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Historias irrepetibles

Entre el hielo y el cielo

Billy Fiske fue una de las primeras estrellas de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de invierno antes de buscarse la vida para entrar en el ejército del aire inglés durante la Segunda Guerra Mundial

Fiske a los mandos del Bobsleigh americano en Lake Placid

A lo largo de la historia de los Juegos Olímpicos de Invierno, que están cerca de vivir una nueva edición, uno de sus protagonistas más especiales fue un joven americano de buena clase que llevó a la gloria al equipo americano de bobsleigh. Se llamaba Billy Fiske y años después se reconvertiría en piloto de caza durante la Segunda Guerra Mundial.

Billy Fiske no habría podido tocar la gloria olímpica de no haber nacido en una familia acomodada de Chicago. Su padre era un magnate bancario de Nueva Inglaterra obsesionado con su educación y que le envió desde niño a los colegios de mayor reputación de Europa. En 1924, con solo trece años, el pequeño de la familia tuvo que aprender a vivir solo, algo que le ayudó a abrir los ojos al mundo. Francia fue su primer destino. Allí descubrió una forma diferente de vivir, otra cultura y también deportes cuya existencia desconocía. Le sucedió con el bobsleigh. La economía familiar le permitía a él y a otros compañeros hacer periódicas escapadas a las estaciones invernales de Francia o de Suiza. Le gustaba la nieve y mucho más la velocidad. El día que se subió por primera vez a un trineo y se lanzó por el tubo de hielo entendió que tenía que probar suerte en aquel deporte incipiente y que desataba la adrenalina que llevaba dentro.

Billy Fiske

Los Juegos de Invierno de 1928 se celebraban en Saint Moritz, estación suiza que él conocía bastante bien porque la visitaba con frecuencia. La Federación de Estados Unidos quería presentar un equipo en la cita, pero no tenía suficientes deportistas en casa por lo que puso un anuncio en la edición parisina del Herald Tribune solicitando voluntarios. Y Billy Fiske se presentó de inmediato. Solo tenía dieciséis años en aquel momento. El equipo entrenó en Europa durante varias semanas antes de la competición y Fiske, pese a su juventud, no tardó en demostrar su capacidad de liderazgo y habilidad. Era el piloto del trineo y su responsabilidad era aún superior a la del resto. Pero a la hora de la verdad no falló. De forma sorprendente Estados Unidos consiguió la medalla de oro en aquella cita (primera que ganaba en ese deporte en la historia) y Billy Fiske se convertía en el campeón olímpico más joven de la historia, un título honorífico que le perteneció hasta que en 1992 se lo arrebató por solo unos meses el saltador de trampolín finlandés Toni Nieminen. Sus compañeros en el podio fueron Geoffrey Mason, Nion Tucker, Clifford Gray y Richard Parke.

Durante más de 60 años fue el campeón olímpico más joven de la historia

Cuatro años después, en los Juegos de 1932 que se celebraban en Lake Placid (Estados Unidos), Fiske recibió un doble encargo. Por una parte liderar al bobsleigh americano de cuatro componentes (se había introducido un cambio en el reglamento para reducir el número de deportistas en cada trineo) y por otra ser el abanderado de Estados Unidos en la ceremonia inaugural. Un doble honor que recibió con enorme satisfacción y que también describía el grado de popularidad que había alcanzado gracias a su triunfo con solo dieciséis años en la anterior cita. Cuando regresaba a casa después del curso en Europa su agenda echaba humo. Por entonces ya estaba instalado en Inglaterra donde estudiaba economía e Historia en el Trinity Hall de Cambridge y también se hizo famoso por su forma de conducir, casi temeraria, por las carreteras rurales británicas a los mandos de un inconfundible Bentley de color verde. Fiske respondió en Lake Placid como se esperaba de él y condujo al bobsleigh americano a su segunda medalla de oro olímpica.

En aquel momento la gente hacía vaticinios de cuántas medallas de oro consecutivas sería capaz de ganar. La Federación tenía claro que estaría a los mandos del bobsleigh en los Juegos de 1936 que se disputaban en la estación alemana de Garmisch-Partenkirchen. Pero él tenía otros planes y una manera diferente de ver la vida. Poco antes de aquella cita Fiske y un buen amigo, Ted Ryan, se habían interesado por unos terrenos en la montañosa Aspen. Era una antigua ciudad minera que se había desvanecido tras el cierre de las explotaciones. Ellos vieron la posibilidad de montar allí una estación de esquí de primer nivel, similar a las que impresionaban en Europa. Levantaron un albergue, comenzaron a habilitar pistas, construyeron el primer funicular en la zona y trajeron de Suiza a prestigiosos instructores para que guiasen los primeros pasos de la instalación. Fiske había puesto la primera piedra para la que, con el paso de los años, sería la más famosa estación invernal de Estados Unidos.

