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La perversión de la palabra “profesional”

La viguesa Paula Sanmartín abandona el ciclismo cansada de sacrificarse “para no recibir nada a cambio”

La ciclista Paula Sanmartín JOSÉ LORES

La paciencia de Paula Sanmartín llegó a su límite. La viguesa, aquella niña que tenía la sana costumbre de regresar de los Campeonatos de España con alguna medalla para Galicia y que hace un par de años se embarcó en aventuras “profesionales”, ha decidido aparcar la bicicleta cansada de “promesas que nunca llegan a cumplirse. Estoy harta”. No le merece la pena. Después de darle anteponer el ciclismo a muchas otras actividades, como su familia o los estudios de Químicas, Paula ha decidido acabar con esa vida monacal que la obligaba a vivir para el deporte a cambio de nada.

La viguesa aclara que no es una decisión que haya brotado de repente sino que es consecuencia de la amargura que viene soportando desde hace tiempo. Desde los días en los que fichó por el Eneicat italiano y entendió que lo suyo estaba demasiado lejos de ser la vida de un profesional del deporte, ese término con el que se juega con demasiada facilidad. Se encontró con enormes diferencias entre lo que le prometieron y lo que se hizo realmente realidad: “Debía cobrar 600 euros durante diez meses que duraba la temporada. Al final me pagaron solo 200 euros y cinco meses. Eso te desgasta mucho. Esta temporada que corrí en el Bizkaia ya sabía que no iba a cobrar, pero aún así tenía que cumplir con condiciones como la de residir donde estaba la sede del equipo. Eres profesional, tienes que dedicarte veinticuatro horas a eso porque entrenas unas horas y el resto del día tienes que seguir una serie de pautas que tienen que ver con el descanso o con la alimentación, pero si no cobras nada ya me dirás qué sentido tiene”.

En las filas del equipo vasco Paula Sanmartín fue entendiendo que no tenía sentido aquella experiencia: “Son demasiadas promesas que ves que no acaban de cumplirse. En el Bizcaia no tenía ganas de entrenar, mi cabeza decía que no aunque yo hacía verdaderos esfuerzos para salir y hacer las cosas que debía. Durante el confinamiento todo me quedó claro porque fue ahí cuando entendí de un modo claro cuáles eran mis prioridades. Quería sacar la carrera de Química por encima de todo y me quedó claro que estaba perdiendo el tiempo con la bicicleta”.

Explica Paula Sanmartín que “al final no haces ni una cosa ni la otra. Quieres compaginarlo, pero te resulta imposible. Ni están con la bicicleta ni con la carrera”. Argumenta la viguesa que el problema es extensible a todo el ciclismo femenino, que ella es una más de las que paga una situación tan injusta como anómala: “Las chicas tenemos un problema mayor porque no nos tienen en cuenta para nada. Cuando se levantó la prohibición de entrenar, solo podían salir los chicos y las de Movistar porque son las únicas que en su contrato tienen reconocida su categoría profesional”. Ella, como muchas otras, eran profesionales de boquilla: “Es normal que haya muchas chicas que se marchen, que se cansan de la situación y lo dejan. En el equipo lo decíamos constantemente, que no nos compensaba el sacrificio porque a cambio no recibimos absolutamente nada”.

Ahora Paula ya tiene claro su lugar en la vida y su objetivo claro. Acabar la carrera de Química: “Si todo sale como espero puedo acabarla el próximo año. Es lo que más deseo en estos momentos”. La bicicleta quedará guardada a la espera de “los días de sol” porque tiene claro que seguirá montando pero que se acabaron los días de competición, los entrenamientos feroces y el cuidado extremo de su dieta: “Con 23 años mi carrera se ha terminado. Cuando tomas una decisión tan tajante como la de parar no puedes ponerte luego en marcha de nuevo”.

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