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Historias irrepetibles

“No dejes que gane ese perro”

La edición del Tour de Flandes de 1977 pasó a la historia como una de las más polémicas de la historia con tres belgas, cargados de cuentas pendientes entre ellos, en busca de la victoria

De Vlaeminck se impone en el Tour de Flandes de 1977

Flandes es patrimonio del ciclismo mundial. Tierra de leyendas, de corredores eternos que se endurecieron en un terreno único. Carreteras estrechas, salpicadas de infernales muros de adoquines que se afrontan en ocasiones bajo el castigo añadido por el frío y la humedad. Su apoteosis es el Tour de Flandes. La carrera del año para muchos; el sueño de una vida para otros. El sentimiento de quienes el domingo tomarán la salida en la carrera es el mismo que ha dominado a las generaciones de corredores que alguna vez han perseguido el triunfo. Como aquella edición de 1977, una de las más polémicas de la historia con tres belgas saldando las cuentas de toda una carrera.

Eddy Merckx no entendía otro modo de competir que lanzarse solo en busca de la meta. En 1977 el “caníbal” llegaba al Tour de Flandes después de sufrir una mononucleosis. La enfermedad le había hecho más vulnerable aunque es evidente que, a sus 32 años, sus piernas ya no eran las mismas. En la víspera, ante los periodistas, aseguraba que su intención no era ganar sino completar alrededor de doscientos kilómetros como parte del proceso de recuperación y subirse al coche del equipo. Por un día se disfraza de cordero, pero nadie acaba por creérselo. Y mucho menos cuando lanza su ataque a ciento cincuenta kilómetros de la meta y se marcha en solitario. Suenan las alarmas en el pelotón, resuenan las palabrotas entre los ciclistas.

En busca de Eddy Merckx salen sus dos principales rivales: Roger de Vlaeminck y Freddy Maertens. Belgas como él, pero muy diferentes. Le odian con toda su alma. Rivalidad deportiva por un lado, orgullo flamenco por otro. A sus ojos Merckx, que pertenece a la Bélgica francófona, es un traidor que incluso pronunció sus votos matrimoniales en francés. Demasiadas cuentas pendientes entre ellos. A Maertens, que luce el maillot arcoiris, aún le duele la herida del Mundial de Montjuic en el que no le ayudó y el triunfo fue al final para el italiano Gimondi que aprovechó la guerra civil dentro de la selección belga. Por eso salta el primero y se deja el alma para alcanzar a Merckx. A su rueda se ha soldado De Vlaeminck, todo un personaje. Le llaman “el gitano” porque su padre fue vendedor ambulante y durante mucho tiempo vivió en una caravana. Había empezado en el ciclismo por una cuestión económica. Cuando era un chaval le daban 100 francos por cada carrera y 20 por cada partido de fútbol así que la elección final le resultó muy sencilla. Alimentaba fama de golfete y por eso le gustaba presentarse a veces en la salida un tanto descuidado, como si viniese de una noche complicada. Pero era un profesional ejemplar. En 1977 solo le faltaba ganar el Tour de Flandes para convertirse en el segundo corredor de la historia en conquistar los “cinco monumentos” y llegaba a esa edición en el estado de forma ideal para conseguir esa gesta. Por eso no dudó en atarse a Maertens cuando éste salió en busca de Merckx.

Maertens y De Vlaeminck se encontraban bastante cerca de Merckx cuando estaban a punto de ascender el Koppenberg, el muro con más de un 20% de pendiente condenado a ser uno de los jueces de la carrera. Era la segunda vez que se ascendía y su estreno, doce meses antes, había generado numerosas protestas e incluso Merckx se había quejado diciendo que “cualquier día nos harán subir por unas escaleras”. Convencidos de que alguno tenía prevista alguna estratagema, el día anterior la organización había convocado a los directores de equipo para anunciarles que no se permitían los cambios de bicicleta antes del Koppenberg. En aquel tiempo los corredores no tenían el abanico técnico de hoy en día. Montar un desarrollo determinado para ascender esos muros adoquinados le condenada a prescindir de algún otro imprescindible en los tramos más rápidos de la carrera. Por eso eran habituales las imágenes de los ciclistas ascendiendo a chepazos o directamente echando el pie a tierra en esos tramos salidos del infierno. El cambio de bicicleta era la solución ideal para afrontar esa situación sin perder eficacia en ningún terreno. El problema es que Driessens, el director del Flandria, equipo de Freddy Maertens, se perdió esa reunión y nadie se preocupó de informarle de ese pequeño detalle. Y un kilómetro antes de afrontar el Koppenberg un auxiliar del equipo le esperaba para cambiar de montura.

