Maracanazo y fiesta. Una fiesta inolvidable. Argentina se quedó con la Copa América en Brasil. Ganó 1-0 en Río de Janeiro y puso fin a una sequía de 28 años. Leo Messi rompió el maleficio y tuvo, además, su primer título con la selección mayor. Lo buscó y a los 34 años, después de tres finales perdidas, se encontró con que tanto perseguía. Neymar fue a abrazarlo antes de levantar con sus dos manos el trofeo tan esquivo. Sobre su rostro se dibujo la sonrisa que contagió a un país que, en pandemia inició su fiesta al caer la noche.

Un Brasil y Argentina no es cualquier cosa. El clásico se juega con el cuchillo en la boca. No podía ser de otra manera en la noche carioca. Por eso, desde el inicio, el partido fue muy trabado, con más carácter que imaginación. Los jugadores pusieron la pierna fuerte.

Nadie quiso arriesgar, y debía ser un error o la aventura personal de Messi, elegido el mejor del torneo y máximo realizador, con cuatro goles, o Neymar, los que abrieran una brecha en la defensa. El campo del Maracana no ayudó demasiado a la fluidez del juego: el balón saltaba como un conejo. Parecía por momentos que se jugaba en una playa de Río de Janeiro.

Brasil jugaba más cerca del área argentina, pero le costaba llegar con peligro a la portería de Martínez. A los 21 minutos cimbró el estadio: Rodrigo De Paul robó una pelota en el centro de la cancha y habilitó de manera magistral a Ángel Di María. El jugador del PSG quedó solo frente a Ederson y colocó el balón por arriba de su cabeza. El gol llegó de manera inesperada y la selección celeste y blanca. Los locales no esperaban semejante traspié, y si bien reaccionaron de inmediato, no encontraron la manera de remontar el marcador. Tampoco pudieron usufructuar las dificultades de Argentina para salir desde la portería con el balón al pie El equipo que dirige Lionel Scaloni se replegó luego para conservar el resultado.

Un segundo tiempo dramático

Tité decidió barajar los naipes de nuevo y plantar un equipó más ofensivo: sacó a Fred, que estaba amonestado, y ubicó en el ataque a Roberto Firmino. Los primeros minutos del complemento no mostraron variantes en relación a la primera etapa. Argentina tuvo que hacer un enorme esfuerzo físico para detener las incursiones brasileñas. Scaloni buscó reforzar el medio campo cuando la canarinha empezó a ganar en protagonismo. Guido Rodríguez sustituyó a Paredes para tener mayor serenidad y domino. A los 55 minutos, Ney pudo por fin sacarse a los marcadores de encima y dejó solo a Richarlison. El disparo del delantero se encontró con las manos del portero Martínez.

Argentina intentó soportar los ataques con el poco aire que le quedaba. Scaloni sacó a Lo Celso y ubicó en su lugar a otro defensor, Nicolás Tagliafico. Vinicius Junior salió por Everton para darle a Brasil mayores variantes ofensivas. El partido empezó a ser de ida y vuelta. Messi, quien jugó a pesar de algunas molestias, estuvo a los 62 minutos a las puertas de la hazaña, solo contra el mundo. Cada vez que trataba de intervenir tenía a cuatro y hasta cinco brasileños encima.

Algo similar le ocurrió a Neymar quien, a puro regate, obligaba a Argentina a la falta o a lanzar bien lejos la pelota. La figura del diez fue creciendo. Tité se jugó a matar o morir: había comenzado sin un número nueve y luego puso a Gabigol junto con Firmino. Emerson reemplazó a Lodi. El último cuarto de hora fue dramático. Gabriel Romero, quien había sido infranqueable, se tuvo que retirar lesionado. Pezzella estuvo a la altura de las circunstancias.

Messi celebra el gol de Di María. EFE

Crecieron las fricciones y hasta hubo un conato de pelea después de que Otamendi hiciera saltar a Neymar por los aires. A los 82, Gabigol se quedó con el grito ahogado. El tiempo corría y a Brasil se le escapaba el empate. Messi ya no tenía aire. Era cuestión de soportar el asedio.

Martínez impidió la paridad en el pie izquierdo de Gabigol. Messi, de contragolpe, perdió una posibilidad inimaginable tras ser habilitado por el heroico De Paul. Solo el pésimo estado del césped puede explicar que el mejor de todos no tuviera su gran gol consagratorio. Pero Leo quiso ante todo un logro colectivo. Lo tuvo. Cuando escuchó el silbato de cierre, se arrodilló y, sobre el césped, se cubrió el rostro. Todos lo fueron abrazar. "Que de la mano de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar", le cantaron al final de la final.

Hinchas de Messi

"Messi triunfa, Neymar llora", tituló Folha de San Pablo.La Pulga logró algo excepcional en Río de Janeiro: haberse ganado no solo la simpatía de muchos brasileños sino el aliento de parte de ellos. Nunca había sucedido algo así. El Maracaná casi vacío le impidió presenciar esa escena inverosímil. No solo ha pesado en esta inclinación el enorme respeto que despierta su figura. La Copa América fue un intento del Gobierno de ultraderecha de levantar una cortina de humo en el momento de mayor desprestigio del presidente Jair Bolsonaro. Tuvo la inestimable ayuda de la Conmebol, la federación sudamericana de fútbol. Antes de que se disputara la final, y como ajenos a la definición, un 54% de los brasileños se mostraron a favor de un juicio político a Bolsonaro por su responsabilidad en la pandemia que mató a casi 532.000 personas y se disputo en medio de la emergencia sanitaria.