Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historias irrepetibles

“Iré allí donde tú vayas”

La rivalidad entre Bartali y Coppi vivió uno de sus momentos más críticos en el Mundial de Valkenburg en 1948 que acabó con ambos corredores sancionados por la Federación Italiana

Gino y Bartali, antes de tomar la salida de una carrera

La legendaria rivalidad entre Gino Bartali y Fausto Coppi en los años cuarenta es una historia en la que se mezclan con enorme facilidad el cariño, el respeto o la admiración mutua con la envidia, el recelo y la rabia. Por mucho que en aquellos años, en los que Italia o estaba en guerra o recogiendo escombros, alimentase como distracción para los aficionados un enfrentamiento poco menos que insano lo cierto es que los dos ciclistas, tan diferentes en la vida, se consideraban una especie de hermanos con intereses siempre contrapuestos. Sobre la bicicleta libraron duelos que figuran con letras de oro en la historia del ciclismo. El ansia por dominar al otro era el principal motor de su vida y en ese escenario era muy sencillo saltar de la colaboración a la traición en aquellas ediciones en los que el Tour de Francia y por supuesto el Mundial se disputaban por selecciones nacionales y en juego también estaba el honor de todo un país.

Su relación tuvo un momento muy especial en el Mundial de Valkenburg disputado en 1948. La ciudad holandesa, en la región de Limburgo, una de las cunas del ciclismo europeo y habitual meta de la Amstel Gold Race iba a ser escenario de un episodio que está muy lejos de la mística de este deporte pero que retrata de forma perfecta el carácter de Coppi y de Bartali y lo peculiar y a veces enfermizo de su relación.

Como era habitual cuando se acercaba el Tour de Francia o el Mundial la Federación Italiana organizaba una especie de cumbre entre los corredores para definir la estrategia con la que acudirían a la cita. Se encerraban durante días en un hotel al que acudía el presidente de la Federación Italiana, Adriano Rondoni; Alfredo Binda –seleccionador nacional y primera gran leyenda del ciclismo italiano–, Aldo Zambrini y Quintavalle, responsables del Bianchi y Legnano (equipos de los dos ciclistas, fabricantes ambos de bicicletas y obsesionados con la victoria de sus corredores porque aquello siempre repercutía en las cuentas de resultados); Coppi y Bartali con algún lugarteniente; y en ocasiones se añadía Fiorenzo Magni (el tercer hombre), corredor grandioso que en más de una ocasión recogió las nueces del árbol que agitaban sus dos rivales. Allí se definía la estrategia de carrera, la composición del equipo y las prioridades. Casi siempre todos los acuerdos acababan en papel mojado. A lo largo de la historia son numerosos los ejemplos de pruebas en las que se hizo justo lo contrario de lo que se había pactado.

Antes del Mundial de Valkenburg se celebró una de estas reuniones. A ella Gino Bartali llegó con una condición clara: Coppi no debía estar en el equipo. Esa autoridad moral para plantear un órdago semejante se la daba su impresionante victoria en el Tour de Francia de esa misma temporada. La célebre edición en la que con Italia a punto de entrar en una guerra civil después del atentado contra Toggliatti, líder del Partido Comunista, el presidente Alcide de Gasperi le telefoneó a Francia para pedirle que ganase el Tour porque solo un triunfo como ese calmaría al país. Leyenda o no, así lo contaron sus protagonistas. Tras el telefonazo Bartali firmó tres etapas sobrehumanas en los Alpes que destrozaron a Bobet e Italia salió a la calle a celebrar el triunfo del “piadoso Gino”. Llevaba cuatro semanas recibiendo homenajes y siendo aclamado cada vez que pisaba la calle con lo que se sentía con el poder suficiente de reclamar que todo el equipo italiano estuviese en esa ocasión a su servicio. Bartali tenía 34 años y sabía que la cuenta de grandes triunfos estaba cerca de cerrarse. Nunca había sido campeón del mundo y aquella podía ser la mejor oportunidad que tuviese aunque era consciente de que el circuito, más pensado para los clasicómanos belgas y holandeses, sería un inconveniente.

