Noche de domingo en Sevilla. España acaba de clasificarse para el Mundial de Catar tras un discreto desempeño frente a Suecia. No falta la selección a una cita de ese calibre desde 1974 y por eso tras el pitido del árbitro la celebración en el estadio de la Cartuja parece algo fría, casi rutinaria.Abrazos discretos, choque de manos, aplausos hacia el tendido...hasta que aparece en escena Luis Enrique. Líder en el vestuario, en el banquillo, en la sala de prensa y también en la fiesta. El técnico asturiano, exultante, arrastra a los jugadores y termina por imponer el jolgorio general que él lidera sin rubor ninguno. Aplaude, salta, agita a los tímidos y a los dubitativos que prefieren taparse un poco porque tal vez adivinan cierta sobreactuación en la escena. Pero acaban igualmente engullidos por ese arrebato. Incluso dan una vuelta de honor, triunfal, a un estadio que agradece el gesto y canta a Raphael. Todo sucede porque así lo decide Luis Enrique, el hombre que ha convertido la selección en algo muy parecido a un club y que en ese sentimiento de pertenencia ha encontrado el punto sobre el que edificar un plan. El festejo se convierte en una reivindicación más del grupo al que protege y ha convencido de que solo desde ese espíritu llegarán al soñado éxito. En España triunfa por encima de todo la idea, el clan, no los individuos. Puede que por eso la selección funcione mejor en aquellas tareas que se hacen desde un sentimiento colectivo y cojee en la resolución individual de los partidos. El equipo en el que solo el técnico se comporta y ejerce como una verdadera estrella; y en el que los futbolistas entran y salen con una facilidad pasmosa sin que nadie sea capaz de adivinar sus intenciones.

En los 36 partidos que ha dirigido a la selección el asturiano ha utilizado a 81 futbolistas diferentes de los cuales 44 vivieron su estreno bajo sus órdenes. Los internaciones se intercambian con pasmosa facilidad, van y vienen. Aunque hay unas pocas piezas que parecen inamovibles, cada convocatoria está salpicada de sorpresas, los futbolistas saltan del sillón de casa (Raúl de Tomás) a ser citados por la lesión de un compañero y convertirse en titulares en los dos encuentros decisivos de clasificación para el Mundial; un niño de 17 años se transforma en pilar fundamental tras dos tardes en el fútbol profesional; otros desaparecen de repente y dejan en el ambiente una sombra misteriosa que el seleccionador se quita de encima con un par de rugidos en la sala de prensa y la certeza proclamada, aunque no se la crea, de que nada es para siempre.

Luis Enrique, hombre de extremos; adorado por una parte de la afición, odiado por la otra; ensalzado hasta la exageración por un sector de la crítica, censurado rabiosamente por otro, vive abrazado a sus convicciones y ajeno a las ideas que sobre él construye el famoso “entorno”. Él tiene su método, tan indescifrable como desconcertante. Enloquece a los que tratan de encontrar una explicación a su método. No tiene sentido gastar tiempo en eso; Luis Enrique ha decidido aislarse de cualquier atadura, de convencionalismos arraigados en el fútbol, presiones externas y complejos. Y tira para adelante convencido de que lo primordial en su trabajo es que los jugadores sigan sintiendo un respeto casi reverencial por su figura. Te lo cuenta cualquiera que haya compartido un vestuario con él. Y muchas de las decisiones que toma están pensadas para reforzar ese objetivo. Para esta última convocatoria ante Grecia y Suecia, Luis Enrique llamó a 23 jugadores de campo. Todos menos dos tuvieron la oportunidad de saltar al terreno de juego. El grupo entero se siente parte de algo y los egos descontrolados en sus clubes de origen se apagan en el vestuario de la selección y se ponen al servicio del colectivo.

Todo esto no puede ocultar que España sigue sin jugar bien y que hay momentos en los que se entregan a un rondo interminable que no les lleva a ningún sitio. Pero ha aprendido a sacar adelante su tarea y a alimentar la idea de que dentro de un año estará en la lista de aspirantes a ganar el Mundial. Luis Enrique no se cansará de repetirlo porque ¿qué equipo se atrevería a desmentir a un líder como él?