Las salidas y llegadas de la Vuelta a España suelen ser ruido, color y niños que corretean en busca de autógrafos y regalos salpicados por las firmas que acompañan su caravana. La pandemia se ha llevado también eso. Mos vivió ayer un día que tenía marcado a fuego en su calendario desde que hace meses le confirmaron que serían punto de partida de una etapa de la Vuelta. Pero el coronavirus lo cambió todo.
Primero el diseño de la jornada (inicialmente estaba previsto que acabase en Matosinhos y tras descartar el salto a Portugal se eligió Puebla de Sanabria como final de etapa) y luego su escenificación. Mos trató de ponerle buena cara a la situación. Entusiasmo por parte de Nidia Arévalo, la alcaldesa, de su equipo de gobierno y de la organización de la Vuelta. Pero no era lo mismo.
El Pazo de Mos, lugar en el que se procedió a la firma de los corredores y a dar la salida neutralizada, estaba bunkerizado para preservar la burbuja que ha creado la Vuelta y que ha permitido que no se haya producido ni un contagio entre casi setecientas personas que recorren juntas España desde hace casi dos semanas. Los grandes laboratorios que acompañan a la caravana pueden dar fe de eso y de los medios que la organización ha movilizado para atender las necesidades sanitarias que conlleva una carrera como ésta en un momento como éste.
Incluso Oscar Pereiro, uno de los responsables de que la Vuelta estuviese en su pueblo y a quien se homenajeaba de alguna manera con la jornada de ayer, lucía una alegría moderada. Sabe lo que hubiera sido un día como el de ayer en condiciones normales, porque sabe de la pasión con la que sus paisanos viven este deporte.
Todo era frío, como el día aunque los vecinos de Mos liberados de otras obligaciones se instalaron en las aceras y cunetas de las diferentes parroquias del concello para ver pasar al pelotón, madrugador, por delante de sus casas.