Más temible que Messi es Messi cabreado. Debiera saberlo más que nadie el Athletic, que conoce desde hace tiempo las dos caras del astro del Barça. Messi saltó ya cabreado al campo, ayer: con sus rivales que le guindaron la Supercopa (y le expulsaron) y con el filtrador de su contrato. Y, como ha demostrado decenas de veces, vehiculó el enojo a través de su arte. Mediante la pelota. Mientras fuera del césped se debate la pertinencia de los 555 millones que cobra desde el 2017, el capitán del Barça reivindicó su incalculable valor, honrando el contrato que tiene.

Messi dirigió el triunfo que remató Griezmann, que a diferencia de su ilustre compañero no ha justificado aún la cuantía de su coste, uno de los más onerosos de la historia del club. El francés anda en ello con una encomiable constancia desde que empezó el año.Anotó el sexto gol del renacer del Batrça, que volvía por fin al Camp Nou ( un mes después) y volvía al segundo lugar de la tabla (cuatro meses después).

Una mano a mano de Messi con Simón y una escapada de Dembélé abortada por Iñigo recordaron al Athletic que estaban en el Camp Nou y que la noche iba a ser diferente. O sería como las de la Liga desde el 2001, año de la última victoria rojiblanca en el estadio.

Ausente Busquets, De Jong quedó atado a la función de pivote para construir el juego y, si la evolución de la jugada lo permitía, intercambiaba la posición con Pjanic de interior derecho. La jugada debía durar para que se produjera esa permuta, pero duraban poco. Los azulgranas jugaron con algo de ansiedad por reparar la última experiencia de la Supercopa. Pjanic, sin embargo, conectó un gran cabezazo llegando desde atrás.

De Jong defendió los saques aéreos y el rigor en los marcajes recuperó la imagen de un Barça fiero, nada que ver con el contemplativo de la Supercopa. Hasta Messi corría a la presión, implicado con el equipo, cabreado con los bilbaínos y con el filtrador de su contrato. El contador de faltas del Barça anduvo por delante de la del Athletic en el inicio; la tendencia, luego, siguió su curso natural.

Pero de una falta nació el gol de Messi –una obstrucción sin balón que vio Mateu Lahoz, que había estudiado los antecedentes- y de otra apareció la primera ocasión rojiblanca. Hubo estopa y fricción –hasta De Jong se acordaba del cabezazo en la cara -, y en la gresca contrastaba la delicadeza de Pedri, tierno y frágil para darle cariño a la pelota, a quien sus rivales respetaron, sin voltearle ni una vez. No llegaron a tiempo por el radar que se ha instalado el canario en el cogote para eludir la puñalada.

Alejado de Messi, Pedri condujo las progresiones por el interior izquierdo hasta que Messi retomaba el mando y él se asomaba al área para acompañar a Griezmann no fuera que se sintiera solo. Llegaba poco el Barça, y menos llegaba el Athletic, que ni siquiera marcó el empate: lo hizo Jordi Alba forzado en una carrera con De Marcos.

El descanso cortó el ritmo azulgrana, menos constante en la presión y desanimado con el empate. La activación llegó por el resultado, no desde la convicción, y volvió el equipo a precipitarse. Griezmann pasó al extremo derecho para que emitiera alguna señal, Dembélé pasó a la izquierda por si ajustaba la mirilla y entró Sergi Roberto para recuperar fuerza en la ida y vuelta. Nada mejoró hasta que el Barça no se serenó y culminó su mejor jugada.