“Siempre me imaginé lo mejor”, suele decir Diego Simeone cuando rebobina hacia el origen de toda su imponente, incontestable e inigualable era como entrenador y líder del Atlético de Madrid, un 23 de diciembre de hace diez años, cuando no sólo desafió la deriva de un equipo y un club en depresión, sino que lo reactivó y lo relanzó de nuevo a la altura de su historia, rebajada por un presente que escenifica su peor momento en diez años, con cuatro derrotas seguidas de Liga, sin contundencia, sin fortuna y sin soluciones.

Al Atlético le han tirado once veces a su portería en la serie más reciente de cuatro encuentros de la Liga. Ha encajado ocho goles. Y el Atlético ha intentado 53 tiros en las cuatro citas más recientes del torneo para marcar tres tantos nada más; uno al Mallorca, uno al Sevilla y uno al Granada. Ninguno de ellos de Luis Suárez, que también atraviesa su peor racha como rojiblanco. No ha anotado ningún tanto en los últimos ocho encuentros. Y sólo uno en los doce más recientes.

“Hay que limpiar la mente, estar tranquilos, buscar corregir situaciones, esperar que se recuperen los centrales (Stefan Savic y José María Giménez, bajas los últimos cuatro y cinco choques, respectivamente) que nos están faltando en estos momentos y con mucha necesidad. Y con tranquilidad, en la búsqueda, ir despacio rearmando esto, que tiene muchas cosas buenas. No tengo ninguna duda de que el equipo tiene muchas cosas buenas. Con tranquilidad y equilibrio saldremos adelante”, expresó el técnico, que necesita soluciones, ante lo desconocido, con su equipo fuera de zona Champions a final de año.

Hay datos innegables para la preocupación, por encima de todos los goles en contra: 16 en los últimos diez compromisos entre todas las competiciones. O 23 en los 14 más recientes. No es que le tiren mucho al Atlético, pero casi cada lanzamiento es gol. “Las desatenciones, la desconcentración y los pequeños detalles que hacen grandes cosas nos están costando muy caros”, asume el técnico.

Su equipo tan solo ha contabilizado ocho triunfos en sus últimos 22 choques (diez en 24 en toda la campaña), con el agravante de que nada más haya ganado dos de sus siete choques más cercanos. Ha perdido 20 de los últimos 39 puntos por los que ha competido en la Liga. Es decir, ni siquiera ha sumado la mitad (19). Y sólo ha terminado tres partidos de sus últimos 18 sin daño en la portería de Jan Oblak. Es un Atlético desfigurado. Irreconocible. A 17 puntos del liderato del Real Madrid. Y es el actual campeón.

Justo cuando se cumple una década de Simeone al frente del conjunto rojiblanco, en contraste con un decenio que cambió el paso del club en un momento crítico, que recuperó la grandeza de un equipo que no se sentía en tal dimensión desde los años 70 y que alcanzó hitos que nadie intuía hace diez años, cuando reapareció el Cholo en su vida, para conquistar ocho títulos, para derribar el duopolio del Barcelona y del Real Madrid, para ser grande otra vez en Europa, para ser el técnico más ganador de la entidad y para alcanzar e incluso superar a Luis Aragonés.

Para ello se preparó siempre el técnico argentino, cuando pasó del terreno de juego como centrocampista a la banda como entrenador, sin interrupción, en el Racing de Avellaneda, cuando fue campeón con el Estudiantes de La Plata o con el River Plate, cuando entrenó al Catania en su única aventura europea precedente o cuando regresó al Racing, al Cilindro, para retomar su recorrido que él sabía invariablemente que algún día alcanzaría al Atlético.

Nunca ocultó tal anhelo Simeone, siempre pendiente del conjunto rojiblanco, siempre en crecimiento como entrenador, con la vista en una meta que ya visibilizaba cada vez más cerca, mientras admiraba el sentido de pertenencia que consiguió Pep Guardiola en el Barcelona -y que él luego logró en el Atlético-, entre la indefinición que sufría el club entonces, a veces en la Liga de Campeones -pocas-, otras en posiciones menores -demasiadas para lo que había sido en el pasado-, entre sus cambios de técnico (de Javier Aguirre a Abel Resino, a Quique Sánchez Flores y a Gregorio Manzano), y entre su progresión propia como entrenador. El destino estaba marcado. Fue cuestión de tiempo: 23 de diciembre de 2011.