A Richard Carapaz lo llaman la Locomotora y desde ayer es el campeón olímpico, el segundo ecuatoriano que lo consigue después del marchador Jefferson Pérez, que se cubrió de oro en Atlanta 96, cuando el triunfador en los Juegos de Tokio apenas tenía tres años. Formado en España, en las carreteras de Navarra, debutó en el Movistar, equipo con el que acabó como el rosario de la aurora, apenas tres meses después de conquistar el Giro 2019.

Fue un triunfo enorme, porque el ciclista ecuatoriano no era el principal favorito y porque había otros dos corredores por encima de él, quienes al final necesitaron de la foto finish para definir el metal de sus medallas. Wout van Aert (plata) y Tadej Pogacar (bronce) partían como los principales candidatos al oro. Y porque el belga -por empuje, entrega, coraje y fortaleza-, y el esloveno –al romper la prueba olímpica en un muro de montaña llamado Paso Mikuni– fueron los otros dos héroes de la carrera olímpica en lo que sin duda fue un justísimo reparto de medallas, si se exceptúa al joven corredor estadounidense Brandon McNulty que fue el compañero de fuga de Carapaz en el decisivo ataque a una veintena de kilómetros de la meta, donde el corredor ecuatoriano destrozó la selección de ciclistas que habían confeccionado entre Pogacar y Van Aert.

Si Carapaz pedaleó con valentía para permitirse hasta el lujo de disfrutar de la sensación de ganar la medalla de oro en los últimos 500 metros de la carrera; Van Aert y Pogacar definieron un esprint maravilloso. Mientras tanto España fracasó. Y lo hizo rotundamente, sin ningún tipo de consolación y, sobre todo, sin que se tuviera un plan B por si Alejandro Valverde, como desgraciadamente ocurrió, no conseguía, por lo menos, el objetivo de colarse en el grupo que iba a pelear por los metales olímpicos.

Sucedió lo que siempre ocurre en el Mundial, que es la carrera más parecida a la olímpica, aunque con más corredores y más posibilidad de control por parte de las grandes selecciones. Se formó una escapada que llegó a tener hasta 20 minutos de diferencia. Sin embargo, en el monte Fuji, entre eslovenos y belgas, redujeron las distancias. Y fue allí donde Valverde ya se descolgó después de hacerlo Omar Fraile, que acabó abandonando.

Momento clave

Todo el mundo sabía de la enorme dificultad que entrañaba la subida al Paso Mikuni, con la cima a 33 kilómetros de la meta. Era como un pequeño Mortirolo y con un muro empedrado donde apenas se podía avanzar con la bici. Fue el lugar donde Pogacar rompió los aros olímpicos para dejar delante a una docena de ciclistas, sin ningún español, todos a rueda de Van Aert, un grupo que se iba a jugar el oro, hasta que Carapaz decidió actuar para ganar la prueba en solitario.

Valverde se hundió de forma inesperada y nadie supo reaccionar porque Ion y Gorka Izagirre no tuvieron su día y porque Jesús Herrada puso voluntad ante un grupo de ciclistas que rodaba muy lejos de sus posibilidades.

Pascual Momparler, seleccionador español, sorprendentemente decidió no convocar a Pello Bilbao, noveno del Tour de Francia, y quien gritaba por ir a los Juegos. Y tampoco apostó por Enric Mas, sexto en París, que solo esbozó una sonrisa ante la prensa del Tour cuando supo que tampoco viajaba.

Curiosamente eran los dos ciclistas españoles más en forma, porque habían terminado en el top ten de la Grande Boucle, dos corredores que habrían tenido complicado, igual hasta imposible, pelear por las medallas pero que, a lo mejor, por lo menos uno, sí habría estado entre los elegidos, en vez de sentados en el sofá de sus casas para ver la prueba olímpica antes de salir a entrenar. Los ocho primeros de la carrera llegaron a Tokio tras acabar la ronda francesa.

Carapaz, uno de los astros del Ineos, se colgó la medalla de oro después de terminar en el podio de las dos últimas carreras de tres semanas que ha disputado: segundo en la Vuelta 2020, que a lo mejor hasta habría ganado de haber actuado su exequipo de forma diferente en la Covatilla el penúltimo día, y tercero hace apenas una semana en el Tour