Todo el mundo en Suzuki afirma estar viviendo un sueño. Se felicitan, muestran su orgullo por haberse convertido en el año de la pandemia en el equipo de moda, en el team que alcanzará el cielo de MotoGP y lo hará con una serie de números redondos.

Porque Suzuki, que empezó fabricando telas en la localidad de Hamamatsu, fusión de 11 pueblos distintos, repleta de telares, ha soplado hace unas semanas las 100 velas de su fundación, los 60 años de competición, los 20 desde que el norteamericano Kenny Roberts Jr. (2000) ganase el último título para la marca (Mundial de 500cc). Con toda seguridad, ¡no se le puede escapar!, el joven Joan Mir (Palma, 23 años) se convertirá mañana en Cheste (Valencia) o el próximo domingo, en Portimao (Portugal), en el décimo campeón del mundo azul.

Es posible que alguien sienta la tentación de considerar que, en el que sin duda está siendo uno de los peores años de nuestras vidas, se han juntado todos los astros (incluida, desgraciadamente, la grave lesión de Marc Márquez, factor muy importante, pero también el Mundial exprés, la gira europea, la repetición de carreras en un mismo circuito...) para encontrar la explicación al inicio del nuevo reinado de los japoneses azules.

Esa interpretación, esa lectura, sería muy injusta. Suzuki, de la mano del sabio, pillo, experto y habilidoso Davide Brivio, el hombre que ayudó a Valentino Rossi a construir su imperio, ha sabido fabricar, con ese material soñador, integrado por 35 locos y apasionados trabajadores, más dos jóvenes y hambrientos pilotos, como el propio Mir y el finísimo Alex Rins, una escudería casi invencible.

“Me hace mucha gracia −comentó el otro día Carmelo Ezpeleta, el gran jefe del Mundial, ante el micrófono de DAZN− que Davide [Brivio] hable de romanticismo, que diga que Suzuki y lo que está haciendo la fábrica, la escudería, sus ingenieros, sus técnicos y, por supuesto, sus pilotos, es muy romántico. No, no, de romántico no tiene nada, si acaso la propuesta, la pasión, lo sea, pero lo que van a conseguir este año, es fruto de trabajo, trabajo y trabajo, muy bien pensado y mejor ejecutado. Él podrá llamarle a eso romanticismo, pero lo que hay detrás es un trabajo muy bien hecho”.

La triple corona

Y lo dice, no solo el jefe sino la persona que tuvo que vivir, cuando tenían contrato en vigor, la retirada de Suzuki del Mundial. De ahí que, cuando regresó, de la mano de Brivio, lo celebrase a lo grande.

“Cuando Suzuki contactó conmigo −explica Brivio−, lo hizo con la modestia que les caracteriza. Estoy absolutamente convencido de que me consideraron un loco cuando les dije todo lo que teníamos que hacer si queríamos ser grandes e, incluso, conquistar el título mundial. Desde luego, lo que sí pensaron es que yo era un soñador, pero aquí estamos, ante el momento más hermoso de nuestras vidas, de las vidas de todos nosotros, intentando conseguir esos objetivos. Y, si no los logramos, volveremos a intentarlo el año que viene”.

No hay nadie en el paddock de MotoGP que piense que Suzuki va a perder la posibilidad de conquistar la triple corona. Es su año, es su Mundial, es su mérito y es su sueño. “Todos debemos admirar lo que está haciendo Suzuki”, señala el italiano Carlo Pernat, uno de los gurús del campeonato, también creador del mito Rossi. “Y debemos celebrarlo porque lo han hecho con un presupuesto modesto, con solo dos motos, sin equipo satélite y con mucha paciencia, habilidad, sabiduría, cariño y, sobre todo, familiaridad”.

Ese es, cuentan todos, el secreto del equipo Suzuki: la familia. Familia que llega, por supuesto, a la fábrica de Hamamatsu. Tal vez por eso, las personas encargadas de la logística del equipo decidieron un día promover la idea de que la Suzuki se comporta como un violín, suena como un violín y corre como se desliza el arco del violín sobre sus cuerdas. Es, sin duda, la filarmónica de Hamamatsu, la que sonó, la que se escenificó, violines en mano, en la celebración de la victoria de Rins en Aragón.

