Con la expresiva naturalidad que ha asumido su nuevo estilo, el Atlético de Madrid superó también sus complejos ante el Barcelona, al que ganó sin matices, mejor que un rival herido, lejos del nivel que se le presupone, nada constante y doblegado por un doble error que aprovechó Yannick Carrasco. Primero el fallo en el control de Gerard Piqué –luego en el segundo tiempo se retiró lesionado– y después la salida exagerada o incomprensible, por la distancia que recorrió fuera de su portería, de Ter Stegen, facilitaron el único gol del partido al borde del descanso.

El detalle que solucionó el triunfo del equipo rojiblanco, pero no puede ser una excusa para un Barça al que faltó agresividad, intensidad y personalidad. También juego, aunque su esprint final le acercó a un empate impensable minutos antes. A nueve puntos del Atlético, la reflexión es necesariamente inmediata. Todo lo contrario que para el bloque de Simeone, que crece sustancialmente.

No es una victoria sin más para el Atlético. Supone la indudable confirmación de esa “evolución” palpable de esta temporada, más allá de la explicación de la presencia de Luis Suárez–ayer era baja por Covid-19–. También la reafirmación de sus números de líder. Y la primera vez que gana Simeone a ese adversario en el campeonato. Al decimoctavo intento. Eso le da aún más dimensión a su triunfo, como las 24 jornadas seguidas invencible en la Liga o como los 19 encuentros oficiales que ya acumula invicto en el Metropolitano.

Y no es una derrota sin más para el Barcelona. En tiempos de reestructuración, tanto ruido extradeportivo y una irregularidad evidente sobre el terreno, es una duda razonable en el proyecto de Ronald Koeman. Aparte de altibajos, los resultados reflejan más que eso: ha ganado sólo uno de sus seis encuentros más recientes de Liga. Nada habitual ni asumible en un club de su nivel y exigencia.

El Atlético ha mutado. No hay mejor evidencia que su partido contra el Barcelona. Ni se encerró ni renunció a la pelota como tantas otras veces contra los azulgranas. Muchas veces la quiso y la jugó para ganar, sin ningún matiz, sin ninguna reserva y con toda la determinación, aunque también manejó otros registros, como el contraataque.

Su prioridad defensiva ya no es explícita ni, sobre todo, condiciona su aspecto ofensivo, más allá de los mecanismos y la innovación de Yannick Carrasco como lateral izquierdo en la fase de repliegue. El extremo no es un defensa. Es un futbolista que desborda. Él fue intrépido. Y Ter Stegen fue imprudente. Su salida muy lejos del área abrió una ocasión mucho mejor al extremo belga que la que se intuía de primeras. Le superó con un toque y marcó a puerta vacía.

Era un partido de tú a tú. En toda su expresión. Desatado el duelo al principio, disputado sin tanta prudencia, la ebullición inicial ya se había rebajado por entonces, sobre todo en cada área.

En contraste con el Atlético, el Barcelona es hoy un equipo cuyo ánimo es débil. Con el 0-0 compitió sin duda. Con el 1-0 se sintió un rato derrotado. Aun así tiene futbolistas de tal dimensión que, quizá en una versión menor, le da para crear ocasiones. Dos cabezazos casi seguidos, dos paradas de Oblak, porque estaba en el sitio y el momento justo para frustrar el 1-1 del Barça, que sufrió otro golpe, muy duro, en forma de lesión de Piqué.