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Baloncesto - Primera Autonómica Masculina

The End

Ponfe llama a la unión del baloncesto masculino vigués tras vivir con el Seis do Nadal un cierre “precioso” de su carrera

Plantilla del Syngenta Seis do Nadal durante la temporada recién terminada. MARTA G. BREA

“Hubiera dado para una película de Hollywood”, fantasea David Álvarez Carrera, Ponfe en la vida y la cancha. Óscar Díaz, el entrenador, recluta a un grupo de adolescentes y convence a Ponfe, viejo compañero, para que los pastoree. Ponfe va a mudarse de ciudad. El cartílago de su rodilla izquierda se le está ulcerando. Los compromisos familiares y laborales se multiplican. Sabe que será su última temporada. Contra pronóstico, ese grupo tan heterogéneo se cohesiona, crece y acaba alcanzando la gloria. Quizá los chiquillos manteen a Ponfe en la celebración. En el guion real falla ese final feliz. Las bajas pasan factura. La última canasta no entra de manera milagrosa. El Syngenta Seis do Nadal, que aspiraba al ascenso, pierde contra Xiria y contra A Estrada. Seguirá en Primera Autonómica. Esta película se cierra con un vestuario en silencio. Aparece “The End” en la pantalla y cae el telón. De nada se arrepiente Ponfe, sin embargo. Ha sido feliz en cada paso del camino. “Es una alegría haber vivido esta experiencia en un punto de mi carrera en que ya no lo esperaba”, argumenta.

Lejos quedan sus inicios en Ponferrada. De ahí ese apodo de Ponfe que le adjudicaron cuando llegó a Vigo a cursar Ingeniería Industrial. El berciano se había formado en el JT de su localidad natal. Llegó a debutar en Liga EBA siendo júnior. Alentaba entonces el sueño del profesionalismo, que pronto se disipó. Eligió los estudios. Por la intermediación de un conocido, con el que había coincidido en un campus, se presentó a las pruebas del Helios Zorka. Militaría en ese equipo, después C.B. Vigo, durante siete temporadas; siempre en Primera, con dos fases de ascenso fallidas.

Su relación con el baloncesto ha sido tan apasionada como inconstante durante la última década, sujeta a sus fluctuaciones vitales. Se apartó de la competición, aunque pachanguease, durante su tiempo de erasmus en República Checa o trabajando en Madrid. Se enroló en el Puerto de Vigo, en Provinciales, al regresar a su ciudad de adopción. La pandemia volvió a frenarlo. Su última reaparición surgió durante una comida con amigos el pasado verano. Al otro lado de la mesa, Óscar Díaz; aquel tierno júnior con el que había compartido vestuario en el Helios, ahora recién fichado como entrenador del Syngenta.

–Me voy a poner en forma –le dijo Ponfe, medio en broma.

–Vente –le contestó Óscar, medio en serio.

Apareció por Navia y se quedó. “Me picó el gusanillo de competir”, explica. “Al principio no me lo quise plantear porque estaba a punto de nacer mi segundo hijo. Me parecía inviable compaginarlo. Pero los horarios se adaptaron bien. Caí en las redes”.

Ponfe, de 37, fichó por un equipo en el que superaba en edad incluso a su entrenador y en casi dos décadas a sus compañeros. Sintió el cambio de era, que ya había podido ir percibiendo. Él, base polivalente en su juventud, cuando aún se jugaba con tres interiores y dos interiores, se había reconvertido a pívot, con sus cuatro compañeros abiertos. Y la defensa zonal, tan a mano antaño, convertida en un recurso marginal. “El baloncesto ha cambiado muchísimo en su mentalidad”, compendia.

–A mí tradúceme cuando hables –le soltaba con una sonrisa a Óscar cuando este trufaba sus arengas de conceptos en inglés.

Y pese a todo, pronto se sintió cómodo en esa pandilla de imberbes. “Ha sido como un padre para ellos”, le elogia Óscar Díaz. Y Ponfe se explica: “El nivel de compromiso del grupo ha sido ejemplar. Yo tenía miedo a que nos dejásemos llevar y que la gente fuese dejando de ir. Pero siempre ha habido más de diez personas en los entrenamientos. Los júniors también han hecho un trabajo espectacular. Siempre he ido a entrenar sin pereza. Salía de casa encantado. Sabía que me lo iba a pasar bien. Ha sido una sorpresa, un cambio radical”.

