Ni una sola ocasión tuvo el Atlético de Madrid en 94 minutos contra el Villarreal, que lo anuló sin remisión, apagado de principio a fin por el detallado y certero plan de Unai Emery, válido para empatar, no para ganar, en el Wanda Metropolitano, escenario de un duelo prácticamente inofensivo.

Empatado de nuevo el equipo rojiblanco, como tantas y tantas veces en los últimos tiempos sufrió una pesadilla durante todo el partido de la que sólo despertó cuando el árbitro pitó el final y decretó un asunto previsible: 0-0.

El personaje principal de tal desconsuelo vestía de amarillo, demostró ser un bloque compacto, casi siempre inabordable, trabajado por Emery hasta la más mínima circunstancia del juego, enfocó a las virtudes locales para dedicar toda su atención y bloquearlas. En suma, el Villarreal ejerció como tantas veces lo hizo el Atlético.

Tan estudiado tenía Emery al conjunto colchonero que oscureció sus recursos ofensivos más insistentes: no le permitió una presión alta, tan crucial para él; recubrió las bandas para impedir las subidas de los laterales; se replegó cuando el bloque de Simeone diseñó ataque posicional, tan lento como siempre; le invitó al fallo en el pase entre líneas y presionó cada maniobra de Joao Félix.

Demasiado respeto, excesivo quizás, hasta entonces, para creer el Villarreal en la victoria, aunque en sus filas jugó Gerard Moreno, el mejor de todos en ataque, o Mario Gaspar descubrió otra vía, tapada de nuevo por Oblak en el comienzo del segundo tiempo.