Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El perdedor al que rescató el boxeo

Ron Lyle entró en prisión a los diecinueve años tras ser declarado culpable de asesinato y allí salvó milagrosamente la vida tras ser apuñalado

Lyle, a la derecha, durante la pelea contra Ali.

La historia de Ron Lyle es la clásica del joven que parece haber elegido el camino incorrecto en la vida. Pandillero juvenil, involucrado en un asesinato y encarcelado con diecinueve años. Estuvo a punto de morir en prisión tras ser apuñalado, pero le rescataron un médico comprometido y el boxeo que se convirtió durante su convalecencia en su mejor amigo. A los treinta años se hizo profesional y estuvo a punto de proclamarse campeón del mundo.

Ron Lyle nació en Dayton (Ohio) y fue el tercero de los diecinueve hijos que tuvieron William y Nellie Lyle. En 1954, cuando tenía trece años, la familia tomó la decisión de mudarse a Denver después de que su padre encontrase un trabajo en la base de la fuerza aérea norteamericana de Buckley.

Vivían en una de las zonas más degradadas de la ciudad y por ese motivo no resultó extraño que algunos de los miembros de la familia Lyle no disen con las mejores compañías. Le sucedió a Ron, que entró a formar parte pronto de una de las bandas de pandilleros del barrio. Su padre le advirtió varias veces de que estaba “llamando a la puerta de los problemas”, pero el joven hizo siempre oídos sordos a las advertencias.

Tenía solo diecinueve años cuando los temores de sus padres se hicieron realidad. Ron Lyle fue declarado culpable del asesinato en segundo grado de un joven de veintiún años llamado Douglas Byrd, miembro de una banda rival. Durante el juicio Lyle argumentó que Byrd le estaba atacando con una tubería de plomo y negó que él hubiese efectuado los disparos mortales. El jurado le encontró culpable y fue condenado a una pena de entre quince y veinticinco años en la penitenciaría del estado de Colorado en Canon City. Desde ese momento se enfrentó a una nueva prueba vital: sobrevivir en una cárcel con fama de conflictiva como aquella. Lo lógico es que hubiese muerto allí dentro. Llevaba cuatro años en la prisión cuando fue apuñalado en el estómago por otro convicto. En casos parecidos no se habría hecho demasiado esfuerzo por salvar la vida del preso, pero el médico del penal, el doctor Townsee –que había entablado una buena relación con Ron Lyle–, peleó por él y tras innumerables transfusiones de sangre y una operación que duró ocho interminables horas consiguieron que el joven superase aquella situación dramática. Dos veces llegaron a darle por muerto aquella tarde.

Lyle, durante un 
entrenamiento.

Lyle, durante un entrenamiento.

Durante su convalecencia estuvo confinado en solitario durante noventa días. Como estaba aburrido y después de que las heridas dejasen de molestarle comenzó a hacer ejercicio por su cuenta. Ejercicios muy básicos a los que pronto fue dotando de más dureza. Llegó a hacer mil flexiones de brazo en una hora. Ron Lyle era grande, musculoso y tenía una importante envergadura. Poco antes del apuñalamiento el teniente Mattax, que era el responsable deportivo de la prisión, se había acercado a él para animarle a que practicase el boxeo. Le insistía en que tenía un físico adecuado y que con algo de entrenamiento podría competir a buen nivel. Ron Lyle, siempre susceptible, se quitó el amable ofrecimiento de encima de cualquier manera:

“Soy un convicto que no quiere amigos. Vine solo y así me marcharé de aquí”

decoration

Pero tras recuperarse del apuñalamiento algo cambió en él. En esta ocasión fue Ron Lyle quien se acercó a Mattax para preguntarle por el boxeo. “Era blanco, llevaba una placa, pero yo le importaba a aquel hombre” reconocería tiempo después. La cuestión es que el teniente le introdujo en ese deporte y le enseñó nociones básicas. El entrenamiento le concedió mayor protección en la cárcel y le alejó de otros problemas. En la prisión existía un equipo de boxeo que se medía con regularidad a los de otros penales e incluso a clubes amateurs de la zona. Fue en una de estas modestas veladas cuando Ron Lyle, que ya tenía entonces veintisiete años, se subió por primera vez a un ring para medirse a otro boxeador. Se llamaba Texas Johnson y le ganó con facilidad. Pero fue la única derrota en los cerca de treinta combates que libró como convicto de aquella cárcel donde no tardó en convertirse en un tipo bastante popular gracias a la contundencia de sus golpes.

Lyle, en una imagen proporcional.

Lyle, en una imagen proporcional.

