Nunca en su corta, pero ya prometedora carrera Alexander Zverev había remontado un partido que empezaba con dos sets en contra. La pésima suerte para Pablo Carreño Busta es que el alemán encontrara la forma y la fuerza para hacerlo el viernes en su semifinal contra el asturiano en el Abierto de Estados Unidos. Con la remontada y el 3-6, 2-6, 6-3, 6-4 y 6-3 en el marcador tras tres horas y 22 minutos de juego, Sascha se convierte a los 23 años por primera vez en finalista de un grande, el más joven en desde 2010. Y será quien mañana se mida a Dominic Thiem, clasificado tras un imponente despliegue de tenis a ambos lados de la red en una semifinal con Daniil Medvedev que el número tres del mundo se ganó en un laborioso y, a la vez, festejado 6-2, 7-6 (9-7) y 7-6 (7-5).

La tristeza se apoderó de Carreño y no podía ni quería disimular su pesar y su lamento por haber dejado escapar la oportunidad de oro que se le había presentado a sus 29 años. Porque este anómalo Abierto neoyorquino, el primer Major tras la explosión de la pandemia del coronavirus, es también el primero desde 2016 que abre a las puertas a un ganador de Grand Slam que no se llame Roger Federer, Rafael Nadal o Novak Djokovic, los tres intocables. El panteón tendrá un nuevo dios, el primero nacido después de 1990.

Los elementos positivos del viaje a EEUU del gijonés, del buen nivel de juego en un grande del que se marcha con 800.000 dólares por haber alcanzado la semifinal al título de dobles que conquistó junto al australiano Alex De Minaur en el Masters 1.000 de Cincinnati de esta burbuja neoyorquina, saben a poco. A Carreño, de hecho, se le atragantaba hablar de ellos en caliente, o pensar en cómo pueden ayudarle mentalmente para lo que viene ahora: Roma y Roland Garros.

El "pasito" que le faltó ante Zverev, que sabe que debía haber dado en el tercer set, le dejó amargo, más que en su anterior derrota en una semifinal en Flushing Meadows, en 2017 frente a Kevin Anderson. Porque aquella fue la primera y "estaba muy feliz solo con alcanzar la penúltima ronda". Pero "ahora ya no es suficiente". Menos en esta edición. Menos tan haber estado tan cerca. El cielo, en cambio, se abre para Zverev, tenista que debuta en la lucha por un grande,

Capaz de descender a un tenis plagado de errores como los que mostró en sus dos primeros horribles mangas ante Carreño, pero también de resucitar con su saque demoledor. Pero el cielo se abre, sobre todo, para Thiem, el Thomas Muster del siglo XXI, eco de aquel compatriota que en los años 90 llegó a ser número uno y ganó en París. A los 27 años esta es la oportunidad perfecta del austríaco, la cuarta tras perder dos grandes ante Nadal en Roland Garros y otra frente a Djokovic este año en Australia.