El Barcelona se ha proclamado campeón de la Copa de la Reina derrotando al EDF Logroño en la final por 3-0. Un título que cura la amargura de la semifinal de Supercopa perdida ante el Atlético hace un mes, en este calendario comprimido por la pandemia. Ha sido la única peca en el galopar de las azulgranas, que en Liga suman dieciséis victorias en otros tantos encuentros. Una máquina tan eficaz como implacable, de cuya ingeniería se encarga un vigués: el segundo entrenador Jonathan Giráldez.

A Giráldez le ha acompañado su temprana vocación. Supo que quería dedicarse profesionalmente al fútbol siendo niño, con apenas cinco o seis años. La revelación le llegó en las gradas de Balaídos, en los partidos en el patio del colegio, en los entrenamientos de sus diferentes equipos; desde el Matamá de sus raíces al Coruxo, Sárdoma, Areosa... No le alcanzó la calidad a aquel jugador polivalente, que se movía entre el mediocentro y la mediapunta, y que incluso llegó a jugar como delantero en una temporada. Pero jamás flaqueó su amor por el juego ni varió su hoja de ruta.

El joven decidió cursar Ciencias del Deporte en Pontevedra, donde tuvo otros encuentros providenciales: con Moncho, profesor que era también preparador físico de los cadetes del Celta, que se convirtió en el modelo a imitar; con Olaia Rodríguez García, taekwondista de nivel, con quien compartir los estudios y el amor. Ambos querían enfocar su perspectiva curricular hacia el alto rendimiento. Olaia había conocido el CAR de Sant Cugat. El plan de estudios catalán les ofrecía aquello que necesitaban. Con apenas 20 años, una vez aprobado el traslado de expediente, hicieron las maletas, también por incorporar la lejanía a su proceso de madurez.

Esa mudanza se produjo hace nueve años. Un tiempo en el que Jonathan Giráldez ha ido escribiendo capítulos y superando fases. A la carrera le incorporó diferentes másters sobre preparación física o gestión además de los cursos de entrenador. Quería el conocimiento más amplio y a la vez exhaustivo posible que le ampliase horizontes. Las prácticas finales las realizó en la cantera del Espanyol, con los cadetes. Marc Vives se convirtió en su progenitor deportivo y le ofreció trabajar para la Federacion Catalana de Fútbol; al principio, como preparador físico y analista, pronto como segundo entrenador y directamente como seleccionador. Debutó con el combinado masculino sub 12 precisamente en Vigo.

Porque Vigo, en el recuerdo o en el corazón, en la distancia o en las visitas, siempre se ha mantenido como escenario en su relato. Fue el Día de Reyes de 2019, mientras comía con su familia en Matamá, cuando recibió la llamada que iba a voltear definitivamente su existencia.

–¿Estás dispuesto a dejar todo para venirte conmigo al Barça?

La propuesta era de Lluis Cortés, amigo de las tareas federativas, ya instalado en el cuerpo técnico azulgrana, a quien la directiva había ofrecido el banquillo del primer equipo femenino tras destituir a Fran Sánchez. Porque el Barça, aunque ahora resulte difícil recordarlo, sufría las convulsiones de cuatro campañas de sequía.

Giráldez aceptó la oferta. Abandonó su puesto en la Federacion Catalana, su trabajo como profesor universitario y sus colaboraciones como comentarista en Gol TV y Bein, donde se había labrado fama de experto conocedor de la categoría. Un sacrificio necesario y rentable. El Barcelona le ha dado acceso al profesionalismo de máximo nivel. Diecisiete personas, si se incluye al servicio médico, se encargan de una plantilla compuesta igualmente por jugadoras con dedicación exclusiva. Giráldez comparte el cargo de adjunto al entrenador con Rafel Navarro. Entre ambos organizan los contenidos de los entrenamientos, dinamizan las sesiones, diseñan las jugadas de estrategia y trabajan en la mejora individual de sus pupilas: a cada una le preparan entre 25 y 30 cortes del último partido disputado para pulir defectos y afianzar virtudes. Un engranaje que ha facilitado que el Barcelona, además de arrasar en las competiciones domésticas, protagonizase la gesta histórica de disputar la final de la Champions de 2019. Caer ante el Lyon por 4-1 no empaña su trascendencia histórica.

Giráldez observa la eclosión del fútbol femenino en España desde su privilegiada posición. Se sitúa en el cogollo, feliz y cómodo con su papel. No renuncia, claro, a tomar el timón en el futuro de algún proyecto, masculino o femenino. Quizá otra llamada que lo reclame, esta vez del Celta. Ese equipo por el que decidió, viéndolo desde la gradas de Balaídos, que el fútbol sería su vida.