“¡Ojalá todo el mundo nos vea como una familia! ¡Ojalá todo el mundo interprete que nos mueve la pasión y, sobre todo, que nuestra relación se fundamenta en la amistad y complicidad!”, señala Alberto Gómez, jefe de comunicación de la escudería. “Si algo nos duele a todos los que estamos en el circuito, a los que esperamos vivir, en estos dos grandes premios que restan, la felicidad, el éxtasis de la celebración, de la fiesta, es que los miles de trabajadores de Hamamatsu no puedan compartir, ‘in situ’, con nosotros, el fruto de su apasionado trabaj”».

Gómez cuenta que no hay nada más gratificante para él y el equipo que, cada domingo por la tarde, enviar a la fábrica japonesa el vídeo que él mismo graba sobre la fiesta de celebración de ese gran premio. Al día siguiente, en las pantallas de plasma de los comedores de la factoría y en los despachos del patriarca Osamu Suzuki y de su hijo Toshihiro, se proyecta ese documento y los trabajadores se sienten partícipes de lo conquistado por Mir y Rins en la pista.

“Hace mucho tiempo que Suzuki decidió que prefería promover, difundir, el nombre de Suzuki en sus motos que pintar sus carenados con el nombre de un patrocinador”, asegura Brivio. “Es evidente que, cuando me refiero al romanticismo de nuestra marca, me refiero a este tipo de detalles. O al hecho de no tener equipo satélite para no tener que desprendernos de parte de los 35 componentes del equipo, que son los justos y necesarios”.

Suzuki empezó tejiendo telas en Hamamatsu, una región algodonera. Y Suzuki ha terminado fabricando mascarillas de tela para que sus trabajadores se protegiesen del covid-19. En medio, en el inicio de los 60, construyó su primera moto de la mano de un ingeniero y piloto germano oriental, Ernst Degner, que saltó el muro de Berlín y acabó en Hamamatsu empujando a Suzuki a fabricar su primera moto con los conocimientos que él tenía de su paso por la marca MZ. Y la historia se completa en 1962, cuando el mismo Degner conquistó, con esa moto, que él y las gentes de los telares de Suzuki construyeron, el primer título mundial. Los siguientes ocho campeones serían Hugh Anderson, Hans George Anscheidt, Dieter Braun, Barry Sheene, Marco Lucchinelli, Franco Uncini, Kevin Schwantz y Kenny Roberts Jr.

“Quién no recuerda, ¿verdad?, al popular Barry Sheene, el beatle de los circuitos”, exclama Alberto Gómez, uno de los mejores periodistas del mundo del motor que ha dado España. “Quién no recuerda la foto icónica, icónica, de Kevin Schwantz, vestido con el mono de Pepsi, en pie, sobre las estriberas de su Suzuki, dando la vuelta de honor tras conquistar el título; quién no recuerda al modesto Roberts Júnior triunfar sobre las aguas en aquel Mundial del año 2000, que se corrió, casi todo, bajo la lluvia. Hay que reconocer que estamos viviendo una situación que, en teoría, no nos tocaba, pero así es Suzuki, una marca que engancha por su sencillez. No sé si ganaremos todo lo que dicen, lo espero, sí, claro, pero esto nos lo estamos llevando y nadie, nadie, nos va a quitar tantos y maravillosos momentos como hemos vivido y tanta alegría como hemos contagiado”.

Esa filarmónica tiene, al principio y al final, a dos jóvenes pilotos hambrientos: Mir, 23 años, campeón de Moto3 en el 2017 y ganador de 12 grandes premios; y Rins, 24 años, cero títulos y con 15 victorias mundialistas. Ellos y el fantástico piloto probador, el francés Sylvain Guintoli, campeón de Superbikes (2014), “cuya aportación ha sido vital para valorar todo lo que estamos consiguiendo”, señalan Mir y Rins al unísono, son las flechas del arco azul de Suzuki. “Tengo la sensación de que ganar con Suzuki es más hermoso y enternecedor que ganar con cualquier otra marca”, asegura Mir, a las puertas de la mayor de sus gestas.