Había más expectación en la rueda de prensa que ayer ofreció Tiger Woods que la que habrá mañana en el inicio del Masters de Augusta, el primer major de la temporada. Y no era para menos. El natural de Cypress iba a anunciar si tras probarse en los últimos días se veía preparado para disputar el torneo de la chaqueta verde o si por el contrario renunciaba a él. “Creo que puedo ganar”, confirmó el golfista, que regresará al césped trece meses después de sufrir un grave accidente de coche en el que salvó la vida de milagro.

El balance de las lesiones de la colisión fue dramático: fracturas en la tibia y el peroné de la pierna derecha además de heridas de consideración en los huesos del pie y del tobillo. Fue el golpe definitivo a su cuerpo, que ya había soportado cinco operaciones de rodilla y otras tantas de espalda. La recuperación fue lenta y dura, le tuvo cuatro meses sin caminar y casi le posterga a una silla de ruedas. Pero Tiger no se rindió.

El pasado fin de semana llegó a Augusta National para probarse. Quería saber sí podría soportar el dolor que todavía padece por el simple hecho de caminar, actividad que tendrá que hacer durante algo más de cuatro horas cada día que salga a competir en el glorioso campo de Georgia. Lo hará con zapatillas nuevas para adecuarse a su nueva realidad. “Por la cantidad de tornillos, clavos y placas que tengo en la pierna necesito más estabilidad”, reconoció recientemente.

Su sola presencia ya irradia un halo de luz en Augusta. Estos días miles de personas le han acompañado durante sus entrenamientos como si del último día del torneo se tratase. “Ni cuando en los domingos estaba para ganar he visto algo semejante”, apuntó el lunes el español Jon Rahm.

Woods no juega un torneo del PGA desde el Masters de 2020, su torneo fetiche, ese que ganó por primera vez hace 25 años siendo el más joven en hacerlo. Porque Augusta National es especial, diferente. Ya vivió el resurgir a Tiger en 2019 y quizás se haya preparado para hacerlo en 2022.