"Preferiría que mi padre no se hubiese muerto a volver a caminar con mis pies", afirma decidida la campeona de natación paralímpica Teresa Perales, a quien una enfermedad neurológica postró a los 19 años en una silla de ruedas, desde la que ha llegado sin complejos y con una fortaleza admirable a la alta competición. Ahora tiene 44 años y la alegría de haberse convertido en una de las mejores deportistas de España. Su palmarés en la piscina sólo es comparable al de Michael Phelps -ambos tienen 22 medallas-, pero de lo que más orgullosa se siente es de su marido y de su hijo de cuatro años. Teresa vive acompañada de una silla de ruedas, no en una silla de ruedas, y lo mismo combate las adversidades a base de brazadas que imparte cursos de motivación o escribe libros. En "La fuerza de un sueño" (editorial Conecta), la abanderada del Comité Paralímpico Español en Londres desmonta los prejuicios sobre la discapacidad y da toda una lección de entereza al reconocer que quedarse paralítica no fue lo peor que le ha pasado en la vida.

-Enhorabuena, Teresa. El Rey acaba de concederle la gran cruz al Mérito Deportivo, ¿qué le dijo don Juan Carlos?

-Estuvo muy cariñoso y me animó a seguir luchando en la piscina. La Familia Real es muy seguidora del equipo paralímpico, no en vano la infanta Elena preside el Comité Paralímpico Español. Fue un acto muy bonito en el que mi hijo, Nano, que tiene cuatro años, se lo pasó muy bien y hasta se atrevió a hablar con el Rey.

-¿Qué le dijo Nano al Rey?

-Le preguntó con total desparpajo que dónde tenía la corona. El Rey le contestó que la tenía guardada.

-... Pero usted no estuvo siempre en una silla de ruedas, ¿qué ocurrió?

-A los 19 años padecí una enfermedad neurológica, y en tres meses pasé de correr a sufrir de terribles dolores en las piernas y los brazos. Me fallaba la movilidad.

-¿Dónde se acaba su movilidad?

-En las piernas no siento nada, y tengo también partes del tronco afectadas. Me falla algo el brazo derecho, el tacto de las manos, y tengo el dedo meñique de la mano derecha siempre engatillado.

-¿Recuerda cuándo fue la última vez que salió utilizando sus piernas?

-Sí, pero sólo porque fue a un evento deportivo especial. Fue el día en el que el Zaragoza ganó la Recopa de Europa frente al Arsenal, en 1995. Yo tenía 19 años, y volví a casa y le dije a mi madre que me molestaban un montón los pies.

-No debe de ser fácil para una joven verse de un día para otro condenada a una silla, ¿cómo reaccionó al principio?

-Me cogí un gran rebote y sólo pensaba: ¡Esto no puede ser! De todas formas, el quedarme en una silla de ruedas no es lo peor que me ha pasado en mi vida.

-¿Qué es, entonces, lo peor que le ha pasado?

-Perder a mi padre cuando tenía 15 años. Preferiría poder volver a tener a mi padre que volver a caminar con los pies. La silla de ruedas no determina quién soy, sólo me acompaña. La silla de ruedas no la llevo en mi cabeza.

-¿Cómo es posible que a los 19 años no se hundiese tras saber que tenía que pasar el resto de su vida en una silla de ruedas?

-No me daba cuenta. Los días iban pasando y lo iba asimilando. Recordaba que había sido muy egoísta cuando murió mi padre. Se lo hice pasar muy mal a mi madre y un día decidí que no quería seguir siendo la protagonista de mi drama. La verdad es que hasta que no encontré al amor de mi vida siempre sentí que me faltaba mi padre y nada, ni perder la movilidad, era para mí importante.

-Supongo que el tiempo es fundamental para superar las adversidades.

-El tiempo amortigua todo y te permite ver lo que te ha pasado con un filtro diferente.

-¿Tuvo primero que aceptar esa realidad y pasar por el dolor para crear su propia espiral de optimismo y felicidad?

