Palermo es un caos. Tal cual. Pocos lugares hay en Europa donde se conduzca peor. Es la ley de la selva y todavía más cuando buena parte de las calles de la capital siciliana están cortadas porque hoy comienza el Giro, casi sin tiempo a recuperar el aliento, porque todavía no hace ni dos semanas que Tadej Pogacar levantó los brazos sobre el podio de los Campos Elíseos de París como ganador del Tour.

Pero aquí, al contrario de lo que sucedió en muchos pueblos y ciudades de Francia, la gente va con la mascarilla por la calle y no se puede entrar en la isla si un médico no comprueba la veracidad de una PCR negativa. Y de ello ni se libraron los 176 participantes que hoy toman la salida en la contrarreloj inaugural, unos segundos en juego, la primera barrera para muchos escaladores. Y es también la primera oportunidad para dar un golpe de autoridad sobre la mesa para ciclistas hábiles con el cronómetro, como es el caso de Geraint Thomas, el corredor galés que ganó el Tour hace dos años y que se ausentó hace unas pocas semanas de la ronda francesa obligado para no molestar a Egan Bernal en una ruta a París que al final fue un desastre.

Curioso resulta que la primera etapa acabe en la vía de la Libertad de Palermo, donde no falta un parque con una figura ecuestre de Giuseppe Garibaldi, el gran artífice de la unidad de Italia, para demostrar que Sicilia, la tierra del gran favorito local, Vincenzo Nibali, no está separada del continente ni por el pequeño estrecho de Messina, que los corredores cruzarán, en barco, por supuesto, el próximo martes por la tarde.

La libertad, en términos ciclistas, supone que hoy pueda empezar el Giro, la primera grande que el coronavirus obligó a cancelar en sus fechas habituales de mayo en una Italia que estaba totalmente azotada, más que en ninguna otra parte, por el criminal covid-19. Debía, entonces, iniciarse la carrera en Budapest. Todo se cambió para Sicilia, que adelantó un año lo que aquí se denomina como la partenza o mejor dicho la ripartenza, después de la suspensión de primavera, tal como afirman los organizadores, que hasta que no llegó el Tour a París estuvieron pendientes de los análisis, de las PCR, de las burbujas y de unos contagios que pasaron de largo en la ruta de la ronda francesa.

Y en estas condiciones se inicia la carrera, que vivirá de la montaña (el lunes ya se llega a la cima del volcán Etna) con la duda de si escapadas en las etapas llanas impedirán los esprints o volatas, como aquí los denominan, a los buenos especialistas apuntados al Giro, como Peter Sagan o Arnaud Démare.

Pero la carrera vivirá ante todo de los Abruzos, de los Alpes, en su versión dolomítica o francesa (se asciende el Izoard a un día de Milán), y pendiente de lo que hagan Thomas, Nibali y Simon Yates. Los treinteañeros apuntan a la victoria ante la ausencia de casi todos los grandes exponentes de esa generación de casi adolescentes que han llegado para levantar la moral del personal. A ese grupo pertenece el portugués João Almeida (22 años, Deceuninck), el principal aspirante a romper el duelo de veteranos.