Cada vez que Rafa Nadal pisa la semifinal de Roland Garros, su museo de Manacor hace hueco para albergar una nueva Copa de los Mosqueteros. El argentino Diego Schwartman, que nunca antes había estado entre los cuatro mejores de un Grand Slam tiene el desafío de evitar que eso ocurra por decimotercera vez. El reto presenta muchos argumentos a favor del español y algunos que alimentan la esperanza del argentino, que hace 19 días firmaba en Roma su primer triunfo en diez duelos contra Nadal.

"He hecho el mejor partido de mi vida", clamó entonces el bonaerense, que dos semanas más tarde, tras alcanzar la primera semifinal de un grande en París, aseguraba que aquel triunfo le convenció de sus opciones de derrotar a cualquiera. "Le gané a Rafa en Roma, demostré que puedo ganarle, me lo demostré a mi mismo", aseguraba el "Peque".

Nadal, que repite que su objetivo es adaptarse a las circunstancias, parece haber ido domesticando todas, desde el frío a la rocosa pelota que su brazo consigue convertir en un estilete agresivo. Solo en su duelo ante el italiano Jannik Sinner en cuartos pareció encontrar alguna duda, frente al descaro de un tenista de 19 años que le hizo elevar el nivel. Tendrá que hacerlo de nuevo para derrotar a Schwartzman. El ganador se medirá al serbio Novak Djokovic, que busca su segunda corona en Roland Garros, o al griego Stefanos Tsitsipas.