Desde los primeros compases quedó claro que era un duelo de velocidad. Por un lado la del ritmo que imponía el Arosa a base de una alta circulación del balón, frente a la estampida y la gestión de los espacios a la contra que pretendía gestionar el Atios. Además, los porriñeses tenían clara entre sus premisas la de no darse excesiva prisa cada vez que tocase volver a poner el balón en juego ante una defensa establecida. La producción de la banda derecha continuó hasta encontrar el objetivo. Una caída a ese espacio de Róber dio origen a una buena maniobra individual hasta conectar un centro para llegar al segundo palo donde apareció Pedro Beda.