hípica

El jinete que escapó de la noche

Carlos Domínguez vuelve a competir tras superar el derrame cerebral por cavernoma que sufrió en 2020

Carlos Domínguez, con uno de sus caballos en las instalaciones de la Escuela de Equitación San Cosme.

Carlos Domínguez, con uno de sus caballos en las instalaciones de la Escuela de Equitación San Cosme. / Ricardo Grobas

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Tercera semana de septiembre de 2021. Jueves. Carlos Domínguez prepara a sus alumnos de la Escuela San Cosme para participar en el Concurso Internacional de Saltos de Esposende. Acudir como entrenador ya le ilusiona. El jinete profesional vigués, el único local que participó en la Copa del Mundo en Cotogrande, ha estado quince meses sin montar; en realidad, sin practicar ningún deporte o siquiera correr. En junio de 2020 sufrió un derrame cerebral. Le han detectado un cavernoma. Época terrible, de zozobra personal y profesional. Hasta el 18 de agosto de 2021 no recibe el alta médica. Esposende será su primer desplazamiento. Recibe una llamada. João Mota, astro portugués, se ha enterado a través de un conocido mutuo de la feliz noticia.

–Coge los pantalones de montar, que vas a competir este fin de semana.

–Es imposible, Joao. Llevo demasiado tiempo sin hacerlo.

–No, no, coge los pantalones.

João le proporciona la montura, una yegua bautizada como Chiara, de piel alba como su nombre. Los caballos de élite suelen estar tasados entre 150.000 y 180.000 euros. Mota sabe a quién confía su valioso animal. “Es cuando ves a los amigos, a los que te pueden sacar del hoyo”, agradece. Carlos conoce a Chiara apenas diez minutos antes de la prueba. Establecen conexión. El olívico se sacude el óxido enseguida. No penaliza en la primera jornada. Concluye tercero al día siguiente y segundo, en la clausura. Su mujer, Lourdes Vecoña, disfruta desde la banda. Su hija, Carmen, gana en su categoría. “Pleno completo”, se ufana Carlos, que recupera aquello que creyó haber perdido para siempre. “Es una gran alegría”.

Joao Mota, con Chiara, la yegua que dejó a Carlos Domínguez.

Joao Mota, con Chiara, la yegua que dejó a Carlos Domínguez.

La vida puede volcar en cualquier instante. A veces por una jaqueca que persiste durante días y se incrementa hasta convertirse en “un dolor salvaje”. Carlos Domínguez se despertó aquella noche veraniega con el cuerpo sacudido por un calambrazo. En 2020 se atravesaban momentos complicados, con la escuela cerrada por la pandemia y el Establos Vigo Iberconsa, su equipo de competición, sin actividad.

–No te preocupes. Todo saldrá bien –lo consoló su mujer.

Acudieron a Urgencias. Los médicos sospecharon de COVID. Le efectuaron pruebas y lo enviaron de vuelta a casa. La PCR resultó negativa. Consideraron la posibilidad de una fiebre vírica. Después Carlos comenzó a perder la visión lateral. Regresaron al hospital. El doctor Gelo Piñeiro determinó:

–Hay que hacer un TAC.

Así detectaron el derrame. Carlos, inmediatamente ingresado, recuperó la visión gracias a los corticoides. Tardó algo más con la sensibilidad en la zona del bigote. Los neurólogos determinaron que su cerebro había comenzado a sangrar por culpa de un cavernoma, una malformación vascular congénita. Había vivido durante 40 años con esa bomba de relojería en la cabeza. La lesión se encontraba en una zona de acceso complicado para la cirugía. Convenía esperar.

Carlos, con su mujer, Lourdes, en Esposende.

Carlos, con su mujer, Lourdes, en Esposende.

Aunque sin secuelas motrices o cognitivas, a Carlos le prohibieron realizar cualquier tipo de actividad que elevase sus pulsaciones y pudiese disparar su presión arterial. Una precaución que incluía montar a caballo. Carlos sintió su mundo desmoronarse. “Es toda mi vida profesional. No tengo otra fuente de ingresos”, especifica.

Carlos conoció la hípica a los 11 años y se enamoró al instante. A los 15 se trasladó a Francia para profundizar en su aprendizaje. También residió en Italia durante un lustro. Compite a nivel internacional y regenta además esa Escuela de Equitación San Cosme con más de 350 alumnos. Alejarse de los caballos suponía más que una baja laboral. Le desgarraba el alma. “Son siete días a la semana que estamos con ellos. Desayunan, comen y cenan. Hay que sacarlos todos los días a trabajar a la cuerda, los andadores o ser montados”, explica. “Es una relación muy directa. Ellos no entienden de festivos ni confinamientos”.

En la prolongada incertidumbre de esos meses reconoce: “Hubo un momento en que me derrumbé psicológicamente”.

–¿Qué voy a hacer? ¡Lo vendo todo, me deshago de todo!

–No, no... Es temporal –le contestaba Lourdes.

Su hija Carmen, en Esposende.

Su hija Carmen, en Esposende.

Su mujer y sus hijos, el futbolero Carlos y la diminuta amazona Carmen, de “alucinante compromiso con los caballos”, fueron sus “motores para seguir adelante”. También su grupo “excepcional” de monitores de la escuela, que le cubrían las limitaciones cuando incluso tenía que protegerse del sol. Y el apoyo de personas como Alberto Freire, CEO de Iberconsa, que renovó la relación de patrocinio que mantienen desde 1993.

–Tranquilo, Carlos, estamos contigo –le aseguró Freire.

Los nubarrones se fueron despejando también en su peregrinación por diversas consultas. En A Coruña, el doctor Martínez verbalizó al fin aquello que tanto había deseado oír.

–Todo está aparentemente bien. No podrás practicar submarinismo o alpinismo. Pero sí podrás montar.

Carlos no ha perdido tiempo desde entonces. Sabe que es un bien tan lujoso como frágil. Ha contratado un preparador físico y ha ido incrementando el ritmo de entrenamiento con los caballos. “Ahora estoy en perfecto estado”, certifica. En aquella experiencia que João Mota le facilitó en Esposende el vigués pudo disipar sus últimos temores: “Mi relación con la equitación no ha cambiado. Lo llevas dentro. Me sigue gustando competir e intentar ganar cuando sabes que estás preparado”.

Con el director de Iberconsa, Alberto Freire.

Con el director de Iberconsa, Alberto Freire.

Carlos Domínguez está en tratos con un propietario luso y otro español para gestionar sus monturas desde finales de febrero. Si no cuajan estas negociaciones, estudiará otras vías. Necesita recuperar posiciones en el escalafón y adquirir regularidad. Talento y pasión le sobran. Lo ha demostrado cabalgando contra esa oscuridad que lo amenazaba de reojo. Confiesa qué redondearía sus sueños: “Mi mayor ilusión deportiva es volver a competir en Vigo, que me lo ha dado todo. En esta ciudad existe un público muy entendido desde 1912. Estoy seguro de que nuestro alcalde podría conseguir que la hípica volviera”.

El jinete vigués Carlos Domínguez.

El jinete vigués Carlos Domínguez. / Ricardo Grobas

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