A finales de los años cuarenta preparar la selección italiana que acudiría al Tour de Francia, donde se corría por escuadras nacionales, obligaba a gigantescos ejercicios de diplomacia. En 1949 la situación tocó techo. Eran los años de plenitud de la rivalidad entre Coppi y Bartali. Fausto estaba en la plenitud de su carrera y Gino, que ya tenía 35 años, no acababa de marcharse. Lo había demostrado doce meses antes cuando logró su segundo triunfo en Francia tras un recital imponente que acompañó con la victoria en siete etapas. Ese era su principal aval, lo que le impedía inclinarse ante la mayor fuerza y juventud de su rival y, al mismo tiempo, íntimo amigo.
Para intentar aliviar tensiones y definir las reglas de juego en Chiavari, una pequeña localidad próxima a Génova, se reunieron a comienzos de temporada todas las partes implicadas. Bartali, Coppi y con ellos las principales figuras del pelotón italiano. También estaba presente la Federación Italiana y sobre todo Alfredo Binda, la primera gran leyenda del ciclismo en aquel país y encargado de dirigir el equipo. Era la única persona cuya voz podía ponerse a la altura de los dos corredores, la única que serían capaz de escuchar y sobre todo obedecer. Allí los ciclistas alcanzaron un acuerdo de colaboración en el que por encima de todo estaba el objetivo de que Italia reafirmase su poder en el ciclismo mundial y regresase a casa con un nuevo Tour de Francia. Pero había muchos más intereses que no estaban a la vista de todos. El más importante tenía que ver con la venta de bicicletas en Italia, un negocio que movía una fortuna cada año. Bianchi, el principal fabricante y dueña del equipo en el corría Coppi, estaba inquieta con la llegada al mercado de la firma que abanderaba Bartali. Y un triunfo en el Tour tendría su influencia en la cuenta de resultados de ambas empresas.
En los primeros meses de temporada Coppi ofrece su mejor versión. Se encuentra en plenitud y en ningún sitio lo demuestra tan clara como en el Giro de Italia donde atropella a sus rivales y firma aquella victoria para la leyenda en la Cuneo-Pinerolo, la famosa etapa del “un uomo solo al comando”. Fausto se siente más poderoso que nunca tras su tercer triunfo en el Giro y entonces decide que hay que reconsiderar el pacto de Chiavari cuando solo quedan semanas para que arranque el Tour de Francia. No quiere a Bartali con él.
Entiende que es el mejor ciclista italiano del momento y que su compatriota puede ser más una amenaza que un socio llegado el momento. En esa pelea le apoya la firma Bianchi de forma encendida y Coppi confiesa su intención públicamente en una entrevista en La Gazzetta que genera aún más ruido entre los aficionados. Goddet, el patrón del Tour, asustado ante la posibilidad de quedarse sin el vigente campeón del Tour lanzó el aviso de que si Italia le dejaba fuera de la selección crearía una especie de equipo internacional que capitanía Bartali. Incluso selecciones como la suiza le ofrecieron correr para ellas. Alcide de Gasperi, presidente italiano y buen amigo de Bartali, también se vio en la obligación de intervenir invocando el sentido patriótico de todos los implicados. En ese ambiente se convoca una nueva reunión en Osimo, mucho más intensa, y donde de alguna manera se terminan por reafirmar los planteamientos de la primera cumbre. Bartali correrá para Italia, la selección llevará a los gregarios más fieles de cada uno y los dos líderes tratarán de no alimentar escapadas que involucren a aspirantes a la general hasta que los Pirineos definan la carrera. El señorial Binda bendice el trato que se firma la segunda semana de junio y que se anuncia a los medios mediante un comunicado oficial. Todos sabían que el “armisticio” duraría hasta que la carrera arrancase.
Ese es el escenario en el que los ciclistas comienzan el Tour el 30 de junio de 1949. En la quinta etapa, una jornada de casi trescientos kilómetros entre Rouan y Saint Malo, Coppi se mete en una escapada en la que está el suizo Kubler. Bartali no se mueve. Respeta el acuerdo aunque hay compañeros dentro del pelotón que le dicen que está legitimado a ir tras ellos porque Kubler es un potencial ganador del Tour. Bartali no lo tiene tan claro y deja que se marchen. Pero la fatalidad acompaña aquel día a Coppi que sufre una avería.
La primera bicicleta que le traen no sirve tampoco y se queda en la cuneta tirado, abatido, cuando llega el grupo. Bartali habla con él, pero se encuentra al Fausto caótico y furioso de los malos días. No quiere seguir, maldice y grita. Una escena parecida a la del Giro de 1940, el del primer triunfo de Coppi, cuando estuvo a punto de tirar todo por la borda hasta que Bartali le serenó en su peor jornada hasta empujarle a la victoria. Pese a sentirse algo despreciado, Bartali hizo caso a Binda (“solo tú puedes hacer que vuelva a la carrera”) y dejó ir a los fugados mientras trataba de acompañar a Coppi a la meta. Allí se dejaron un puñado de minutos que confiaban en recuperar cuando la montaña entrase en acción. Pero también es verdad que ese día Bartali rechazó la ocasión de librarse de su indiscutible rival y nadie podría habérselo reprochado.
La noche de Saint Malo los fieles “coppianos” hicieron un trabajo enorme para que Fausto no se retirase. Era lo que le pedía el alma. Sentía que el Tour era una carrera que no le quería, que incluso le despreciaba. Sus gregarios combatieron esa noche contra su peor versión, el hombre atormentado en constante conflicto interior. Pero le vencieron recurriendo incluso a la necesidad que tenía de conseguir dinero si quería casarse. Así lograron que al día siguiente se subiese a la bicicleta.