En 1969 se rechazó dos veces su petición de libertad condicional, a la que ya podía aspirar. Los responsables de evaluarle no consideraban que para alguien como él fuese un proyecto vital dedicarse al boxeo. Aquella no era, a su juicio, una forma de ganarse la vida. Afortunadamente su fama había traspasado los muros de la cárcel. En Denver existía un equipo aficionado de boxeo propiedad de un empresario que también era dueño de los Utah Stars, un equipo de baloncesto. Decidido a incorporar a su equipo a Ron Lyle le ofreció un trabajo como soldador en una de sus empresas. Con esta propuesta laboral en la mano a comienzos de 1970 Lyle recibió la libertad condicional. Al día siguiente se presentó en el gimnasio para comenzar los entrenamientos con los Denver Rocks con los que estuvo quince meses. Ganó torneos con ellos, numerosas peleas, pero sobre todo creció su fama. Llegaron luego los triunfos en torneos para amateur de Estados Unidos y fue convocado con la selección del país. Como aún estaba en libertad condicional recibió un permiso especial para viajar a Europa donde peleó durante meses con púgiles de diferentes nacionalidades. Incluso se convirtió en el primer peso pesado norteamericano que derrotaba a un púgil soviético en un combate. En 1971 Muhammad Ali y Joe Prazier estaban preparando la “pelea del siglo”, el primero de sus tres enfrentamientos legendarios. Ron Lyle fue invitado a los campamentos de ambos púgiles para entrenar con ellos. En Miami disputó varios asaltos con Ali, pero en Nueva York, donde estaba Frazier, su mánager Yancey Durham le rechazó como sparring porque le parecía demasiado grande para “Smoking Joe”.

Lyle, a la derecha, durante la pelea contra Ali

Con treinta años, a la vuelta de su viaje por Europa y tras la visita a los campañeros de Ali y Frazier, Ron Lyle se hizo profesional. Le apoyó Bill Daniels, el empresario que le había ofrecido trabajo como soldador en sus empresas. Solo le había puesto una condición. Para ganarse el contrato no podía fallar en su gira por Europa: “Si le das una paliza al ruso no habrá problemas para encontrar dinero”. Y así fue. De su mano y con Bobby Lewis como entrenador Ron Lyle comenzó su carrera profesional a una edad a la que muchos boxeadores comienzan a pensar en la retirada. No tenía tiempo que perder. Arrancó una serie brutal de treinta y dos combates en los que solo cedió con el gran Jerry Quarry. Pronto se instaló en los primeros puestos de la clasificación de los pesados y su nombre empezó a sonar en los despachos de los principales boxeadores del mundo. Frazier trató de evitarlo porque su mánager seguía insistiendo en que era demasiado parecido físicamente a él, pero en 1975 llegó el momento que podía cambiar su vida. Le ofrecieron enfrentarse a Ali en Las Vegas por el título unificado de los pesos pesados. Era la segunda defensa del segundo reinado mundial de Muhammad. Una ocasión única para Ron Lyle, para el tercero de diecinueve hermanos que parecía condenado a terminar sus días de la peor manera. Entrenó como nunca y cuando se subió el 16 de mayo al ring estaba en el mejor momento de su carrera. No tardó en demostrarlo. Ron Lyle ofreció una pelea brillante y durante más de media hora sometió al campeón del mundo. Dominaba las tarjetas de los tres jueces cuando en el undécimo asalto (estaba programado a quince) Ali sacó su infinito genio para enganchar una combinación que dejó a Lyle a su merced. El árbitro se interpuso para detener el combate entre las protestas de Lyle y de su esquina. Nunca pudieron entender aquella decisión y que la pelea se detuviese tan rápido cuando el denominador hasta ese momento, a ojos de los jueces, había sido Lyle.

Lyle, a la derecha, pelea contra Foreman.

Aquella pelea le supuso bastante dinero, pero le cerró las puertas de la gloria más grande que nunca había podido imaginar. Ron Lyle aún dejó otro momento para la leyenda. Fue un año después. Se cruzó en el camino de George Foreman que no había vuelto a pelear desde la primera derrota de su vida en 1974 ante Ali en Kinshasa. Fue un combate bestial de dos pegadores natos.

Foreman se fue a la lona dos veces convirtiendo a Lyle en el segundo, tras Ali, que conseguía derribarle. Pero el gran George aprovechó el cansancio de su oponente para superarle con el paso de los minutos. Fue el último gran día de Ron Lyle en el boxeo. A partir de ese momento se permitió alguna pelea más y comenzó a pensar en lo que haría una vez retirado. Trabajó como guardia de seguridad y volvió a tener problemas con la justicia al ser acusado del asesinato de un antiguo compañero de cárcel en Denver. Fue declarado inocente y se dedicó entonces a dirigir un gimnasio y a formar jóvenes boxeadores. Así le sorprendió la muerte cuando tenía setenta años. Un médico y el boxeo le habían regalado 46 intensos años.

Compartir el artículo

stats