Eran Frantisek Planicka y Ricardo Zamora. No parecía haber más porteros en el mundo. En aquel fútbol de los años veinte y treinta, en el que las noticias y los reconocimientos avanzaban muy despacio, se habían ganado un reconocimiento meteórico que les situaba muy por delante del resto de inquilinos de la portería. Planicka había nacido en 1904 (tres años después de Zamora) en la Praga que aún formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Un origen humilde, una juventud marcada por la Primera Guerra Mundial y el fútbol como pequeño pasatiempo, como compañero de los malos momentos.

Planicka se sintió atraído muy pronto por la portería. Pese a medir poco más de metro setenta (es verdad que la talla de entonces no era comparable a la actual) se adaptó de maravilla a la posición. Era ágil, tenía unos fabulosos reflejos y sobre todo decisión, algo que escaseaba en un momento en el que los porteros aún estaban desentrañando las claves de su oficio y abundaban las indecisiones. Comenzó jugando en diferentes clubes de Praga hasta que el Slavia, el club más importante de la ciudad, le echó el ojo y le fichó en 1923 cuando aún no había cumplido los veinte años. Le contrató John William Madden, un exfutbolista del Celtic de Glasgow, que llegó a Praga en busca de nuevas aventuras y que debajo del brazo traía el libreto de lo que se estaba haciendo en las islas británicas, mucho más avanzados que en el resto de Europa. Madden modernizó dentro de sus posibilidades al Slavia y aportó una serie de conocimientos de los que se enriqueció Planicka.

Las habilidades del portero comenzaron a llamar la atención de los aficionados y no tardó en convertirse en uno de los líderes del Slavia de Praga, el único equipo en el que jugaría en toda su carrera y con el que acabaría ganando ocho ligas en su país. Le apodaron "El Gato de Praga", el nombre que le acompañaría el resto de su vida. Era uno de los principales reclamos para los aficionados aunque su fama se detenía en la frontera del país. Pero todo eso cambió en 1934 cuando Checoslovaquia, con un equipo formado en su mayoría por jugadores del Slavia de Praga, se clasificó para jugar el Mundial de 1934 que se disputaba en la Italia de Mussolini. Allí por segunda vez iban a coincidir Planicka y Ricardo Zamora que era uno de los líderes de España, indiscutiblemente uno de los grandes favoritos al título junto a Alemania y a los anfitriones. La primera fue en un amistoso en 1930 jugado en Barcelona y que regaló la única imagen de ambos vestidos de corto en un mismo terreno de juego.

Checoslovaquia avanzó en el torneo a duras penas obligando a Planicka a un trabajo extra con el que no se contaba. Superaron a Rumanía en octavos de final y a Suiza en cuartos. En ambos encuentros el portero fue uno de los protagonistas. Aunque a distancia, el checo se impuso en su particular duelo con Zamora porque el barcelonés no pudo pasar de los cuartos de final en aquel torneo tras sufrir España uno de los grandes robos de la historia de los Mundiales en su enfrentamiento con Italia. En el ambiente ya no existían dudas de que todo estaba organizado y preparado para que Mussolini tuviese su ansiado título mundial con el que sacar pecho.

En semifinales Checoslovaquia jugó su mejor partido del torneo para sacarse de encima a la potente Alemania. Tres goles de Nejedly, que acabaría siendo el máximo goleador gracias a esa tarde impecable en Roma, y una colosal actuación de Planicka les colocaron en la final con absoluta justicia. Por el otro lado del cuadro se clasificaron como era de esperar los italianos que vencieron por la mínima a Austria en una nueva actuación polémica de los árbitros.

