Huérfano de Orlando Ortega y Ana Peleteiro, sus dos valores más fiables en la alta competición, el atletismo español encontró inesperado refugio en el vallista navarro Asier Martínez que logró el Eugene la medalla de bronce en la caótica final de los 110 vallas y confirmó su enorme categoría como velocista. Asier, un tipo nacido para la competición y que siempre está donde debe, supo recoger las nueces de un árbol zarandeado por varios de sus rivales durante los instantes previos a la final. Un caos que alteró los prolegómenos y que dejó la carrera sin dos de los principales aspirantes al oro: el jamaicano Hansle Parchment y el norteamericano Devon Allen. Asier asistía a la escena con los ojos muy abiertos, como si esperase que en algún momento alguien le dijese que aquello era una broma. Pero más allá del alboroto nada le desenfocó de su objetivo, de la marca que había proyectado en su cabeza y que necesitaba si quería estar en la pelea por el podio.

El primer golpe de efecto lo dio Parchment. El jamaicano, actual campeón olímpico, calentaba tranquilamente cuando en uno de los saltos sintió ese incómodo pinchazo en el biceps femoral que arruina cualquier carrera. Estiró sabiendo que no había posibilidad alguna de arreglar la tarde.

Lo del jamaicano fue una broma comparado con el episodio protagonizado por Devon Allen, el hombre que había corrido más rápido esta temporada y que asomaba, ligeramente, como el principal favorito de una carrera muy abierta. Pero el americano fue descalificado por una salida nula que el ojo humano era incapaz de detectar pero del que se chivó la tecnología. Una cosa similar a lo que sucede con algunos fueras de juego y el VAR.

Las reglas de la Federación Internacional de Atletismo estipulan que la reacción humana más veloz se produce como mínimo 0,100 segundos después del disparo de salida. Cualquier impulso anterior es trampa, es adelantarse, es salida nula y, por lo tanto, supone la expulsión. Según la maquinita Allen levantó un pie de su taco 0.099 segundos después del disparo. Y en consecuencia no pudo correr la prueba, la miró desde los pasillos del Hayward Field de Eugene completamente enfurecido mientras el público, la crítica y el atletismo norteamericano cargaba contra el juez de salida . “He sido demasiado rápido y eso apesta. Si hubiera reaccionado una milésima más tarde todo el mundo me diría que qué bien, me felicitaría si hubiera sido campeón del mundo, pero me ha sobrado una milésima. Una milésima”, comentaba Allen mientras agitaba la cabeza.

Sin Parchment y Allen la carrera quedaba limitada a seis atletas. La mitad subiría al podio. Una oportunidad que Asier Martínez no podía perdonar. Pero para eso tenía que estar en la marca que se había impuesto. Y así fue. Una ejecución casi perfecta. Derribó la primera valla (extraño) pero a partir de ahí fue en constante progresión hasta que acabó por arrollar a todos sus rivales excepto a los americanos Grant Holloway y Trey Cunningham que coparon las dos primeras plazas del podio. Asier Martínez finalizó con un tiempo de 13.17, su mejor marca de la temporada. El detalle que distingue a los elegidos, que dejan para los grandes escenarios lo mejor de su repertorio.

En la noche española el 1.500 vivió un gran día al clasificar a los tres representantes para la final de mañana. Ignacio Fontes lo hizo por tiempo, Mario García y Katir por puestos. En la selva de dos carreras muy tácticas, sobre todo la primera, los españoles salieron enteros para ganarse un hueco en una carrera donde cualquier cosa puede pasar salvo que Ingebrightsen y Cheriuyot lancen la carrera con demasiada alegría.