En el otro lado de la mesa Coppi, cinco años más joven que su gran antagonista, llegaba tras una temporada complicada. Se había retirado en el Giro –o había hecho todo su equipo alegando que a Magni, ganador de aquella edición, le habían ayudado de forma ilegal en una etapa clave de montaña– y en el Tour había estado completamente fuera de la pelea por la general. En su hoja de servicios de la temporada solo podía presumir de la Milán-San Remo que se había disputado cinco meses antes. Era una cosecha muy escasa, pero aún así Coppi no cedió a la presión de Bartali. El y la firma Bianchi se negaron rotundamente a renunciar al Mundial y obligaron, como casi siempre, a que la Federación Italiana tomase decisiones salomónicas. Realizaron la composición de la selección nacional entre “fieles” de uno y otro y simplemente puntualizaron que Bartali tendría preferencia y que Coppi sería la segunda opción a la hora de buscar el triunfo. Bartali no salió contento de la reunión porque conocía bien cómo funcionaba la mente de Coppi. Un doblete Tour-Mundial sería demoledor y podría modificar de forma decisiva la jerarquía establecida en un ciclismo italiano que en aquellos años se movía con dificultad para mantener el equilibrio entre sus dos gigantes. Y también sabía que estaba muy presionado por Bianchi, marca que había puesto toda su fe en él y que empezaba a estar algo molesta por la falta de resultados.

Bartali venía de ganar el Tour y Coppi rechazó la idea de ser segundo plato

La sospecha no tardó en tomar cuerpo. Antes de salir desde Italia en dirección a Holanda, mientras hablaban de posibles rivales, Bartali le comentó a Coppi que la rueda que debían seguir era la del belga Frank Schotte que había estado muy fuerte en el Tour de Francia de ese año y que en aquel terreno se iba a mover a las mil maravillas. Fausto simplemente le dijo “donde tú vayas iré yo”. Aquello que podía ser una frase hecha era en realidad una declaración de intenciones. Porque desde que comenzó la carrera el 22 de agosto Coppi se situó a la rueda de Bartali y no lo dejó un solo segundo. Pasaban los kilómetros y nada se movía. Después de varias vueltas al circuito Bartali se dejó caer un poco del grupo y su compañero (y rival) hizo exactamente lo mismo. En Valkenburg había muchos aficionados italianos, llegados la mayoría de ellos desde Bélgica donde trabajaban en las minas, que comenzaron a sentirse algo estafados por el comportamiento que estaban teniendo sus dos grandes figuras. Bartali, molesto con la situación, le pidió explicaciones a Coppi que se limitó a decirle “ya te lo dije. Donde tú vayas, iré yo. Si vas a buscarlos yo iré a tu rueda, si vas al hotel, yo iré al hotel contigo”.

Gino Bartali ya no fue tan piadoso como acostumbraba. Al paso por la línea de meta –se daban veintiséis vueltas a un circuito muy corto, pero que obligaba a ascender otras tantas veces el Cauberg– abandonó la carrera y se fue en dirección al hotel. Fausto Coppi hizo exactamente lo mismo que él en medio del abucheo de los aficionados italianos que se tomaron aquello como un insulto e incluso estuvieron cerca de zarandear a quienes eran sus grandes ídolos. El escándalo fue gigantesco. De repente casi nadie se preocupó del desenlace de un Mundial que como decían los pronósticos fue a manos del belga Frank Schotte. Pero poco se habló de él los días siguientes. Todo el mundo seguía el culebrón de la selección italiana incendiada por el ego desmedido de sus dos líderes, por una rivalidad que rozaba lo enfermizo y por el exceso de diplomacia sin sentido que aplicaban los responsables de la Federación. Una situación que dejó muy tocado a Alfredo Binda, de quien se dijo que no tenía personalidad suficiente para controlar a sus corredores e imponer ciertas normas. Los medios de comunicación del país, para quienes Coppi y Bartali eran una mina y hacían disparar sus ventas, pidieron ejemplaridad en el que calificaron como “momento más delicado para la historia del deporte italiano”.

En medio del terrible alboroto que se había organizado la Federación Italiana sancionó con seis meses de suspensión a los dos ciclistas por “escasa adhesión a los colores nacionales”. El castigo no ponía en peligro su participación en el Giro de 1949, pero sí se perderían las clásicas de final de año y el arranque del siguiente. Bartali se personó en un congreso de la Federación para defender los motivos por los que consideraba exagerada la sanción. Tan expresivo fue que se la redujeron inmediatamente a dos meses y poco después lo dejaron en una simple amonestación. Los organizadores de las grandes carreras de final de año como el Giro de Lombardía presionaron para que todo quedase en un tirón de orejas con el fin de cuidar de su producto.

Bartali y Coppi vivieron días complicados en los que no cruzaron palabra y se vieron en pocas carreras. Tampoco cayeron en el error de incendiar el ambiente y permanecieron callados durante una resaca que se hizo complicada. El día antes de la Navidad de ese año sonó el timbre en la casa de los Bartali en Florencia. Era Fausto Coppi con un panetone debajo del brazo que pasaba a desearle felices fiestas a su buen amigo aunque terrible rival. Y todo volvió a ser como antes. Amigos fieles hasta el siguiente día en que coincidieran sobre una bicicleta.

Compartir el artículo

stats