Después de trabajarse el mapamundi de arriba abajo, el país más pequeño de África es el que está dando la mayor gloria a Tom Saintfiet. Gambia, una franja de tierra embutida en medio de Senegal con poco más de dos millones de habitantes, es la sensación del torneo de selecciones que se disputa estos días en Camerún, y Saintfiet (Mol, Bélgica, 1973), el inductor de tal fenómeno. Solo en sueños cabía el enfrentamiento de este sábado (17.00, disponible en directo en Youtube) en cuartos de final entre los gambianos y los anfitriones, pero es muy real.

Impresiona la retahíla de sitios en los que este hombre corpulento y con un aire al profesor Tornasol ha prestado servicio: Finlandia, Islas Feroe, Catar, Alemania, Países Bajos, Namibia, Zimbabue, Jordania, Etiopía, Nigeria, Tanzania, Malawi, Sudáfrica, Togo, Bangladesh, Yemen, Trinidad y Tobago, Malta y, desde 2018, Gambia. 

El país de Biri Biri --el futbolista gambiano más famoso, triunfador en el Sevilla de hace casi medio siglo, fallecido hace dos años y siempre recordado— vive días extáticos. Nunca antes su selección se había clasificado para la Copa de África y en su primera participación ha progresado hasta los cuartos de final, tras una fase de grupos en la que ganó a Mauritania (1-0) y a Túnez (1-0) y empató ante Mali (1-1). En octavos se deshizo el lunes de Guinea Conakry (1-0).

Con un pasaporte tan machacado, ni que decir tiene que el cuaderno de este Kapuscinski de los banquillos rebosa anotaciones de todos los tenores. Por sus logros le han llamado “el santo”, “el mesías” o, más con los pies en el suelo, “el fontanero”, dada su capacidad de taponar vías de agua en equipos menores y zozobrantes. Pero también ha pasado sus apuros, como cuando escapó de Zimbabue escondido en el maletero de un coche rumbo a Sudáfrica con la policía pisándole los talones para detenerlo porque carecía de permiso de trabajo.

Políglota, generoso y “buena persona”, a decir de la mayoría de quienes se han cruzado en su camino, seis operaciones de ligamentos lo empujaron hacia los banquillos cuando solo tenía 24 años. Siempre había sentido fascinación por África y su fútbol, así que su destino profesional estaba escrito. Tras mucho trotar, en el verano de 2018 recibió la llamada de Gambia, que por entonces llevaba cinco años sin ganar un partido oficial, hundida en el fondo del ránking de la FIFA.

El centro de su misión fue peregrinar por Europa en busca de futbolistas seleccionables, hijos de emigrantes gambianos desperdigados en equipos menores de todo el continente. Por ejemplo el portero, Baboucarr Gaye, que juega en la cuarta división de Alemania (y fue clave al parar un penalti ante Túnez), o el lateral Saidy Janko, del Valladolid, nacidos en Alemania y Suiza respectivamente. El extremo Ablie Jallow, autor del golazo de la victoria ante Túnez, pertenece al Seraing, penúltimo de la liga belga, y Musa Barrow, cuyo tanto dio la victoria ante Guinea en octavos, se convirtió en el Bolonia en el primer gambiano en alcanzar el Calcio.

También en Italia se gana el pan Ebrima Darboe, cuya peripecia vital encarna la realidad de millones de jóvenes africanos. A los 14 años se fue de Gambia con Europa entre las cejas, pero en el trayecto acabó en manos de una mafia libia de traficantes de personas. Huyó y se embarcó hacia Sicilia, tierra firme al fin. Cuando llegó pesaba 50 kilos (mide 1,80); hoy cumple su sueño en el Roma y en la la selección. 

Frente a estrellas mundiales como Salah, Mané o Mahrez, Gambia no puede presentar grandes nombres. En el plantel que Saintfiet se ha llevado a Camerún hay modestos peones de 15 ligas diferentes. El juego de los llamados ‘escorpiones’ no da para muchas alegrías (defensa y contrataque), pero el belga les ha inculcado orden, competitividad y un orgullo que pone patas arriba la capital, Banjul, los días de partido. “No solo estáis haciendo historia en Gambia, estáis haciendo historia en todo el mundo”, les dijo después del triunfo del lunes. Casi les gustaron tanto esas palabras como la prima de 10.000 dólares por cabeza que les prometió la federación por el éxito.

A Saintfiet se lo empiezan a creer ahora. Porque cuando llegó al cargo hace cinco años y dijo "estoy aquí para clasificar a Gambia" todos pensaron que aquel 'fontanero' que habían contratado estaba un poco loco.