Estados Unidos volvió a disfrutar de una de esas imágenes que tanto llenan su orgullo, la de los tres medallistas de los 100 metros paseando sus medallas y las banderas de su país por la pista. Regresó la vieja tiranía de los velocistas norteamericanos que hicieron gala de su fondo de armario y de la ausencia de grandes amenazas debido a la ausencia por lesión de Marcel Jacobs, el actual campeón olímpico, y de la ligera crisis que viven los jamaicanos en estos momentos.

Fred Kerley, plata en los Juegos Olímpicos de hace un año, se erigió en nuevo campeón mundial de 100 metros con una marca de 9.86 segundos al frente de un triplete estadounidense que completaron, separados por solo dos milésimas, Marvin Bracy y Trayvon Bromell, ambos con 9.88.

Bromell, Kerley y Bracy, tras la final. Erik S. Lesser

Coleman, que partió en 104 milésimas, al borde de la salida falsa, dominó los primeros metros, luego fue Bracy quien tomó la delantera, hasta que en el último tercio Kerley impuso su potencia sostenida para convertirse en el primer velocista con medallas mundiales tanto en 100 como en 400 metros (bronce en Doha 2019).

La corona de la velocidad mundial masculina ha ido saltando de cabeza en cabeza desde la retirada del jamaicano Usain Bolt en 2017, como si nadie fuera capaz de retenerla.

En los Mundiales de aquél mismo año en Londres se coronó, con 35 años, el estadounidense Justin Gatlin. Dos años después, en Doha, se hizo con el título su joven compatriota Coleman, que parecía llamado a consolidarse, pero una infracción sobre su paradero para controles de dopaje por sorpresa le acarreó una suspensión que lo dejó fuera de los Juegos de Tokio.

En la capital nipona, en unos Juegos retrasados un año por la pandemia, surgió un invitado con quien nadie contaba, el italiano Marcell Jacobs, para hacerse con el oro, y ahora en Eugene los pronósticos no estaban claros, aunque la mayoría se inclinaba por el subcampeón olímpico, Fred Kerley, que en Tokio no pudo conseguir el título por 4 centésimas.

A sus 27 años, líder mundial de la temporada con un crono de 9.76 conseguido el 24 de junio en esta misma pista del Hayward Field durante los campeonatos nacionales, Kerley había aumentado el viernes su prestigio al correr en 9.79, la mejor marca de la historia en unas series mundiales. Incluso en la víspera había quien pronosticaba (el mismo campeón mundial llegó a comentarlo) que Kerley podría ser una amenaza para el récord del mundo de Usain Bolt, pero a la hora de la verdad se corrió menos de lo que se imaginaba todo el mundo. Tanto en semifinales como en la final.

El atleta texano, cuyo único título mundial hasta la fecha lo obtuvo como relevista en 4x400, parece cada vez más centrado en la velocidad pura. Con una técnica de carrera muy diferente a la de Bolt, Kerley, de zancada mucho más corta, presenta una constitución física parecida a la del jamaicano (con quien comparte representante, Ricky Simms): 1,93 de estatura y 93 kilos de peso, de forma que su figura destaca sobre el resto desde los tacos de salida. Kerley es el único atleta que ha sido capaz de bajar de diez segundos en los 100 metros, de veinte en los 200 y de cuarenta y cuatro en los 400, una prueba de su inmensa versatilidad. El suyo es un caso único porque rara vez en la historia alguien que comienza siendo un especialista en la vuelta completa a la pista acaba por encontrar la chispa y la explosividad necesaria para triunfar en el hectómetro. Pero el físico de Kerley da para eso. Su historia personal tampoco resulta sencilla. Su padre entró en la cárcel cuando él solo tenía dos años y su madre tampoco fue un ejemplo de conducta. Eso hizo que acabase siendo criado junto a sus tres hermanos por una de sus tías en un hogar en el que trece primos compartían el mismo hogar. Virginia,que así se llama su tía, se responsabilizó de sus hijos y de los de dos de sus hermanos. Por eso Kerley lleva el nombre de su tía tatuado en el cuerpo: “Sin ella nadie sabría quién soy yo” explica. Luego llegaron los años de su formación, en los que Kerley vio a muchos jóvenes con talento separarse del camino correcto. Él no dejó de entrenar, se hizo fervoroso creyente y acabó por convertirse en el mejor velocista americano de la actualidad. Su cabeza está en París 2024 donde aspira a recuperar para Estados Unidos el oro olímpico. Tal vez allí tenga otro triunfo que dedicarle a su tía Virginia, como hace con todas sus grandes victorias.