En O Vao huele a linimento y césped recién cortado. Fotografías en blanco y negro cuelgan de las paredes en las oficinas del club y trofeos de hojalata se acumulan sobre las repisas. La brisa marina se cuela por las rendijas y el sol entrecierra los párpados. En las tardes de domingo, desde fuera, se oyen el arañazo de los tacos, el estallido sordo de los despejes y el voceo de los aficionados. En O Vao hay barandillas de hierro, cantina y un campo que se comba, como si se perdiese en el horizonte, para que desagüe mejor. Mientras el mundo se agita fuera con revoluciones mercantiles, el fútbol permanece inmutable dentro de esos muros.Los fantasmas de los que se han ido se confunden con los vivos que algún día se irán. Y un delantero se descuelga como han hecho los delanteros siempre, adormila ese balón que ha llovido del cielo, lo protege, eleva la vista y se lo entrega al compañero desmarcado. Se llama Diego Silva. Es domingo por la tarde.

Silva es el fútbol que no cotiza en bolsa ni reparte dividendos. Aprendió el oficio en su Tomiño natal, en el Guardés y el Porriño. Ha militado en Nigrán, Areas, Marín, Portonovo, Choco... Siempre entre Primera Autonómica y Tercera División. Iba a cumplir 31 años, en aquel julio de 2017, cuando el Coruxo lo repescó para debutar en Segunda B. “Para los delanteros que nacieron en mi época la referencia era Ronaldo”, comenta. “Era el más completo, el más desequilibrante. Todos nos fijamos en él para intentar ser parecidos algún día. Estaba muy por encima de cualquier jugador. Es casi imposible hacerlo igual”. No atiende de hecho a ese modelo del Ronaldo irrefrenable en el galope. Silva apunta otra referencia actual: “Mi perfil no es delantero rematador puro. Mi filosofía, salvando las distancias, es la de Benzema, que ayuda en otras facetas: bajar a recibir al centro del campo, caer a banda, proteger el balón de espaldas, saber cuándo el equipo necesita ayuda defensiva, ser inteligente… En un partido hay diferentes fases y hay que adaptarse, no solo esperar a que caiga el balón para rematarlo”.

De esperar y ser paciente, de conocer y cazar el instante, sabe Silva. Tuvo temple en el inicio de la temporada. El equipo se pasó 460 minutos sin marcar. Después ha alcanzado un buen rendimiento regular. El tomiñés ha aportado cinco goles; los últimos, su doblete al Oviedo B. “El fútbol no es una ciencia exacta. Ahora mismo estamos en buen momento. Pero debemos mejorar fuera de casa. Es nuestra cuenta pendiente. En casa estamos siendo de los más fuertes de Segunda B. De haber rascado algo fuera de casa en la primera fase estaríamos hablando de otros objetivos”.

El Coruxo, ya perdida la ocasión de pelear por la Primera RFEF, pretende quedarse al menos en Segunda RFEF. Cinco equipos se comprimen en tres puntos: Pontevedra (26), Coruxo, Oviedo B (25), Salamanca (24) y Lealtad (23). Tres se salvarán siempre que el tercero no sea el peor de los cinco grupos. “La situación es igual de complicada pero nos vemos fuera de descenso directo”, celebra Silva. “Afrontaremos el próximo partido en Covadonga como otra final. Este partido contra el Oviedo nos da confianza para creer en nosotros mismos. En esa línea debemos seguir”.

El Coruxo está disputando finales desde hace ya varios meses. Una angustia difícil de gestionar para un equipo vigués al que la pandemia congeló cuando era quinto en la Liga 19-20, peleando por ascender a Segunda. “La temporada es corta, el formato especial y la mayoría de jugadores veníamos de otra dinámica, de vernos todo el año arriba y de intentar clasificarnos para un play off histórico. Ahora ves que peleas por no descender a la quinta categoría. No hay vuelta atrás”, asume Silva. Pero no atenúa el dolor por las decisiones burocráticas: “No parece muy justo que un equipo empiece de cero cuando la temporada se ha cortado casi al final, sin opciones de nada y en un formato que no da margen al error. Ni el formato ni la competición son justos. A jugadores como yo, a los que nos ha costado tanto llegar aquí, parece que te lo están quitando”.

Nada de lo que está sucediendo, a su alrededor o a lo lejos, respeta las esencias de aquello que Silva ama. “Con la Superliga se desvirtúa el fútbol. Metiendo a equipos a calzador, por su dinero, el resto no peleará por nada. Evitas las sorpresas. Me gusta ese formato de Copa del Rey a partido único, en casa del más humilde. Da lugar a la sorpresa, a que haya pueblos y ciudades pequeñas que vivan con emoción partidos históricos de sus equipos. El dinero lo puede todo, manda. Los clubes lo ven más como un negocio que como un deporte”, se lamenta Silva, el delantero eterno. Un balón llueve del cielo, lo acuna en el regazo del pie y lo distribuye. como tantos delanteros antes que él. En O Vao graznan las gaviotas, un domingo por la tarde.