-No es que yo me dijese que tenía que ser feliz, sino que me di cuenta de que soy feliz porque he construido mi propia felicidad. Sería egoísta no ser feliz. Fue algo paulatino, y supongo que también fruto de la madurez. Yo siempre he sido una mujer positiva.

-¿Qué hace cuándo la miran con lástima?

-A la gente les llama la atención que vaya en silla de ruedas, con taconazos y sonriendo. También es cierto que he provocado esa felicidad al proponerme retos e ir cumpliéndolos. Entiendo que haya quien me mire con pena, porque nos han educado con prejuicios lastimeros hacia los discapacitados. Yo soy feliz, no merezco ningún tipo de lástima.

-¿Hasta qué punto yerra el que no coge las riendas de su vida y protagoniza una eterna agonía?

-Creo que es una actitud muy egoísta y que el que se enroca en esa agonía acaba aburriendo a quienes lo rodean, porque les gasta las energías. Nadie quiere a su lado a un cenizo. He visto a gente con discapacidades severísimas que tienen ganas de vivir y competir. Para tener esa actitud pienso que también es clave tener una motivación. Los que se quieren morir lo hacen más por falta de esa motivación para seguir adelante que por la discapacidad en sí.

-¿Ha pensado que si no hubiese sido por esta enfermedad nunca se hubiera convertido en una deportista de alta competición capaz de ganar en el agua tantas medallas como Michael Phelps?

-Es que a mí no me gustaba la natación. ¡Yo era karateca! Al principio me lanzaba a la piscina con un chaleco salvavidas, y mira ahora. Asumí lo que me pasó, pero cogiendo las riendas de mi vida, porque también tuve mis dudas y mis miedos.

-¿Qué es lo que temía?

-Pensaba que no iba a ser capaz de formar una familia, que nadie me iba a querer. Tenía los mismos prejuicios con la discapacidad que tienen muchas personas, y mira: me casé y tengo un hijo maravilloso.

-¿Cómo conoció a su marido?

-Él es periodista y me invitaba a los debates deportivos de la televisión. Un día me propuso ir a celebrar mis medallas de Sídney y allí surgió todo.

-¿Se ha imaginado alguna vez su vida sin esta enfermedad?

-Cuando se hace eso es porque se anhela una vida que creemos que podía ser mejor. ¡Ojalá yo pudiese caminar, pero siempre que tuviese lo que ahora tengo!

-¿Cuántas horas de entrenamiento dedica a la piscina?

-Ahora sólo tres, pero cuando tengo competición a la vista no bajo de seis, y siempre con buena cara.

-¿Es válida esa actitud positiva ante la adversidad si no va acompañada de esfuerzo?

-Sin fuerza de voluntad la actitud positiva no sirve de nada.

-¿Qué hace cuando le entra la pájara?

-Me aplico el cuento que doy en mis conferencias sobre motivación.

-¿Es cierto que en su boda se levantó de la silla y fue caminando hasta el altar?

-Sí. La gente se quedó flipadísima. Llevaba una muleta tuneada en blanco, me puse de pie y mi tío y mi hermano se retiraron. Fui hasta el altar del Pilar y oía exclamaciones. Veía a la gente compungida. Mi marido flipó cuando me vio caminar.

-¿Cómo se las arregla para cuidar a un niño pequeño en constante movimiento?

-Me apaño bien porque echo mano de la imaginación. Para mi hijo, una silla de ruedas es algo divertido. Ahora se da cuenta de que otros papás caminan y del problema de los escalones. Sin embargo, los compañeros de mi hijo piensan que la mamá de Nano es guay porque gana medallas, ve a los Reyes y les hace caballitos en la silla de ruedas.

-¿Cómo recuerda su paso por la política de la mano del Partido Aragonesista?

-Es una sensación agridulce, porque es injusto que porque alguien esté en política tenga ya que estar bajo sospecha. Yo me metí por compromiso social y voluntad de servicio, y siempre fui consciente de que les interesaba la imagen de una mujer joven, deportista y en silla de ruedas. ¿Quién mejor que un discapacitado puede entender las necesidades de este colectivo?