Las diferencias generacionales no le han pesado en la relación con los compañeros. Al contrario. “Estos chavales son increíbles. Me emociono”, y aún le tiembla ligeramente la voz. “Aunque tengamos personalidades muy distintas, hemos hecho piña. Nos hemos ayudado y nos hemos apoyado en todo lo que hemos necesitado. Gente que no encontró su momento en temporadas anteriores ha estado superarropada. La base esencial es que son buenas personas”.

Ponfe, durante un partido liguero.

Ponfe siempre ha estado ahí, con el consejo preciso o el relato que distienda. Hombre de palabra cumplida, mantuvo la puntualidad después de que su mujer, Raquel, diese a luz. Pudo capear las exigencias de su agenda empresarial. Y ni siquiera se planteó dejarlo o disminuir el ritmo cuando a partir de Navidad se incrementaron las cuchilladas en su rodilla izquierda. La degeneración del cartílago se había acelerado.

–Tienes que dejar el baloncesto si no quieres acabar con una prótesis.

Aquel diagnóstico fijó el plazo. La familia, además, se mudaba a A Coruña por el trabajo de Raquel. Él también pidió el traslado de oficina. En abril, a la conclusión de la temporada, se despediría del baloncesto para siempre. Quedaba por escribir el último capítulo.

Y ha podido soñar con que sería triunfal. Ese equipo reunido a toda prisa, de escasa experiencia, cobijado bajo sus alas, comenzó a ganar partidos. “Yo no esperaba nada a nivel de resultados. Quería ponerme en forma y divertirme, sin más. Lo que hemos conseguido ha superado las expectativas”, se maravilla Ponfe, que señala al artífice: “El primero que empezó a creer fue Óscar. Nos inculcó hasta dónde podíamos llegar. Su confianza ha sido fundamental. Ha sido un año precioso en lo personal y maravilloso también a nivel competitivo”.

Su familia lo ha disfrutado desde la grada. Raquel, con el diminuto Gael en su regazo, acudía puntual a las gradas. “Le ha apasionado vernos”. Era el hijo mayor, Tirso, quien tocaba la diana en las mañanas de partido. “Se despertaba queriendo ponerse la camiseta”.

Faltaba “la guinda” a este pequeño cuento del baloncesto local. El Syngenta se clasificó para la final a cuatro, que se disputaba en A Estrada. El ascenso parecía al alcance. Ponfe se sometió a inyecciones de ácido hialurónico en su carcomido cartílago para aliviarse el dolor. Pero todo empezó a desmoronarse. Los dos principales anotadores del equipo llegaron maltrechos a los duelos decisivos. Yago, otra pieza fundamental, se rompió el ligamento de la rodilla en un entrenamiento previo. “Nos dejó tocados anímicamente”, confiesa Ponfe. En el asalto al ascenso el Syngenta perdió por 72-86 con el Xiria, al que habían derrotado dos veces en la fase regular. Como el Obradoiro había ganado la otra semifinal y no podía ocupar la plaza, se les abrió una nueva oportunidad contra los anfitriones del A Estrada. También perdieron por 62-71. “Un minuto malo nos pasó factura. Es el deporte”, se resigna.

Ponfe cierra el rebote en el partido contra el Xiria. BERNABE; BERNABE

“Desde el sábado estoy con sensaciones encontradas”, describe. Al director deportivo del club, Sergio González, le ha confesado que le habría tentado seguir, de quedarse en Vigo, para colaborar con sus chicos en la revancha. En A Estrada gastó los últimos segundos que el amor al juego le había concedido. Más allá de lo que le conviene a su rodilla (“la salud es lo primero y esto es un hobby”, advierte), no se concibe en una escuadra coruñesa. “Posiblemente pudiese encontrar un equipo, pero no podría estar en otro que no fuese el Seis. Me ha gustado mucho. La directiva ha estado a la altura de la plantilla. Con mi familia y conmigo han tenido detalles increíbles. Yo no hubiera podido jugar en EBA, en mi cabeza ya no estaba, pero hubiera querido clasificarlos para esa categoría. Me da mucha pena”.

Aquel niño berciano se retira, hoy padre de gallegos, tras peripecias que no hubiera podido adivinar. Vigués también en su lectura de lo que debiera ser: “Ascender es complicado. El nivel es alto. Y para mantenerse después hacen falta apoyos de organismos, fichajes y que la gran cantera de Vigo tenga un proyecto sólido. Habiendo visto su estructura por dentro, el Seis posee esa capacidad. El baloncesto vigués se tiene que unir. Será su fuerza”. A esa película aún hay que escribirle el final.

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