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Celebrar la tristeza

Celebrar la tristeza

A falta de nuevos partidos con los que saciar el voraz apetito del aficionado,Teledeporte ha encontrado un enorme filón en ese valor seguro que suele ser la nostalgia y durante el confinamiento ha transformado su canal en el DeLorean de "Regreso al futuro". Han rescatado de sus archivos episodios históricos para convertir los días en un viaje al pasado donde Indurain vuelve a ser "Tirano de Bergerac", Perico ataca un minuto después de asustar a los comentaristas con un inminente desfallecimiento, Petrovic se hace odioso para media España un día y para la otra media al siguiente y los futbolistas llevan pantalones hasta la mitad de unos muslos sin depilar.

Confieso que, pese al entusiasmo de algunos de mis grupos de WhatsApp, he tratado de evitar por ahora ese atracón de recuerdos. Hay cantidad de episodios monumentales que prefiero tener bien guardados para mejor ocasión. Cuestión de ánimo. No me imagino ahora mismo emocionado en el sofá mientras Lendl remonta dos sets en París a McEnroe para ganar su primer grande o Severiano Ballesteros se lleva el Open Británico tras domar el viento escocés. No hacerlo supondría una traición personal y prefiero no correr ese riesgo. Se quedarán ahí, durante un tiempo, para cuando realmente necesite algo con lo que ocupar las horas muertas de uno de esos días en los que una suma de fallecidos no sea la noticia más importante que puedas leer en un periódico.

Sin embargo, pese a esa resistencia, el viernes hice una excepción con la final de Copa de 1994. Llevábamos veintiséis años evitándonos. Solo la vi una vez, en el fondo del Vicente Calderón, y no me enteré de nada. Es algo que he descubierto ahora de repente. Me ha pasado como a aquel boxeador que al día siguiente de recibir una paliza de Joe Frazier se levantó de la cama y se puso a cortar los setos de los vecinos creyendo que era el jardinero. Mi memoria guardaba un recuerdo completamente equivocado de lo que sucedió aquella noche en el campo. Ni rastro de esa agonía interminable que creí vivir en su momento. Culpa de la derrota o de la tristeza. En caliente solo queda el dolor, el desencanto, el viaje de vuelta en silencio y el partido se resume a brochazos, en el cabezazo de Salva, en el penalti de Alejo o en esos guantes del inmenso Cañizares que rozaron dos lanzamientos del Zaragoza. Pero el tiempo y la tranquilidad de conocer quién es el asesino de la película proporcionan otra perspectiva y permiten deleitarse en la inmensa nobleza de un equipo al que seguramente no se ha hecho la justicia que merecía. Porque hemos recordado muchas veces -cada 20 de abril, como hoy- que ese Celta perdió la final, pero pocas veces hemos recordado lo bien que jugó, su forma de competir ante un equipazo, su resistencia en los malos momentos del primer tiempo, la manera que fue asfixiando al Zaragoza hasta que no les quedó un gramo de fuerza por entregar, lo bueno que era Jorge Otero, la clase de Gudelj y Ratkovic, la elegancia de Engonga, la sobriedad de Salinas, la inteligencia de Vicente?Todos esos tesoros hemos terminado por arrinconarlos en nuestra memoria y el partido ha quedado reducido injustamente a "la final perdida del Calderón". El enfermizo reduccionismo al que siempre nos lleva el fútbol, como si todo siempre tuviese que caber en un tuit.

Eran casi las doce de la noche y la frase de Jose Angel de la Casa retumbó en el silencio de mi casa como si el viento hubiese cerrado una puerta de golpe: "Ahí estaba la Copa para Vigo" decía con ese punto justo de emoción tan suya. Salva se echaba las manos a la cabeza y el cabronazo de Cedrún se levantaba del suelo tras evitar que el Celta se llevase aquel título con una parada de puros reflejos. En ese manotazo del hijo de Carmelo acabó una historia, pero seguramente empezó otra. Porque sobre las lágrimas de ese Vicente Calderón que hoy ya no existe y cuyo césped desde hace semanas atraviesa una carretera, el Celta seguramente inició un tiempo nuevo que le ha llevado a lugares donde nunca creía que iba a estar y a vivir aventuras que solo podía soñar. Hoy vuelve a ser 20 de abril y tal vez ponga de nuevo el partido. Ahora ya sé que no duele tanto.

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