Luis Enrique no pudo ayer en San Siro con el aplomo y la experiencia de Francia, que hereda de Portugal la Liga de las Naciones, pero ratificó que alcanzar las semifinales de la Eurocopa no fue una casualidad, sino parte de un trayecto que promete grandes alegrías, aunque anoche el trago fuera amargo. En cualquier caso, es parte del proceso de aprendizaje.

Cualquier derrota en una final es cruel, pero lo será especialmente esta, por la conciencia de haber sido mejor durante mucho tiempo que toda una campeona del mundo y por encajar una remontada que Francia ya ensayó en la semifinal ante Bélgica. Y aún duele más por las dudas que deja el gol de Mbappé (el definitivo tras los de Oyarzabal y Benzema): el delantero del PSG recibió en fuera de juego después de que Eric Garcia tratara de cortar el pase. El árbitro interpretó el leve toque del zaguero como un intento de ceder el balón a Unai y el VAR no le contradijo.

El guion del partido estaba cantado. El balón era español, eso no se discutía. Otra cosa es la efectividad de ese axioma. Esta vez, teniendo en cuenta el rival, se perdona y comprende que el dominio se extinguiera al llegar a tres cuartos de cancha. Ferran Torres, finalmente titular, volcado a la izquierda, le buscó las cosquillas a Theo, pero España solo disparó una vez a puerta en toda la primera mitad.

A cambio, el tridente francés se desesperaba arriba, sin apenas tocar el balón. Ni siquiera su predisposición a presionar arriba le permitía entrar en contacto con el cuero, que España lograba sacar con una paciencia casi temeraria. Cada vez que Benzema recibía, tres o cuatro camisetas rojas lo rodeaban, haciendo buena la instrucción de vencer como colectivo a las individualidades francesas. Y las tres veces que Mbappé tuvo la oportunidad de forzar el uno contra uno salió perdedor: una con Laporte (el repudiado por Deschamps) y dos por un Eric García titular por sorpresa y cuyo gran partido merecía otro desenlace.

El partido cogió otro aire en la segunda mitad porque España siguió a la suyo, con Busquets exhibiendo la lozanía de Gavi y este con la serenidad de aquel y escoltados por un valioso Rodri, pero 10 metros más cerca de Lloris. En esa zona ya era posible encontrar el último pase, o que un error propiciase un gol.

Seguramente Deschamps daba por bueno ese paso adelante de España, porque dejaba metros a al espalda de su defensa que Francia explota como pocos. Una rápida transición de izquierda a derecha que habría firmado el XV del Gallo en el Seis Naciones culminó con un tiro al larguero de Theo, el primer disparo de “les bleus” en todo el partido. No dio tiempo a asustarse: en la siguiente acción Busquets metió un pase vertical a Oyarzabal, que salió vencedor en el mano a mano ante un torpe Upamecano y superó la salida de Lloris (m. 64).

Pero la locura en la que había entrado la final beneficiaba a Francia, que tardó dos minutos en igualar, con un tiro a la escuadra de Benzema desde el pico del área que Unai Simón llegó a arañar (m. 66). Fueron los peores minutos de España, habituada al orden y no a ese descontrol.

En ese vértigo empezó a emerger un inmenso Pogba y también Mbappé, desaparecido hasta entonces pero a quien se le estaba poniendo el escenario ideal para su número. Unai evitó el 2-1 en un disparo del delantero del PSG, pero ya no pudo hacerlo cuando se plantó solo ante él, sacando ventaja de una posición de fuera de juego que, a juicio de Anthony Taylor, no lo fue (m. 80).

Los jóvenes mosqueteros de Luis Enrique, comandados ya por Yeremi Pino, fueron a la carga hasta el final en busca del tanto que al menos forzara una merecida prórroga, pero el asedio no tuvo premio. Lloris le sacó una gran mano a un tiro de Oyarzabal y estuvo inconmensurable en un trallazo de Pino. Seguro que todos ellos tendrán ocasiones para sacarse la espina.