Maertens realizó la maniobra como estaba previsto e impuso un fuerte ritmo en la ascensión para dar caza a Merckx. Para su desgracia un comisario de la carrera había sido testigo del cambio de bicicleta. Poco después del Koppenberg se acercó al coche de Driessens para comunicarle que su ciclista estaba descalificado. Hubo momentos de desconcierto, de protesta, pero que sirvieron de muy poco. Era inequívoco todo lo que había sucedido. El problema del director y del ciclista era desconocer las normas. Su intento inicial de justificar el cambio por una supuesta avería quedó pronto descartado. Maertens estaba completamente desconcertado, momento que De Vlaeminck aprovechó para trazar su jugada maestra. Se acercó a su rival y le pidió su colaboración. “Ayúdame. Si no, ganará ese perro de Merckx. Yo solo no podré alcanzarle”. A Maertens le hervía la cabeza. Driessens también vio una oportunidad en aquella situación y le dijo a su corredor que pidiese 300.000 francos belgas por ponerse a su servicio. De Vlaeminck aceptó el trato convencido, como el director de Maertens, que sin colaboración no podría alcanzar a Merckx y difícilmente mantendría la ventaja sobre sus perseguidores que aún albergaban la esperanza de entrar en la pelea por el triunfo final. Desde ese momento Maertens se puso a tirar como una fiera aunque el juez que le había descalificado se preocupó por advertirle de que aquel esfuerzo resultaría inútil. Pero a Maertens le empujaba la rabia por todo lo sucedido. Cazaron a Merckx en el Taaienberg y unos kilómetros después, en el muro de Varent, le dejaron tirado. Tras coronarlo, el “caníbal” se subió al coche y se retiró cumpliendo la palabra que había dado en la víspera. La victoria estaba clara. Maertens hizo casi todo el esfuerzo durante el tramo final de la carrera, con De Vlaeminck soldado a su rueda. Así llegaron a Meerbeke después de casi siete horas de esfuerzo. En la meta no hubo ninguna clase de disputa. Los aficionados, que ignoraban lo sucedido hora y media antes, a sesenta kilómetros de allí, asistieron entre desconcertados y avergonzados al final. Aguardaban un esprint furibundo entre sus dos paisanos y en cambio se encontraron con un paseo cicloturista. De Vlaeminck atravesó la línea de meta en primer lugar mientras Maertens, diez metros por detrás se limpiaba la nariz con la cabeza agachada, dejando claro con su lenguaje corporal que no estaba peleando por el triunfo. Lejos de mostrar su entusiasmo los aficionados, que se sentían estafados tras horas de espera, comenzaron a abuchear a quienes eran sus héroes y se cebaron especialmente con el vencedor. La bronca fue de las que hacen época.

Para Maertens, hubo un giro adicional en toda esta historia. En la semana posterior a la carrera, cuando los medios lo declararon ganador moral, se anunció que él y el tercer clasificado, Walter Planckaert, habían dado positivo por Stimul, una anfetamina prohibida. Ambos fueron descalificados, por lo que Maertens se ganó el dudoso honor de ser descalificado dos veces en la misma carrera. Sin embargo, a los ojos del público belga, su estatus como ganador moral no se vio afectado. Se celebra hasta el día de hoy en el museo oficial de la carrera en Oudenaarde. En una ventana se aprecia una hilera de adoquines en los que figura uno en honor de cada vencedor. Y para 1977 hay un adoquín adicional. Sobre la piedra del pedrusco con el nombre de De Vlaeminck aparece otro marcado como “Freddy Maertens: ganador moral”. Esa no es la única cuenta que aún queda pendiente 45 años después. Hace poco, en una entrevista, Maertens recordó con una sonrisa que de aquella prima prometida por De Vlaeminck “aún no he visto ni un franco”.

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