Sus planes en Aspen solo supusieron una minúscula razón por la que Billy Fiske no acudió a Alemania en 1936. No quería tener nada que ver con unos Juegos Olímpicos dedicados a la propaganda del régimen nazi. Muchos de sus mejores amigos en Europa eran judíos e intuía perfectamente el negro futuro que se cernía sobre el continente. Renunció a participar e invitó públicamente al Comité Olímpico de Estados Unidos a que hiciese lo mismo y no llevase a sus deportistas a competir ni en los Juegos de Invierno en Garmisch-Partenkirchen ni en los que se celebraban unos meses después en Berlín. Sus palabras cayeron en saco roto, pero él cumplió su promesa de no competir. El bobsleigh norteamericano perdió la hegemonía que había logrado con él a los mandos.

Fiske con el uniforme de la RAF

Fiske con el uniforme de la RAF

Llegó entonces la guerra a Europa. Hacía poco más de un año que Fiske se había casado con una condesa. Ajeno a las llamadas a la neutralidad que hizo Estados Unidos, que incluían la prohibición a sus ciudadanos de entrar en combate, Fiske se las ingenió para unirse al cuerpo de voluntarios de la RAF (el ejército británico del aire). Se valió para ello de un pasaporte falso canadiense y de los buenos contactos que había conseguido en sus años en Cambridge. Así entró a formar parte del Escuadrón 601 con base en Tangmere (Sussex) convirtiéndose al tiempo en uno de los primeros norteamericanos en unirse a la guerra. Fiske ya había aprendido a pilotar unos años atrás por lo que su formación resultó mucho más sencilla. Su pasión por la velocidad que siempre le había acompañado y la buena coordinación le ayudaron a destacar pronto en el llamado “escuadrón de los millonarios” porque en él se reunían varios integrantes de familias adineradas del Reino Unido, algunos de los cuales incluso pagaban su propio avión. No fue el caso de Fiske a quien se puso a los mandos de un “Hurricane”.

En julio de 1940 Fiske estuvo en el comienzo de la Batalla de Inglaterra. La mayoría de sus misiones consistían en proteger los convoys de mercancías y soldados que cruzaban el Canal de la Mancha, pero no tardaron en llegar los enfrentamientos directos con la aviación alemana. El antiguo campeón olímpico salió indemne de los primeros combates en el aire. Se habla de un número indeterminado de derribos, aunque es algo a lo que Fiske nunca prestó la mínima atención. Pronto comenzó a destacar en su escuadrón como su propio líder, Archibald Hope, dejó escrito en su diario: “Es increíble lo bueno que es, el mejor que he conocido. Es un piloto de caza nato”.

El 14 de agosto se produjo un enfrentamiento con varios “Stuka” que habían atacado la base de Tangmere. El tirador de cola de uno de los aviones alemanes alcanzó el Hurricane de Fiske y provocó un pequeño incendio en la cabina. El piloto norteamericano descartó abandonar el aparato para no perderlo y se las ingenió para aterrizar. Cuando acudieron en su auxilio tuvieron problemas para sacarlo del avión. Tenía importantes quemaduras tanto en las manos como en los tobillos. Fue conducido con urgencia al hospital de Chichester donde murió de un shock quirúrgico. Tenía 29 años. Se le enterró en suelo inglés, en Boxgrove. Casi un año después de su muerte se descubrió una placa en su honor en la Catedral de San Pablo de Londres con la inscripción “un ciudadano estadounidense que murió para que Inglaterra pudiese vivir”. La decisión de honrarle públicamente, el día de la Independencia de Estados Unidos, fue idea del propio Winston Churchill. Los estadounidenses aún no estaban en guerra oficialmente y el Primer Ministro inglés, decidido a ganar la batalla de la opinión pública, quiso popularizar la historia de Fiske y que su ejemplo valeroso resonase con fuerza al otro lado del Océano Atlántico. 

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