El 10 de junio de 1934 en Roma se vieron las caras las dos finalistas. Y es aquí donde nacen multitud de leyendas sobre lo que sucedió aquel día y sobre el comportamiento del portero checo. En el ambiente flotaba lo mucho que estaba en juego para el equipo local por la exigencia de Mussolini de que tenían que ganar aquel título. Antes de comenzar el partido el Duce les soltó la famosa arenga que concluyó con el terrorífico "vencer o morir". Era imposible aislarse de aquella atmósfera enfermiza. Los checos también eran conscientes de ello y afrontaron el partido con la duda de qué sucedería en caso de que se les ocurriese estropearle la fiesta al dictador.

El partido se jugó con un nivel de tensión excesiva en la que no tardó en cobrar protagonismo Planicka que frenó una y otra vez los intentos de los italianos por adelantarse en el marcador. El meta fue el responsable de que el partido llegase al descanso con el 0-0 inicial. Mussolini mandó otro mensaje, en esta caso al seleccionador italiano, Vitorio Pozzo, para recordarle que le haría el máximo responsable del fracaso. Alguno en el vestuario murmuró: "No es mala noticia. A lo mejor no nos fusilan a todos y lo fusilan solo a él". El partido daría un vuelco extraordinario en los últimos minutos. A veinte para el final Puc adelantó a Checoslovaquia e hizo enmudecer a los 55.000 espectadores que se habían congregado en el Estadio Nacional de Roma. Pero a nueve minutos para el final del partido Raimundo Orsi, uno de los argentinos que Mussolini había nacionalizado de urgencia para reforzar a Italia pese a que ya habían competido por su país de nacimiento en anteriores competiciones, anotó el gol del empate y condujo el partido a la prórroga. Y allí, en el minuto cinco del alargue, llegó la jugada clave del choque. No parecía una acción peligrosa. Angelo Schiavio, jugador del Bolonia, fue en busca de un balón largo sin muchas opciones. Con escaso ángulo remató en dirección a la portería. La pelota sorprendió por completo a Planicka que se tragó el disparo para felicidad de todo el estadio. De ahí al final Italia resistió las inocentes acometidas de un equipo agotado. Por primera vez en la historia los trasalpinos eran campeones del mundo. El meta checo admitió su error en la jugada definitiva, pero no hubo reproches a su actuación. Volvió a casa y siguió defendiendo con éxito la portería del Slavia de Praga en sus últimos años como profesional.

En 1938 Planicka eligió despedirse del fútbol en el Mundial de Francia que también acabaría conquistando Italia.Checoslovaquia también tendría un papel estelar en aquel torneo. Superó en octavos de final a Países Bajos y en los cuartos protagonizaron un encuentro dramático con Brasil. Al partido se le conoció como la "Batalla de Burdeos" por la violencia con la que se emplearon ambos equipos. Hubo tres expulsados y un puñado de lesionados de gravedad. Uno de ellos fue Planicka que en un choque con un rival acabó con una fractura en el brazo y la clavícula seriamente dañada. Pero acabó el partido y la prórroga posterior que finalizó con empate 1-1. El meta no concedió ningún gol pese a la gravedad de las lesiones y se ganó otra porción de reconocimiento mundial. En el partido de desempate que se disputó un par de días después no pudo participar y Brasil se impuso por 2-1. Tanto impresionó la actuación de Planicka ante Brasil que se eligió al portero en el equipo ideal de aquel torneo. Fue su último gran servicio al fútbol. Se retiró unos meses después con 34 años a cuestas y el reconocimiento de todo el mundo.

Planicka murió en 1996 y, ordenando sus recuerdos, su familia encontró poco después la medalla de oro que Angelo Schiavio, autor del 2-1 en la final de 1934, recibió como campeón del mundo. Mientras vivió, Planicka no había contado jamás que el delantero italiano le había mandado aquella medalla con una breve nota que decía "gracias por salvarnos la vida". Este detalle ha servido para alimentar la leyenda sobre el desenlace de aquel partido, sobre si Planicka, consciente de lo mucho que arriesgaban los italianos, concedió aquel gol incomprensible a propósito o simplemente se trató de un error grosero. La respuesta sola la tiene él.