Si algún día se llega a activar la polarizante Superliga europea, el enfrentamiento con potencial de convertirse en una enconada rivalidad con tradición, nunca al nivel de un Barça-Madrid pero una aproximación en términos de furiosa emoción, podría ser el Barça-Paris Saint Germain. No habrá público esta noche, así que no se podrá poner el termómetro del Camp Nou, pero se intuye que de haberlo se registraría una alta temperatura ambiental.

Son ya los octavos de final de una Champions, fase de pocos amigos, y el equipo parisino es lo más cercano a un enemigo a escala europea. Los mordiscos entre las dos instituciones han sido frecuentes estos, casi siempre por culpa de buscar remedios en filas del otro. Thiago Silva, Marquinhos, Verrati, Rabiot y hasta llegar a Neymar han sido los nombres propios que han elevado la aspereza mutua.

El último en incorporarse a la lista es Leo Messi, pretendido sin disimulo por el club financiado por un Estado y que, sin embargo, no vive ajeno a los problemas económicos que padecen la mayoría de los clubes de fútbol. Se estima que concluirá el actual ejercicio con unas pérdidas que superarán los 200 millones de euros.

El baile de seducción hacia Messi ha irritado en el club azulgrana sobremanera, como se sabe, y ha expandido el clima de fogueo permanente que caracteriza la relación entre las dos entidades. Lo constató el presidente del PSG Al Khelaifi, increpado ayer a su llegada al hotel de Barcelona por unos cuantos aficionados. A los periodistas de aquí no se les permitió tampoco formular preguntas sobre Messi a Mauricio Pochettino o Leandro Paredes en sus comparecencias previas.

Quizá a partir de esta noche está en juego algo más que una eliminatoria de Champions; quizá algo tan grande como cuál de los dos equipos está a la altura de merecer a Messi y su magia infinita a partir del curso próximo. Puede que un Paris SG eliminado y deprimido pierda atractivo para el rosarino.

Pero como el fútbol es hoy y ahora los protagonistas se ciñen a los 180 minutos que les aguardan para ilusionarse con el trofeo que marca jerarquía como ninguno. El París SG se siente aristócrata y se ha enjoyado desde hace años para la conquista mayor. No obstante, empieza la fase de eliminatorias sin DiMaria y sin Neymar, el diamante del cofre.

El Barça de Ronald Koeman entró en el sorteo, a mediados de diciembre, como un equipo frágil y vulnerable, con el aura desinflada, pero ha llegado a la eliminatoria de otra forma, mejorado, más confiado pese a las bajas.

Koeman salió a la sala de prensa dispuesto a llenar el depósito de la autoestima general. “No temo a nadie porque creo en la calidad de mis jugadores y en mi equipo”, afirmó. Quizá no es un Barça para aplastar a nadie, incapaz de emular un irrepetible 6-1, pero desde luego, y ese pareció su mensaje, no hay razones para tener complejos ante nadie. “No he visto equipos mejores que el Barcelona hasta ahora”, subrayó el entrenador holandés.