adam, malhumorado, se marchase del equipo dando un portazo. La historia no acabaría ahí porque la normativa impedía jugar la fase final a un futbolista que no hubiese disputado un mínimo de partidos en el torneo regional y el nuevo portero no cumplía esa premisa. Schneider, tras reponerse del susto de cometer alineación indebida, se vio unos días después corriendo detrás de Adam para pedirle que regresase a la portería y que pelillos a la mar. La cuestión es que en la final de Berlín, Ottmar Walter, pese a sus problemas de espalda, marcó el gol de la victoria y Adam realizó en el tramo final un par de intervenciones salvadoras. El Kaiserlautern al fin era campeón de Alemania. El recibimiento en la ciudad fue inolvidable, con los futbolistas paseando en descapotables por el centro. De alguna manera ese triunfo ayudó a relanzar una ciudad que recuperó buena parte de su orgullo. La década de los cincuenta fue especialmente productiva para ellos: llegó la Opel a instalar una gran factoría y en las afueras de las ciudad se levantó la base militar de Ramstein, la más importante que Estados Unidos tiene en Europa y que provocó que Kaiserlautern pasase a tener una gigantesca comunidad estadounidense. El equipo de fútbol también siguió creciendo y en 1953 sumó el segundo título nacional.

Ese triunfo llegó en un momento especialmente importante porque Sepp Herberger, el seleccionador alemán, estaba armando el equipo que llevarían al Mundial de 1954. Para Alemania era especialmente importante ese torneo porque venían de la sanción que la FIFA que les impidió jugar el Mundial de Brasil en 1950 por su papel en la Segunda Guerra Mundial. Ese castigo fue compartido con los japoneses como potencias del Eje, pero no con Italia, siempre hábil en ciertas negociaciones. Herberger no quería equivocarse y tomó la decisión de apoyarse en Fritz Walter y en el núcleo duro del mejor equipo que en aquel momento tenía el país. Para Herberger no había otro camino. Cinco futbolistas del Kaiserslautern fueron convocados para ese torneo: los hermanos Walter, Ernst Liebrich, Werner Kohlmeyer y Horst Eckel. Ellos fueron en gran medida responsables de que el fútbol alemán se presentase de nuevo en sociedad y marcasen un camino que les convertiría en la selección que más veces ha estado en unas semifinales. En Suiza el equipo funcionó con precisión, empujado por la fuerza y el coraje de Fritz Walter. Solo fallaron en la primera fase contra la indomable Hungría en un día en el que decidieron guardar fuerzas y ofrecer a los magiares una imagen algo equivoca de sus posibilidades. Con ellos se vieron en la final de Berna, en el partido irrepetible en el que los alemanes levantaron el 2-0 con el que Hungría se puso en el marcador en solo ocho minutos gracias a los goles de Puskas y Czibor. A partir de ahí funcionó la sinfonía de Kaiserslautern y la rabia de un equipo que encontró sobre el terreno pesado de Berna un aliado para primero resistir y luego golpear. Rahn anotó a seis minutos del final el tanto que les dio el primer Mundial de su historia. Los cinco futbolistas del Kaiserlautern, la mitad prácticamente de aquella escuadra, formaron parte de una de las alineaciones más importantes de la historia del fútbol. Hoy los cinco están inmortalizados a las puertas del estadio que, por pura justicia, lleva el nombre de Fritz Walter.

Suscríbete para seguir leyendo