Lloró medio mundo. Se emocionaron los locutores, gritó su padre Julián, mamá Roser dio saltos en Cervera, su hermano Àlex se volvió loco en el corralito, su manager Emilio Alzamora no sabía dónde meterse, Alberto Puig, su jefe y el tío que menos se emociona del mundo, gemía de placer, Takeo Yokoyama, el ingeniero japonés que le hace la moto, se secaba las lágrimas con la mascarilla, Santi Hernández, su ingeniero, caminaba mirando al cielo dándole las gracias a su madre por poder trabajar con el mejor (y lloraba, sí, mientras contaba en DAZN que “Marc se lo merece todo”), los periodistas aplaudían en la sala de prensa y los demás, en casa, destrozábamos los muelles del sofá dando saltos de alegría.

Lo que ayer logró Marc Márquez en Sachsenring (Alemania) no fue una victoria más. No fue su triunfo nº 83, ni su podio nº 135, ni siquiera su 11º paseó triunfal por el jardín de Sachsenring donde lleva 11 años ganando, del 2010 al 2019, de 125cc a MotoGP. ¡Qué va! Fue una gesta de las más grandes del deporte. “Fue como cuando dieron por muerto a Rafa (Nadal), diciendo que ya no se levantaría, que tenía las rodillas destrozadas, y volvió a ganar, una y otra vez, en Roland Garros”, contó ayer el mismo Marc. “Estas cosas pasan cuando crees, cuando vives con pasión tu deporte, cuando sabes que no hay imposible, cuando esperas que tanto dolor, sacrificio y trabajo tenga su recompensa para todos. Para ti, para Honda, para tu familia, para los doctores, para tu equipo, para tus amigos, para los que se han acompañado en estos duros meses. Este triunfo es de demasiada gente como para no acordarme ahora de todos”.

Después de tres ceros

Márquez reconoció que era demasiado consciente de lo que se jugaba. Venía de tres ceros, había perdido la oportunidad de dar el golpe en Le Mans. “No podía volver a fallar en mi circuito favorito”. Quería trabajar todo el fin de semana con presión “porque esa presión, a menudo, te hace estar atento y no cometer errores tontos”. Hizo una salida increíble. “Del quinto al primer puesto en la primera vuelta, tras salvar a Aleix (Espargaró), que estaba cañón”. Ya líder, empezó a llover poco. Lo suficiente. “Me dije, Marc esto se está poniendo bien. Es tu momento, solo tú sabes arriesgar. Haz tres vueltas a muerte, que los demás no serán capaces de seguirte con estas gotitas. Lo logré, abrí hueco y, luego, vi a Miguel (Oliveira), pero me mentalicé de que no me iba a coger. Y no me cogió, no”.

Márquez volvió otra vez sobre sus pasos al recordar: “Cuando sufrí la lesión, siempre tuve la sensación de que volvería y fuerte, pero la primera vez que piloté una MotoGP en Portimao pensé ‘ufff, estoy lejos de mi nivel’ y ese momento me resultó muy duro y también en las siguientes carreras, pero lo que hice fue evadirme de los comentarios y concentrarme en mi equipo”.

“Esta victoria es diferente, no sé por qué, pero no me siento eufórico, quizás a lo mejor lo asimile cuando llegue al ‘box’, pero es cierto que esto nos va a ayudar, pues era difícil a nivel mental tras tres ceros consecutivos y lo fácil habría sido cortar y acabar en el podio, pero no es mi mentalidad, y yo quería seguir trazando mi línea y seguir mi instinto”, asegura el siempre combativo e inconformista Marc Márquez.

581 días después, tres operaciones, meses de sufrimiento, de rehabilitación, de soledad, 21 grandes premios sin ganar Honda, se acabaron con todo el mundo en lágrimas. Volvió el rey. Y los demás, lo saben.